Viajar con Enrique Servín era un deleite, su conversación estaba aderezada por su prodigiosa memoria que lo mismo podía compartir poemas de la dinastía Tang que alguna anécdota familiar, hablar de alguna especie endémica o de la inteligencia de los cuervos. A su lado recorrí la Sierra Tarahumara y el vasto desierto chihuahuense. Una de las experiencias que más disfruté, mientras observábamos las tormentas del desierto en la distancia inventar historias de reinos construidos en aquellas soledades, poblados por su imaginación. En el recuerdo perviven esas historias que no existieron más que en su voz.
Han pasado cinco años desde que Enrique Servín murió, en este tiempo no he dejado de pensar en todas las conversaciones que pudiéramos haber tenido, en aquellas historias que contaba mientras esperaba que se enfriara el café o cuando iba al volante de su automóvil al que llamaba catamarán, todo lo imbuía de reminiscencias de otros espacios, de otros tiempos. Conversaciones que ya solo existen en la imaginación, armadas con la memoria y con las lecturas compartidas. Me quedan sus palabras, las que gustoso escuché a lo largo de los años de nuestra amistad y las que escribió. De estas últimas hay varios libros que publicó en vida, de poesía, de aforismos, de mitos tarahumaras, pero fue mucho más lo que llegó a escribir, lo que está pendiente por llegar a la imprenta.
El libro de las cosas que no existen es uno de los manuscritos que mientras vivió no vieron la luz, ahora, gracias a la delicada labor de edición de Edgar Trevizo —a través de Medusa Editores—, del apoyo del Instituto de Cultura del Municipio de Chihuahua y de la labor de indagación de Hugo Servando Sánchez en los archivos y documentos que dejó es posible tener impresa esta obra que, por algún momento, temimos se hubiera perdido. Hugo Servando Sánchez localizó un disquete del que logró extraer el archivo. Sabíamos de la existencia de este manuscrito desde al menos 2007, es probable que para ese momento Enrique ya la hubiese terminado —el formato en el que la respaldó nos lleva a pensarlo así—, para esa fecha nos hablaba de ella con el mismo título que tiene.
En lo personal pude leer algunas de las piezas que la conforma. Él me mostró aquellos textos que sabía me interesaban como la crónica de exploración que abreva de las crónicas de indias o la biografía en la que se sirve del estilo de Suetonio para reflexionar en torno a los hombres en el poder, y divertirse a su costa. Maravillado le insistí para que buscara dónde publicarla, porque esta obra colmada de imaginación fuera leída, pero objetaba que podía no ser entendido, que era más un divertimento y que la gente podría no interesarle. Sea por lo que fuera nunca se publicó.
¿Por qué le insistí para que publicara? ¿Por qué invitó a quien tiene este libro entre las manos se adentre en estas páginas —no de un mundo de cosas inexistentes, sino de mundos enteros—? Porque Enrique Servín amaba las buenas historias, sobre todo aquellas en las que la imaginación jugaba un papel central —quizá él me objetaría que no hay buenas historias sin imaginación—. Al modo en el que Alonso Quijano, en las primeras páginas del Quijote, que le dio por escribir, continuar o terminar las aventuras de los caballeros que leía, así Enrique Servín tomó de las más diversas tradiciones elementos con los que fue construyendo un libro de cosas que no existen.
Creo que la mejor explicación que puede tenerse la ofrece Enrique Servín, en voz de Nirwúh el Viejo, uno de los personajes-autores que pueblan esta obra en Las pavesas de los sueños:
Abundan, por supuesto, los deseos materialistas y banales, al igual que los sueños caóticos y descabellados; pero también es posible descubrir maravillas de la imaginación subconsciente, pesadillas asquerosas, vislumbres de mundos mucho más bellos que el existente, párrafos impecables que podrían configurar hermosas antologías: verdaderas joyas de sueños.
El libro de las cosas que no existen es una antología de otras obras, de soñarios, de libros de historia, de bestiarios. Colmado de imaginación y habiendo abrevado de las más diversas tradiciones de la literatura Enrique Servín tuvo que construirse más voces que la propia —al modo de Pessoa y sus heterónimos, pero también de Cervantes que hace de Cide Hamete Belengeli el autor de su Quijote—. Hay un desdoblamiento de voces: cronistas, historiadores, novelistas, poetas —líricos y épicos—, gramáticos, mitógrafos, geógrafos, botánicos, zoólogos son los autores de las piezas que componen este libro de libros.
La compilación ha sido uno de los armadores de obras a lo largo de la historia, Enrique la utiliza de modelo para entretejer este compendio de la imaginación. Es heredero de Schwob, de Borges, de Rabelais, de Laurence Sterne, de Calvino, de Angélica Gorodischer, de Le Guin, de Pavić, pero también de la vasta tradición oral, no es casual que introduzca la fórmula para contar historias, que podría ser el inicio de no solo una de las piezas sino de todo el libro en la nota al inicio de El hombre de la buena suerte:
“Hubo (y tal vez nunca hubo), hará más de mil años”: fórmula habitual con la que comienzan los cuentos de hadas en el idioma kashugo.
Y como está hecho de otros libros, de otras obras, también lo está de otras lenguas, como el kashugo arriba mencionado, pero también muchos más como el ugario, el lario, la lengua kenaria occidental y la oriental, el dabro antiguo, el müsk, la lengua dúmar, el sázbar histórico, el naxxég (o nashego), el wrtanno, el malherbí, el katsi, solo por mencionar algunas. El amor que Servín le tenía a la expresión humana, a todos sus idiomas queda de manifiesto en la invención lenguas, algunas verdaderos conlangs cuyas frases, o explicación de su funcionamiento presenta.
La obra está dividida en tres partes: El libro de los nombres, Los libros de las lenguas que no existen, Abecedarios de posibles universos. La primera parte es la más extensa y recorre geografías y hasta mundos que arrebatan el aliento —Tamássaran con su multitud de lunas y conjunciones que hacen ríos flotantes y mueven montañas—, campanas gigantescas hechas de oro, peñas flotantes, monumentos hechos de luz, y bestias salidas de los sueños que, sin embargo, en sus mundos tienen sentido y son explicadas en términos naturales, así sea un árbol cuyos frutos son ángeles—aquí Servín más que hacer literatura fantástica hace ciencia ficción: plantas y animales fantásticos que son explicados en términos de la botánica y la zoología; lo que lo emparenta con lo que han hecho escritores como Ken Liu o Ted Chiang, aunque sus obras no las llegó a conocer—. Los libros de las lenguas que no existen es el apartado más literario, donde se exploraran no solo las lenguas que inventó sino la poesía que en ellas se ha cantado, las historias que ellas se han contado, sus propios géneros y las particularidades de ellos. Por último, El Abecedario de posibles universos es el más corto, un abecedario cortado que, sin embargo, da cierre al Libro de las cosas que no existen.
Cabe aquí hacer una aclaración: muchas de estas narraciones participan de la convención de la literatura fantástica de lo fragmentario, así se pueden encontrar historias que “terminan” en una coma, otras que señalan la ausencia misma. Como he señalado, la obra ya estaba terminada más de una década antes de su muerte, los textos que parecen inconclusos lo son de forma intencional, como apuntan ciertos detalles en la obra misma, esa condición fragmentaria añade belleza y misterio a los textos, como la rota ánfora ática que muestra apenas una parte de una escena y corresponde a quien la observa completarla; participa en lo que en las últimas décadas se ha dado en llamar literatura ergódica, la construcción de la obra nunca es definitiva, siempre está en construcción con cada lector a quien corresponde completar lo que falta, imaginar el brazo que carga la manzana de la Venus de Milo.
Enrique Servín no pudo ver impresa su obra, pero, estoy seguro, pensó en sus lectores, como el constructor de Las catedrales de árboles pensaba en quienes la verían terminada:
Tratándose generalmente de un anciano, sabe muy bien que no alcanzará ver la catedral en pleno funcionamiento, pero esto no merma el amor y la pasión que le dedica al diseño original. Por el contrario, la imagina completa, más bella y más grande de lo que tal vez nunca habrá de ser.
Nos corresponde a nosotros completar este libro de libros, no agregándole una sola palabra sino leyéndolo, trayendo a la existencia de nuestra imaginación los seres que habitan este Libro de las cosas que no existen.
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Enrique Servín (Chihuahua, 1958-2019) fue un políglota, poeta y antropólogo que se dedicó a la formación de escritores, a la preservación de las lenguas indígenas, al aprendizaje de los idiomas y a su propia escritura. En 1994 obtuvo el Premio Chihuahua en poesía, en 2014 el Banff Centre lo galardonó con el Premio Linda Gaboriau de Traducción Literaria. Publicó Ralámuli Ra’ichábo! ¡Hablemos el tarahumar! (Ichicult, 2000), El agua y la sombra (UACH, 2003) con el que obtuvo el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares en 2004; Anirúame, Historias de los tarahumaras de los tiempos antiguos (Secretaría de las Culturas y las Artes de Oaxaca, 2015) con el que en 2014 obtuvo el Premio Internacional de Mito, Cuento y Leyenda Andrés Henestrosa; Cuaderno de abalorios (Aldus, 2015), entre otras obras. Su obra ha sido traducida al inglés, francés, catalán, noruego, hebreo, griego y al tarahumar.