No puedes cometer
Dos veces el mismo error
La segunda vez será
Por elección
E. Bunbury (Prisioneros)
Cuando estilaba el running como parte consustancial de mis días, hubo cierta etapa donde me obsesionaba con algunas letras, alguna música que luego repetía de forma constante, muchas de las ocasiones sin reparar conscientemente en el contenido de la misma y sin buscar tampoco alguna explicación a mis obsesiones musicales. Solo me decía a mí mismo que eran ritmos que ayudaban a mis procesos deportivos, aunque muchas veces los propios ritmos no invitaran ni incitaran a la intensidad de los mismos.
En esta etapa, escuché hace algunos años varias canciones de Mon Laferte, que luego, poco después, volvía a escuchar, aunque ya intercaladas con la música de mi preferencia para el deporte, principalmente rock. El caso es que, entre las tareas académicas que absorbían gran parte de mi tiempo y pensamientos, y la repetición constante de esta música, un día en el que no pude conciliar el descanso, tuvo lugar el sueño relatado a continuación.
En una fiesta, estaba con diversas personas conocidas. Nos acompañaba una pareja, los cuales, a su vez, tenían un par de vástagos. La mujer que nos acompañaba no tenía el rostro de la persona que sabía que era, sino que se presentaba con el rostro de una mujer a la cual conocí formalmente un par de años atrás junto a su pareja. Yo representaba a un psicoanalista reconocido. La mujer tenía resistencia a acercarse a mí; todo indicaba que se encontraba en crisis. Por su parte, su pareja se había alejado a beber con sus amigos dentro de la misma fiesta.
Por fin se acerca apresuradamente a despedirse, y a rajatabla le pregunto si le puedo ayudar en algo o si hay algún problema con su esposo, con el cual, dicho sea de paso, jamás estrechamos lazos de amistad. Con lágrimas mueve su cabeza diciendo que no, pero ya debe retirarse. En eso la veo hablando por celular con su marido, donde se sugiere que le está diciendo que ya se va. Su intención: llevárselo y que no se siga emborrachando.
Entonces veo un carro con la cajuela llena de cerveza y hielo. Suena más claramente un pedazo de una canción de Laferte, resonando la estrofa de “no me grites por favor, de nuevo hueles a licor” (2015, Pista 1).
La mujer vuelve a despedirse y vuelvo a insistir si le puedo ayudar. Insiste en negar la disputa, con los ojos cada vez más llenos de lágrimas. Su cabeza dice que no, pero entiendo la situación perfectamente. En eso despierto. Trato de descifrar y darle sentido al sueño.
Cuando trataba de recuperar el contenido manifiesto del sueño, seguía sonando en mi cabeza la estrofa de Laferte. Luego recordé cómo, durante la totalidad del contenido manifiesto del sueño, en el fondo sonaba la misma parte de la letra. Me recordaba a los viejos vinilos cuando se rayaban: repetían incansablemente una parte de la melodía. Una vez dejé anotada esta singularidad del recuerdo onírico, saqué las deducciones compartidas a continuación.
La mujer que nos acompañaba con su esposo toma el rostro de una pareja conocida apenas hace un par de años. De ambas parejas no existe una relación permanente conmigo. Recuerdo que conocía bien cómo la pareja que aparecía usurpando el rostro de la que genuinamente se trataba duraron algo así como ocho años de noviazgo y, repentinamente, rompieron su relación sentimental. Por las redes sociales me enteré de ello. Ahora se hacen acompañar de otras parejas, sugiriendo haber retornado a relaciones sentimentales por senderos diversos.
De la pareja que nos acompañaba, tendrán cerca de ocho años de casados. Esto coincide con el tiempo del noviazgo de la pareja usurpadora de rostros. Se decía que, como derivado de ya tantos años juntos, su unión matrimonial era inminente, como análogamente se piensa de la pareja que lleva ocho años de matrimonio: ya es indisoluble.
Recuerdo latentemente su mirada de súplica. Al proferir que no le sucedía nada, en verdad quería decir que todo era un caos. La mujer, al igual que en la letra de Laferte, quiere saber por qué se somete. Su mirada lo dice: exige una explicación.
Que exista una cantidad exorbitante de bebida etílica cobra sentido también en la letra de Laferte: la violencia tiene momento cuando el sujeto ha bebido. Pero si la mujer no le ha abandonado, es porque esto sugiere cierta sensación de felicidad desfigurada. Así ha naturalizado cómo se debe de ser feliz. Muchas de estas relaciones tienen un origen en la relación de los padres en la infancia, donde van conceptualizando las relaciones de afecto. Así vienen a reproducirlas de forma inconsciente en la edad adulta, y es, en muchas ocasiones, lo que genera la atracción hacia la pareja: el hecho de poder llevar una relación como la que marcó su infancia y como ha naturalizado el afecto.
Luego viene a mi mente cómo esta estrofa que se repite de forma mantrica está enlazada con muchas canciones de la artista chilena. Y eso que sucede podrá ser superado, ya que nadie más lo amará como ella. Ningún sufrimiento es tan insoportable como placentero.