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El día que el PAN empezó a perder Ciudad Juárez

El 21 de mayo de 1996, en el edificio ubicado en la esquina de 16 de Septiembre y 5 de Mayo, el mismo donde el PAN solía celebrar sus victorias, ocurrió un quiebre que marcaría el inicio del declive blanquiazul en Ciudad Juárez. Aquel día, entre rechiflas y divisiones internas, el presidente estatal del partido, […]

Fractura anunciada: mayo del 96 marcó el declive

Por Antonio F. Schroeder / 2 de junio de 2025

El 21 de mayo de 1996, en el edificio ubicado en la esquina de 16 de Septiembre y 5 de Mayo, el mismo donde el PAN solía celebrar sus victorias, ocurrió un quiebre que marcaría el inicio del declive blanquiazul en Ciudad Juárez. Aquel día, entre rechiflas y divisiones internas, el presidente estatal del partido, Javier Corral Jurado, tomó protesta a Carlos Angulo Parra, luego de haber sustituído a Héctor Mejía. Estaban los ánimos encendidos y la credibilidad del partido en juego.

El PAN, que durante varios trienios había gobernado con fuerza en esta frontera, comenzaba a mostrar señales evidentes de autoritarismo. No se trataba solo de una pugna interna, sino de un parteaguas en la manera en que el partido se relacionaba con su militancia y con su historia reciente de lucha democrática.

Mejía había sido electo en noviembre de 1995 como dirigente del Comité Municipal del PAN. Su pecado fue cuestionar públicamente decisiones del alcalde Ramón Galindo Noriega y evidenciar las fisuras internas del partido. Su remoción no fue bien recibida. La mayor parte de la militancia vio en el acto un atropello a la democracia interna. Mientras en Juárez se le tomaba protesta a su sucesor, Mejía viajaba a la Ciudad de México para inconformarse ante la dirigencia nacional.

Javier Corral, flanqueado por César Jáuregui —hoy fiscal del estado—, justificó su decisión como un mal necesario: “No optamos entre el mal y un bien, optamos entre el mal menor… para evitar riesgos de que el conflicto tome otras dimensiones que arriesguen sus propios triunfos”, dijo ante la prensa. Sin embargo, el ambiente en el segundo piso del edificio panista era tan hostil, que Corral no pudo leer el acuerdo completo y apresuró la toma de protesta en apenas unos minutos.

Entre los presentes, las reacciones fueron divididas. El entonces diputado federal Manuel Espino Barrientos y la regidora Elsa Díaz de Almeida criticaron con dureza la decisión, acusando excesos e interpretaciones arbitrarias de los estatutos. El diputado estatal David Rodríguez fue más directo: “deberían asumir las consecuencias de ese riesgo que significan las elecciones federales de 1997”. Otros, como la diputada Clara Torres y Miguel Agustín Corral, aplaudieron la medida como necesaria para preservar la armonía interna.

El gobernador Francisco Barrio también respaldó la decisión, convencido de que el conflicto quedaría superado de cara al proceso electoral del año siguiente. Pero la herida ya estaba abierta, y lo estaría por años.

Ese día se evidenció una verdad incómoda: los intereses dentro del PAN no se medían con la misma vara. Algunos podían criticar sin consecuencias; otros, como Mejía, eran castigados por disentir. Y de eso la memoria partidista es testigo. En 1992, durante la toma de protesta del entonces alcalde Francisco Villarreal, el dirigente municipal Sergio Hayen Chávez orquestó una emboscada política con pancartas y reclamos sobre nombramientos en Seguridad Pública y una supuesta traición a los principios doctrinarios. El Comité Directivo Estatal guardó silencio entonces. Coincidían con ese grupo. No hubo destituciones ni llamados a la unidad.

En contraste, la caída de Mejía dejó una estela de desencanto. Lo que para algunos fue una decisión pragmática, para muchos otros significó el principio del fin. Las voces de advertencia no se hicieron esperar. Incluso el histórico panista Luis H. Álvarez, de visita en la ciudad, se reunió con el alcalde Galindo para recordarle que el diálogo debía estrecharse, no sofocarse.

La escena de aquel 21 de mayo, además de ser una anécdota de pasillo, fue una muestra clara de cómo el PAN empezaba a alejarse de sus bases y a ensimismarse en decisiones cupulares. La figura de Mejía, convertido en disidente, pasó a simbolizar el costo de pensar diferente dentro de un partido que había surgido, precisamente, como una oposición democrática.

Veintinueve años después, la memoria de ese episodio sigue latente. No solo porque marcó una ruptura generacional y política, sino porque prefiguró la pérdida del control panista en la ciudad. El autoritarismo del PAN y de Javier Corral, hoy morenista, aunque llegó envuelto en discursos de unidad, cobró factura unos años después.

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