No son sus voces, aunque a muchos provoquen risa. Tampoco la música, porque hay corridos tumbados con arreglos que ya quisieran bandas de jazz, rock o de otros géneros. El problema son sus mensajes.
Esta semana, la presidenta Claudia Sheinbaum, en un gesto que podría considerarse tan audaz como ilusorio, anunció una campaña para transformar el contenido de los corridos tumbados, esos que se nutren de la violencia y la exaltación del crimen, y darles un giro hacia temas más “positivos”.
En conferencia de prensa, la mandataria desgranó la estrategia que verá la luz el próximo 7 de abril, con la participación de productoras y promotoras de México y Estados Unidos. El propósito es claro: cambiar la música mexicana, en particular los corridos tumbados, para erradicar la glorificación del crimen organizado y la violencia de género. Una empresa titánica que desafía no solo la lógica del mercado musical, sino también las raíces profundas de una cultura que se ha tatuado en el corazón de los adolescentes.
“Lo que vamos a presentar el 7 de abril está muy interesante porque es cambiar completamente la música mexicana. Vamos a darle una vuelta, que haya corridos tumbados, pero que hablen de otras cosas, que no hablen de violencia ni de ese trato que se da a las mujeres en las canciones”, explicó Sheinbaum.
El contenido de algunos corridos tumbados no se anda con rodeos: drogas sintéticas en primera persona, consumo normalizado, narcotráfico como proyecto de vida. Y sus intérpretes —con voces que desafían la afinación— han hecho de la narcocultura un soundtrack generacional. Peso Pluma, Natanael Cano, Junior H y compañía han convertido el corrido en aspiración, en mito juvenil donde los lujos son de fantasía y las hazañas, puro guion de videoclip.
Los llamados “alucines” desfilan en redes con armas de juguete y réplicas de fusiles, remedando lo que ven en los videos, en busca de identidad en hogares ausentes. Especialistas advierten que esta combinación de desatención familiar y música que celebra la impunidad fermenta en TikTok con la eficiencia de una maquila.
Algunos dicen que la respuesta está en la cultura y la educación, en transformar hogares y escuelas. Pero claro, los cambios profundos requieren tiempo, y mientras tanto, la apología del narco sigue en rotación, con millones de reproducciones y la audiencia entregada al beat de la ilegalidad.
Insisto, el problema no es la música, sino la letra. En un país con cientos de miles de asesinatos, no es nada beneficioso que los corridos tumbados vendan la imagen del narcotraficante como un ícono aspiracional, una versión de éxito cimentada en sangre, corrupción y dolor.
Peso Pluma, por ejemplo, no necesita disfrazarse de trovador moderno del Cártel de Sinaloa; la etiqueta se le ha adherido sola. En enero pasado, no fue un rumor de pasillo ni un tuit incendiario lo que lo puso en la mira, sino una advertencia a la vieja usanza: volantes arrojados desde una avioneta sobre Culiacán, donde se le señalaba —junto a otros influencers y músicos— como parte de una red de lavado de dinero para la facción de Los Chapitos dentro del cártel.
Y no es que sus canciones requieran un análisis hermenéutico propio de un seminario literario. No hay metáforas crípticas ni referencias veladas. Canciones como Igualito a mi apá, El Azul, El Gavilán y Siempre pendientes no necesitan exégesis alguna. Basta con leer una línea para entender la glorificación del crimen en alta fidelidad.
«Y pa’ chambear con don Iván / Soy de la gente del Chapo Guzmán / No me muevan que me puedo enojar / Y me les presento, soy el Gavilán».
Y mientras en México se discute si este tipo de música es un problema de seguridad o un mero reflejo de la realidad, en Estados Unidos ocurre el eterno doble discurso desde hace tiempo. En 2023, Peso Pluma canceló un concierto en Tijuana tras recibir amenazas, pero al mismo tiempo se presentaba en The Tonight Show Starring Jimmy Fallon y aparecía en la lista de los 100 líderes emergentes de Time, como si en lugar de cantar sobre capos y fusiles, promoviera energías renovables.
El fenómeno no es nuevo ni exclusivo de Peso Pluma. El cantante de corridos tumbados Chuy Montana fue asesinado a balazos en febrero de 2024 en Tijuana. Su cuerpo apareció a un costado de la carretera con signos de violencia, un epílogo tan predecible como las letras que cantaba.
En una de sus canciones, Empresa SM, la narrativa es la de siempre:
«Vida como en cine y no se arrimen, no se me alucinen / No cometo crimen, me mantengo humilde / Que tres cantones los compré al Cha-Cha».
No hace falta ser Sherlock Holmes para suponer las razones de su asesinato.
La pregunta es inevitable: además de combatir el narcotráfico, ¿cómo se erradica la narcocultura? Porque algunos los corridos tumbados son parte de ambos espectros. Y ahí está el dilema.