6to Terremoto, Marraquech, Al Hauz, 31.16N 8.13O
El mayor terremoto reciente de Marruecos, 6.8 de magnitud, junto con sus réplicas, deja 2.862 muertos y enormes pérdidas materiales.
Si bien el seísmo, el más grande en más de un siglo, afectó a la capital de la región, Marraquech, y pudo sentirse en las islas Canarias y la Península Ibérica; es en la zona del Atlas, concretamente en la región Al Hauz, al sur de la capital, donde sus efectos han sido más devastadores.
En esta área, el efecto de los terremotos ha sido catastrófico, de los 2.862 muertos contabilizados, 1.604 son de esta región. Causando además numerosos daños materiales. Sobre todo, en aquellas aldeas que ya estaban afectadas por la pobreza estructural y cuyas edificaciones se habían construido de manera precaria por la falta de medios.
Debido al aislamiento de la zona y a la renuencia del gobierno capitalino, después de 3 días, muchos de los rescatistas voluntarios seguían trabajando sin equipo, perros, ni personal especializado, escarbando con sus manos y algunos aperos de campo sin grúas, ni vehículos de apoyo.
Ante el inmovilismo de la comunidad internacional y la desesperanza de la población, entre los escombros, han crecido cientos de árboles.
En las primeras horas del cuarto día, surgieron de los escombros laureles, pinos, ficus, olmos, álamos, eucaliptos y árboles de mostaza, creando un pequeño bosque capaz de ofrecer a los sobrevivientes refugio del sol.
Después del mediodía, junto a jacarandas y ahuehuetes, surgieron palmeras datileras, almendros, avellanos, naranjos, moreras y manzanos que ofrecían sus frutos a quienes se resguardaban entre los árboles.
Al caer la noche, robles, ocotes, encinas, nogales, abedules y fresnos donaron sus ramas para alimentar las hogueras con que se protegían del frío los damnificados.
Los siguientes días, los improvisados leñadores han visto crecer las ramas cortadas así como regenerarse los frutos, incluso algunos vecinos han logrado reconstruir un molino y han comenzado a extraer aceite de oliva, mientras otros ya secan albaricoques al sol.
De madrugada, a la luz de los fuegos, los sobrevivientes se reúnen. A veces, una brisa trae aromas del desierto y los árboles aprovechan para mover sus ramas, ahuecan sus troncos y dejan que el aire silbe a través de ellos. Quienes se mantienen despiertos, han reportado que los árboles parecen susurrar. Algunos, incluso, creen escuchar el consuelo de los muertos perdonando a los vivos.

José Antonio Pérez-Robleda. Es educador, poeta, filósofo, papá y empecinado cocinero. Accésit del premio Adonais (2014) Que le permitió publicar su poemario Mitología íntima (Rialp 2015). Co-autor del libro Malintzin, la mujer palabra (Laude 2023) y presentador del noticiero de poesía (https://youtube.com/elnoticierodepoesia). Todo lo demás puede verse en sus redes ft tw ig @perezrobleda