LA INTELIGENCIA
Retrato hablado del infortunio
El ánimo del espíritu es resaca de la memoria.
Arrodillado estoy frente al altar de todos mis recuerdos.
En el espejo observo mis ojos
que a su vez comprenden la incapacidad de mis manos por cambiarlo todo.
Vienen a mí, imágenes de otro tiempo:
jaurías y cuchillos que habitan desde siempre esta historia,
cementerios abiertos con la capacidad de enterrar su llanto bajo los huesos,
de sembrar gusanos y abrir espacio para el hambre de las hormigas,
deseos perdidos, nombres, llagas, cadenas, prótesis de la ternura,
la casa como una camisa de fuerza, la rabia como un niño dormido.
La edad murmura
que la comprensión es el equivalente más puro del dolor
y ese laberinto en mi cráneo: el único sitio seguro.
Cuando mis labios besan un vientre
besan también el vacío de su ombligo.
Los años repiten que mi nombre está lejos de la permanencia,
que se han de lavar sábanas y cambiar almohadas,
que no hay perfume que perfore las raíces del tiempo,
que esta mano buscará un rostro y encontrará un ladrillo,
que mi corazón es esa hoguera en medio del invierno
a la que a veces el amor observa desde lejos
como lobo que nunca dejará de temer al fuego.
Envejezco, ahora, mucho más rápido que mi cuerpo.
Me abrazo al silencio para no verme abrasado por la demencia.
Respiro.
Estoy seguro de que el abandono transita las avenidas
en que di los más sinceros de mis abrazos.
A través de la fiebre: el sueño.
La anestesia de los días tiene la forma del vidrio y la cadencia del humo;
el líquido atraviesa, contiene, ahoga, canta una canción para los párpados,
la niebla se desprende como palabra que solo puede entregar ceniza.
Si mi voz alcanzara el olvido podría mi lengua abandonar toda su amargura.
Sin embargo,
amo a mi familia tanto como ellos pueden llegar a odiarme,
entiendo a esta tierra tanto como ella podría llevarme al exilio,
busco asilo en el aliento que más tarde escupirá mi nombre,
y acuesto mi dolor, conscientemente, en los recintos que mi cráneo
tiene para él.
(De ‘‘Los instrumentos del Diablo’’. Inédito)
EL DESEO
La pareidolia explicada a través de sí misma
Una vez superado el espejismo
la humedad significa llanto y deseo.
Sus labios escriben en mi pecho,
futuras navajas con las que habré de separar en sílabas
toda la verdad.
Vulnerable y firme,
desarmado como cualquiera al interior de la madrugada,
tengo triste y segura la certeza
de que no es mi rostro el del último hombre que amará.
Hemos nacido para nacer lejos de nosotros mismos.
Gira, aspa de niebla, sincronizando mi sombra con tu ausencia,
canta esta última canción para ese que has imaginado,
evapora tu aliento en la azotea de mi voz,
y siéntate conmigo a vernos jugar en la distancia.
No llames ‘‘amor’’ a esta herida tuya sobre mis labios
ni escribas «necesidad» con la misma letra con que acaricias otro cuerpo.
Mis ojos ya no se ocultan en aquel recuerdo de los tuyos;
ese temblor que habitaba tu sangre
es ahora retrato-gemido-lejano de nuestras mejores noches.
La fragmentación como el rostro más preciso de nuestra sombra.
La búsqueda de la verdad como la más honesta de las mentiras.
Hay un prisma a través del cual reconstruimos una imagen nunca existente,
pero, amor —antiguo y siempre nuevo— observa al mar besar nuestros pies,
y entrecierra los ojos una vez estén llenos de arena,
y dime que no son sino nuestros rostros los que se disuelven en la espuma.
Ahora lo sé: no hay mayor belleza
que la posibilidad de encontrarse en medio de las cosas inútiles.
Por lo tanto,
retrocedo una página
y vuelvo
a leer este poema.
(De ‘‘Los instrumentos del Diablo’’. Inédito)
MARÍA
María entrégame tu corazón entre la niebla
tu palabra lluviosa & de entraña limpia
(Permíteme asistir a este ritual para el que siempre es tarde)
Hoy tengo ausencia empozada entre mis dedos
demasiada herida amanecida entre mis horas
(Mi llama es una blasfemia cuando no toca tu cuerpo)
¿Quién habrá de nombrarte con una lágrima en la tierra
con la fatiga de los días rompiendo palabra como a columna?
No te espera mi beso sino desde la soledad
no te abraza mi sombra sino desde otro cuerpo
no se abre furioso mi pecho sino como una rosa
Roja plegaria eres a través de mis ojos
(Cuando mi boca nace donde termina tu sexo)
(De ‘‘El libro del Carnero’’)
ARS POÉTICA
Franja de niebla para encontrar las palabras.
Detrás de la espina: la ternura de la sangre.
Inútil el cadáver sin sus larvas,
sin el blanco ritual que celebra la rosa.
Al pronunciar la rosa
todo su aroma desaparece,
al preguntar por el color del silencio
todos los ruidos encuentran una lengua para morder.
Yo no quiero deletrear la cruz
para que sientan los clavos;
si digo la manzana
espero que se vean mordiendo a la serpiente.
(De ‘‘El libro del Carnero’’)
EL FIN DE LA INFANCIA
Where childhood ends, poetry begins
Andrei Tarkovski
Al despertar,
mis labios aprendieron la arquitectura del frío.
Mi amor por el lenguaje
es el amor del río mismo contra las piedras.
Observo estos dedos,
que antiguamente acariciaron un vientre,
que se humedecieron al interior de la noche
en una planicie confusa de fiebres y costumbres.
Observo estas manos, estas uñas, esta pareja de sombras,
que en algún momento reposaron en las espaldas de mis amigos,
que sostuvieron el rostro más inocente de mi hermano,
que se apretaron con tanta seguridad al brazo de mi madre.
Se me diluyen los ojos
y mi lengua es un tren descarrilado,
un músculo en que la palabra intenta comprobar la flexibilidad del signo.
Ha llegado hasta mis huesos el final de la infancia.
Se evaporan todas las lágrimas,
se desdibuja la seguridad del día siguiente.
Con tu corazón no termina mi sangre;
lo repito y balanceo esa cordura que besaron tus labios.
Con tu corazón no termina mi sangre;
repito y limpio una lápida vacía para recibir cualquier nombre.
Con tu corazón no termina mi sangre;
digo, y guardo el rostro de aquel niño que fui.
Pasarán los años.
Alguien celebrará, este-mi-dolor con un beso
y dirá que mis palabras tienen la misma edad que mis ojos.
Desnudo su cuerpo frente a mis manos,
olvidaré por unos minutos que llegué a escribir este poema.
Rodará mi cabeza colina abajo de mis venas
como un dado multiforme para marcar mi suerte,
y mi corazón estará alejado de mi corazón,
y mi carne será prudente al conversar con el fuego.
De cara al insomnio
el hombre que fui será abrasado por mis canas,
y la tierra que seré: pisoteada por la diminuta huella de algún niño.
Pasarán los años, digo,
sin tener la certeza de cómo envejecerán mis palabras,
o en qué manos amanecerán estas hojas,
si amarillentas y llenas de polvo serán encontradas,
si el hijo de alguien recogerá este libro
como quien recoge un gusano pequeño y energético,
que se retuerce,
parecido a una lengua extinta,
y del que no sabe, ni sospecha,
cuánta muerte lleva en su interior.
Pasaré, estoy seguro,
como han pasado frente a mis ojos: estos 28 años de infancia.
(De ‘‘Revólver’’)
NOCTURNO DEL TIEMPO
Abrazo a la espiga del tiempo,
mi cabeza es una torre de fuego.
Adonis (Ali Ahmad Said)
Al filo de la madrugada
yo besaba a una mujer distinta;
era mi corazón una caries
en la dentadura invisible de la noche,
mis manos
otra forma de nombrar la inercia.
En medio del desierto
mastiqué la arena e imaginé tu cuerpo
tu cuerpo que es caricia en el bostezo más lejano de la sed.
En medio de la sequía, del cactus,
al otro lado del espejismo:
todos los cristales contenían un lenguaje
semejante a la coreografía que aprendieron nuestros labios.
De allí,
que mi boca fuera sorda ante otras bocas,
que mi lengua ciega frente a otra saliva,
que la nieve recorriera mis manos si no encontraba tu cintura.
Estás, de nuevo,
diminuta, caminando sobre mi pecho,
descalza en contra de la memoria,
huyendo
de la última sonrisa que te pudiera encontrar.
Más adelante,
el amor es una fractura en la sangre,
un coágulo oscuro hecho de nombres,
una bandera que yergue su orgullo en el fracaso,
un poema recurrente que no termina de dibujarse frente al mar.
Te veo sonreír, lejana, ante la tumba de todas las promesas.
Allá adentro, sólo el insomnio es capaz de reconstruir tu desnudez,
y regresar hasta mi ternura: esa última lágrima que recostaste sobre mis dedos.
A lo que resta de mi voz la habitan los perros,
y es mi boca una ciudad que se abre contra el vacío,
una catedral en que nadie podrá volver a doblar sus rodillas.
Este amanecer de cuchillos lleva tu nombre,
y es apenas perceptible el aroma en que los días
terminaban con mi tacto inaugurando tu respiración.
Te veo escupir la mañana
asomada en el abismo de otra sangre.
En esta página
he calcado esa memoria
que buscarás sepultar bajo toda la espuma,
en medio de los vasos que anegan tu reflejo.
De esto habló en algún momento la ceguera;
el oro de los tigres es una doble silueta que se apaga,
una invertebrada carretera en que nacen los sismos,
una luminosa lengua de serpiente devorada por la noche.
Esto es lo que se pierde entre el ojo y la página
entre la palabra y el vientre que se ha escrito
cuando todas las luces, finalmente se apagan.
(De ‘‘Revólver’’)

Josué Andrés Moz: (1994, San Salvador, El Salvador). Poeta, guionista, narrador, corrector de estilo y gestor cultural. Ha publicado: Carcoma (2017), Pesebre (2018), Babel (2020), El libro del Carnero (2021/2024), Revólver (2023), Crac[K] (2023). Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés, italiano, árabe y francés.
En los últimos años ha participado en congresos, ferias del libro y festivales de literatura, entre algunos de ellos: Festival Internacional de Poesía de Aguacatán (Guatemala, 2018), Primer Encuentro Centroamericano de Escritores «Edilberto Cardona Bulnes» (Honduras, 2018), Primer Congreso Centroamericano de Literatura (USAC, 2019), trigésima edición del Festival Internacional de Poesía de Medellín (2020), ANTIFIL (2021), 15vo Festival Mundial de Poesía de Venezuela, FilXela (2022-2023), Feria Internacional del Libro de Honduras (2023). Actual coeditor de la Revista Ars poética 1970.
Ganador de la »XV edición del premio centroamericano de poesía Ipso Facto» (2025), y ganador del «IV Concurso Transoceánico de Poesía Homenaje a Claudia Lars» (2025).