Lo que parecía un momento de consolidación para el movimiento antirreeleccionista tras la victoria en Bauche estuvo a punto de convertirse en una fisura irreparable. Un desencuentro entre Pascual Orozco y representantes de la Junta Revolucionaria encabezada por Francisco I. Madero derivó en un clima de desconfianza que no solo debilitó la cohesión insurgente, sino que provocó incluso una orden de aprehensión contra el propio Madero y Abraham González.
La Estación Bauche, ubicada a unos 18 kilómetros de Ciudad Juárez, había sido escenario de una batalla clave en abril de 1911. Las fuerzas maderistas, apoyadas por Francisco Villa, derrotaron a las tropas federales.
De acuerdo con el libro Rebelión en la Revolución. Chihuahua y la Revolución Mexicana (1910-1915), de Pedro Vidal Siller, tras la batalla de Bauche, Orozco llevó a sus hombres a las lomas del poniente de Ciudad Juárez y estableció un campamento en Rancho Flores, a la orilla del río Bravo, justo frente a la fundición de la Asarco.
Hasta ese sitio, añade Vidal, comenzaron a llegar comerciantes, integrantes de la clase media y familias humildes que veían en los insurgentes la esperanza de un cambio. Los reportes de seguridad de la época registraron incluso la detención de personas sorprendidas llevando víveres a los rebeldes: dos canastas, un pantalón, un par de huaraches y otros objetos menores, prueba del respaldo popular que comenzaba a cimentarse.
El gobierno mexicano observaba con inquietud ese flujo de provisiones. Desde la embajada en Washington se elevó una protesta formal por lo que consideraba una violación a la neutralidad estadounidense. Pero la respuesta de ese país irritó aún más al régimen porfirista: no se configuraba ninguna falta a la ley y el paso de alimentos permanecería abierto, según publicó el periódico Mexican Herald, crítico del maderismo y cercano a los intereses de inversionistas extranjeros.
Mientras tanto, la tensión aumentaba en el propio movimiento revolucionario. La Junta Revolucionaria, presidida por Madero desde su llegada a Juárez el 3 de febrero, decidió sin mayor formalidad que Orozco quedara bajo las órdenes de Eduardo Hay y de Giuseppe Garibaldi. La instrucción cayó como un agravio entre los combatientes chihuahuenses, particularmente entre los cercanos a Orozco, quienes la interpretaron como una imposición de citadinos sobre hombres de la sierra.
El encuentro entre ambas partes en el campamento fue cortés, pero áspero. Garibaldi describió a Orozco recortado contra el fuego, ofreciendo café mientras dejaba ver una hostilidad contenida. Cuando Hay le pidió actuar bajo órdenes directas de la Junta, la desconfianza volvió a aflorar. Los oficiales orozquistas, atentos al diálogo, tampoco querían ceder su autonomía. El resentimiento hacia los “líderes hechos en la ciudad”, como los describía Garibaldi, flotaba en el ambiente.
Orozco terminó por decirlo sin rodeos: lucharían por la misma causa, pero a su manera. Y, señalando a sus hombres, dejó caer una frase que marcaría el distanciamiento: “Yo no tengo nada que hacer con esos dandies”. Pese a la fricción, no hubo ruptura definitiva; se acordó que las fuerzas orozquistas regresarían a Casas Grandes para esperar instrucciones posteriores. En una carta a su esposa, Orozco dejó ver su molestia hacia los capitalinos, a quienes describió como “un grupo científico” que pretendía dirigirlos.
Mientras los insurgentes intentaban recomponer su coordinación, un nuevo problema surgió al norte del río. Las autoridades estadounidenses, irritadas porque el movimiento no había tomado Juárez en la fecha que esperaban, emitieron una orden de arresto contra Madero y Abraham González, firmada por el comisionado George G. Oliver. Para ellos, el maderismo comenzaba a parecer más una guerrilla ingobernable que un movimiento político organizado.
El conflicto interno, sumado a la presión externa, puso al movimiento revolucionario al borde de un quiebre. Aunque la orden nunca se ejecutó y la revolución continuó, el episodio reveló que las tensiones entre facciones y las decisiones precipitadas podían poner en riesgo no solo la estrategia militar, sino el propio liderazgo de Madero en los meses decisivos de 1911.

