¿Qué escritor no deriva, desde sus predicamentos irresueltos más profundos, la metáfora que le dará curación? Me refiero, desde luego, a la posibilidad de contemplar con claridad, desde todos los ángulos y sin descartar su multiplicidad significativa, la propia existencia, incluso la vida misma en términos de mayor amplitud que la estrictamente personal, los vericuetos, abismos y felices plenitudes que se hallan en algún recoveco a la espera del descubrimiento (que, dicho sea de paso, no siempre se da, quizás porque se encuentra en la búsqueda misma).
El libro de Kenia me sugiere justo esas preguntas vitales que W.B. Yeats se planteó ante un acantilado- y con ellas respondió para el mundo- en “El hombre y el eco”, lo que en verdad significa tener un secreto, “guardar” un secreto o gritarlo a los cuatro vientos. Las interrogantes quedan a flote en el aire, pues la roca no le ofrece soluciones distintas a las que emitieron sus propias palabras. En ellas se cifra todo, en las preguntas y respuestas entrelazadas que él emite, y en lo que la realidad, por cuenta propia, replica, sin lógica predecible: “¿Acaso mis palabras agregaron peso al cerebro devanante de aquella mujer?” No hay un sí o un no que responda o balbucee, sino totalmente otra cosa lo que se escucha ahí: “Recuéstate y déjate morir”.
Según lo concibo, un predicamento es una especie de tumor, algo que, por el hecho de estar encerrado en sí mismo, sin posibilidad de respiración, de ventilación, va creciendo en busca de ella o de luz sin lograr alcanzar esa meta tan deseada. No es una isla. En realidad, ese país real, Austria, resulta una metáfora perfecta para la clausura geográfica; posee lagos y nieve que desde sus montañas se derrite cuando el clima cambia. Sin embargo, no cuenta con puertas/puertos que le ofrezcan una escapatoria de sí mismo. Es un sitio que por su condición se ve obligado a convivir, al igual que la persona que, de pronto, se ve desprovista de la protección de sus progenitores. Se trata de una situación humana que yo, en lo personal, conozco y por tanto sé con qué nombre designarla: orfandad. Que, tomada en serio, cuenta con un sinónimo: abandono.
El título de este nuevo poemario de Kenia, con todo lo enigmático que pueda parecer, algo nos dice del nudo principal, de manera que todos los poemas al interior asumirán con naturalidad su condición de hilos de una tela. Ella parte de un país, un territorio concreto, absolutamente encerrado en sí mismo, a diferencia de tantos otros lugares del mundo que al menos ofrecen una zona de escape marítima. Ese territorio, simbólico si se quiere de lo incurable, encierra a una persona a quien diariamente hay que adoptar, a quien diariamente hay que proporcionar esas salidas que su lugar de origen, Austria, no le ofreció: al Austro, viento del sur inicial, hay que oponer el Bóreas del norte en busca de equilibrio, un equilibrio emocional. Para que estas fuerzas dialoguen en busca de equilibrio, antes deben curar sus heridas, cosa que la autora logra con “palabras aromáticas”, preguntas a su capota que en el fondo son dudas. Sabe, claro, que lo mejor no es la elaboración intelectual sistemática del adulto que ve en ella la tabla racional de salvación, sino la espontaneidad infantil que va al grano: ciertamente, la mente del niño es fuente inagotable, manantial metafórico ante la realidad, su espejo original. Los pequeños son poseedores de esta maravilla, y además capaces de compartir sus hallazgos y abrirnos de nuevo los sentidos a la increíble cantidad de maravillas encerradas en nuestra vida diaria, en nosotros mismos. Siempre lo harán por vía de la palabra no limitada a un significado. Con estos ojos leemos que “devoción” engloba “duelo”, y “duelo”, “devoción”. La voz cantante regalará “la salud del decir”.
El tesoro de Itchiku Kubota
1
No sólo a los niños les gusta buscar tesoros.
Las indicaciones de lo secreto.
Atravesar un kimono bordado que dejó la madre,
convertirlo en umbral, puerta de entrada.
Los tesoros soplados por el aire,
lo que no se atrapa en ningún ensamble de papel
ni de palabras.
La atención de lo que reúnes:
religión.
Postura ante lo divino.
Tesoros que sólo Ella concibe.
No podrías ni en siete historias definirlo tú sola.
Lo que brilla sin estar sujeto a nada.
Resplandor silábico.
Ir acercando piezas y pasar como un soplo por ahí.
2
El cielo provisional
lo que bebe el colibrí de las flores más altas.
3
Tu madre visitó el Museo de Itchiku Kubota.
Podemos imaginar que después de ver algún tesoro entre vitrinas,
salió a contemplar la punta del Monte Fuji.
Donde detenemos la mirada ahí está el tesoro.
¡El tesoro encontrado! Lo que mira el ojo interior.
También hay tesoros enterrados en el oído.
Regalos que no alcanzamos a ver.
Los objetos sólo proponen elevar oraciones.
Con cuál devoción habrá Kubota
cocido, bordado, teñido la seda,
sedas que tu madre atesoraba
para que a través de los hilos pudieras entrever el cielo.
Todo este poemario oscila entre la aflicción y la salud, adoptar y adaptar. Y es el arte quien ofrece la cueva de los milagros, justo lo que intenta materializar este libro combinando realizaciones plásticas y verbales que, cosa rara, se hacen muy buena compañía en este caso, sin rivalizar, en total armonía. Tal como igualmente lo proyecta la oscilación entre una canción por todos aprendida en la infancia y su variación adaptada a la voz de Kenia, transformada en preguntas:
Tres elefantes se columpiaban…
¿Cuántos elefantes puede resistir una telaraña?
¿Por qué elegiste justo esa tela para balancearte?
¿Quién fue el primer elefante?
¿La araña estaba conforme? ¿Nunca se enteró?
¡Cuántos niños cantan esta canción!
¿Alguna vez termina?
¿Por qué nos atrae tanto la idea de infinito?
¿Cuáles son las cosas que tienen verdadero peso?
¿Alguna vez pensaste en la fragilidad del lazo?
Para un buen balance hay que reconocer nuestras resistencias.
Me resisto a seguir un proceso burocrático.
La voz de algunos de nuestros parientes me incomoda.
¿Cómo se te ocurrió que Ganesh se columpiara?
El lector no necesita saber cuál es el fondo tradicional, religioso, literario de los personajes que aquí aparecen, pues he aquí lo que logra la poesía: transvasar, pluralizar, simbolizar, significar de múltiples maneras para el buen entendedor.
Acudir a la infancia como enorme manantial de sentido no es gratuito y cobra un sentido especial. Gracias a ella, sea real o lúdica, se intenta averiguar la Verdad por vía de una canción que conduzca al infinito, la continuidad planteada por la pregunta del niño y la repuesta en términos filosóficos; o el planteamiento filosófico respondido por la pregunta del niño. Aquí se trata (y se siente sin ninguna duda) de una escribiente, una cronista que al definirse como tal da a luz, es la madre del poema pese a definirse como la “la extranjera en esta escritura”. Y si es en verdad una extranjera, posee la clara misión de establecer vínculos, lazos entre filosofía y religión, entre preguntas y respuestas, entre los elefantes (las extrañas enormidades) del intelecto y el juego, la quietud y el baile, una Austria tangible, localizable en un mapa cualquiera, y una Austria interior que implica la pregunta: ¿ahí está el destino?
El destino parece estar, de acuerdo con este poemario, en una infancia fragmentariamente viva en todos los seres, una “divina edad que no necesita de los dioses” porque los trae dentro. Acudir a todas las divinidades en pos de certezas, querer que se revelen y floten en ese mar azul que les otorga sentido es hallarlas, es existir, sin darse cuenta, dentro de la señal, ser ella, ser el adoptado capaz de adoptarnos a todos y permitirnos vivir en la edad de oro inicial y final.
Adoptados
Contemplamos la horizontalidad y el vacío.
Adoptados por las voces de nuestras madres de carne y hueso.
Tomadas por un zumbido mayor.
Los guiados por abejas, abejas adoptantes.
Abeja azul de Madagascar:
señala en el verso dónde nos insertamos como hijos.
Nuestra tarea abraza la incertidumbre.
El despertar de una de nuestras madres.
Quizá no es la biológica, quizá no es la de sangre.
Quizá aquella de un ojo engrandecido.
¿Alguna de ustedes pidió una visión amplificada?
Adoptados por una enorme ilusión.
La ilusión nos adopta.
Fuego en el lóbulo derecho, alharaca: Todo debe estar en orden.
Dóciles, fluidos, atentos, nos abrazamos al entorno.
Si nos cambian de habitación, asentimos;
si nos dan algo de comer, probamos;
si nos dicen a dormir, despertamos sueños.
¡Somos los adoptados, no los obedientes!
No hacemos lo que se tiene que hacer.
Practicamos una ley más amplia:
ACTO DE PRESENCIA
Leemos, mientras ella todo lo escribe.
Entibiamos el entrecejo, mientras ella arde millas adelante.
Los adoptados fingimos
mientras ella ejecuta.
Parpadeamos y ella enciende con un solo parpadeo.
Probamos de la fruta que ella ha madurado.
Miramos hacia atrás
y ella es una madre joven de vuelta.
Y dejar que todo se organice en un azul sutilísimo
Nota: Itchiku Kubota, artista textil japonés, quien dialogando con su tradición, recrea una forma de hacer paisajes en los kimonos. El museo que lleva su nombre se encuentra en Kawaguchi—ko en los alrededores del Monte Fuji.
Kenia Cano nació en la Ciudad de México y actualmente radica en Cuernavaca. Algunos de sus libros de poemas son Las Aves de Este Día (2009) con una carpeta visual dedicada a Rodin y Audoubon, Premio Iberoamericano de Poesía Carlos Pellicer, Autorretrato con Animales (2013), Un Animal para los Ojos (2016), Diario de Poemas Incómodos (2017), poemas en prosa junto con un diario intervenido, Parcela Blanca (2023) y Austria no tiene salida al mar (diaria adopción). Forma parte de varias antologías nacionales e internacionales. Poemas suyos han sido traducidos al francés, al inglés y al italiano. Ha expuesto obra pictórica en México, Francia y Estados Unidos. Actualmente es becaria del Sistema Nacional de Creadores de Conaculta. Imparte talleres de Correspondencia entre las Artes. Tiene una maestría en Arte y Literatura por la UAEM, cuyo tema aborda al libro como gabinete de curiosidades. Practica yoga y el dibujo de figura humana.