Querido Jim:
Casi no lo puedo creer, pero en los próximos días cumplirás 81 años. Eso significa que el tiempo pasa para todos, incluso para ti.
Yo soy de los que creen fervientemente que eres inmortal, que sigues vivo; y que, en algún misterioso lugar, quizá las islas Seychelles, te encuentras escribiendo poemas y observando cómo el mundo se cae a pedazos. Seguramente lees las noticias y te carcajeas de lo estúpido que es el ser humano.
Querido amigo, a varios años de tu partida, los críticos hablan bien de ti. Has pasado la prueba del añejo: casi todos coinciden en la importancia de tu propuesta disruptiva. Para la mayoría, en tus poemas descubren a Baudelaire, Blake, Rimbaud, Camus, Nietzsche. Hace poco, Ray Manzarek, ese excelente tecladista que tuviste, afirmó que si Jack Kerouac no hubiera escrito On the Road, The Doors no hubieran existido. Yo estoy completamente de acuerdo: es enorme el parecido de tu personalidad con la de Dean Moriarty.
Y es que ahí está el meollo del asunto, querido amigo: en el San Francisco de tu época, todo era flores en el pelo. ¡Ah, qué flojera! Era necesario que alguien subiera al escenario para mostrar el lado oscuro del ser humano. Tus letras, amigo Jim, rompieron con el simplismo que estaba atrapando a la música de ese entonces y mostraron paisajes inexplorados.
Querido Jim, tu música ha traspasado fronteras. Se escucha en todas partes: fiestas, radios, bares… ¡En Spotify tienes 13 millones de visitas mensuales! En reuniones, después de un churro y una copa de whisky, siempre alguien grita: “This is the end, my only friend, the end”, y corre a poner a todo volumen Break On Through, Riders On The Storm o Light My Fire. Hace poco me enteré, querido amigo, que las autoridades de Florida te indultaron por aquel incidente de marzo del ’69. ¿Lo recuerdas? Subiste al escenario del Dinner Key Auditorium. Mientras el grupo tocaba The End, habías consumido un cóctel de LSD, cannabis y peyote, y, consecuente con el rito, bajaste el cierre de tu pantalón para mostrarle al público tu pene.
También quisiera decirte que, de este lado del charco, se sigue hablando de tu visita a México. Es hermosa la foto en la que apareces junto a la serpiente emplumada. Igualmente, sigue siendo motivo de polémica la crónica que hizo Monsiváis sobre la presentación de tu grupo: “Y se hizo la oscuridad y los ojos se concentraron para iniciar el cobro de los réditos. Y aparecieron John Densmore en la batería, Robert Krieger en la guitarra, Ray Manzarek y, finalmente, al cabo de todo, la leyenda sexual, el sí de las niñas, el superboy de Berkeley, Jim Morrison”. La verdad es que es un texto cargado de desprecio; Monsiváis se burla de ustedes. Pero hay que entender que eran otros tiempos y que, además, al viejo nunca le gustó el rock.
En cambio, Sergio Monsalvo, una autoridad en música, ha resaltado atinadamente la importancia de tu lírica. Señala que esta no se inclinó por la glorificación habitual de la juventud, demasiado simplista e inocente para alguien como tú, instruido en la parte oscura de la literatura. Por ello, tu poesía, en lugar de definir a la juventud, redefinía constantemente su YO, según lo dictaran sus razonamientos. Qué manera de romper los moldes, amigo.
Definitivamente, querido Jim, después de ti, el rock dejó de ser solo diversión. Perdió su inocencia, Monsalvo dixit. Ya no hubo un simple rechazo al tedio derivado de la diversión constante, sino una argumentación sobre el hartazgo de la existencia misma. Ni Beatles ni Dylan. Tu música rompió todos los esquemas, los destrozó. ¡A quién se le podía ocurrir, en ese momento, citar a Edipo y a los grandes poetas oscuros!
Pero también tengo malas noticias, querido amigo: este año han partido John Mayall y el maestro José Agustín. Clapton y McCartney siguen vivos y en la escena, lo cual es admirable, aunque Eric sufre una neuropatía.
Caray, querido amigo, me despido de ti. La noche está muy avanzada y el frío cala en los huesos. Estoy escuchando Una oración americana mientras me fumo un porro, y a través del humo que sale por la ventana, parece que veo tu rostro.
Recibe un afectuoso saludo desde donde sea que estés, mi querido Rey Lagarto.