Bruno Di Benedetto nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires en 1955. Desde 1979 reside en Puerto Madryn, Provincia del Chubut, Argentina. En el 2010 ganó el Premio de Poesía “Casa de las Américas”, con el poemario Crónicas de muertes dudosas, libro publicado en Cuba y Buenos Aires en 2011 por Ediciones en Danza. Ha coordinado talleres de escritura y creatividad para escritores y docentes en diversas ciudades de su país. Como promotor de la lectura, realizó programas radiales y televisivos y publicó artículos en diversos medios gráficos.
-Comenzamos con la pregunta obligada a los poetas, ¿qué cosa es la poesía?
No sé si la poesía es una “cosa”. A través de mis experiencias de escritura, es decir, mis denodados esfuerzos por aproximar el poema a eso que llamamos poesía, he llegado a sentir que es más bien una fuerza, o una energía que se manifiesta a través de ese artefacto llamado “poema”, pero no se limita a éste, sino también a través de otros artefactos: pinturas, novelas, la danza o el cotidiano vivir, en ciertos momentos.
La mejor definición que encontré hasta ahora, leyendo a poetas críticos como Roberto Juarroz y Octavio Paz, por ejemplo, es que la poesía es tratar de decir lo indecible. Algo que la música logra, a veces, con cierta facilidad en contados casos.
-Para quienes no te conocen en México, ¿quién es Bruno Di Benedetto?
Ya quisiera yo saber eso. Lo demás, está en Google.
-Bueno, entonces, ¿cómo te definirías como escritor?
¡Jaja! Creo que jamás me sentí escritor, salvo en el sentido de que empleo palabras para enfrentar esta infinita intemperie que nos rodea. En palabras de René Char: “El infinito ataca, pero una nube salva”. Soy hijo y nieto de campesinos sicilianos semianalfabetos, pero de poderosa tradición oral, que a mediados del siglo pasado inmigraron a Argentina. Así, mi vida inició entre dos idiomas y dos formas de la palabra: la oral y la escrita. Creo que esas tensiones que van del tratar de entender al tratar de ser entendido me hicieron descubrir el filo ambiguo de la palabra, su belleza y su peligro, y el fuego que arde ahí en el fondo. Fuera de eso me he ganado la vida como obrero y como docente. Ahora estoy jubilado.
-Para allá iba, ¿cómo fue tu infancia y tu encuentro con la literatura?
Bien, estamos en sintonía. Como ya adelanté, en casa no había libros, pero sí muchos cuentos e historias contadas alrededor de la mesa o de la estufa. Me fascinaban sobre todo las historias reales sucedidas en ese continente que para mí era un poco de fábula, que es Europa: nací apenas diez años del fin de la Segunda Guerra Mundial, mi padre estuvo en la guerra, fue prisionero, escapó a pie durante veinte días para volver a su casa. Mi madre, embarazada de mi hermana, se encontró en el centro de los bombardeos y cañonazos durante el desembarco aliado en Sicilia. Las historias eran infinitas, y, para un niño, doblemente infinitas.
En la escuela primaria descubrí que me llevaba muy bien con la palabra escrita, pero mi primer encuentro significativo con la gran literatura fue a los siete u ocho años, cuando alguien me regaló dos libros de Mark Twain. Leídos con dificultad y poco entendimiento, es cierto, pero desde ese momento no paré de leer hasta hoy.
Mi encuentro con la poesía tardó un poco más: a mis dieciséis años el músico Luis Alberto Spinetta grabó “Artaud”, dedicado al famoso poeta surrealista. Eso fue descubrir un mundo fascinante, misterioso, bellísimo, aunque inexplicable para mí. Ahí comencé a leer a todos los surrealistas franceses, de ahí a los surrealistas argentinos y sus infinitas derivas, Aldo Pellegrini, Enrique Molina, Roberto Juarroz, Olga Orozco, Alejandra Pizarnik y de ahí me abrí al mundo. Me fascinaron los poetas españoles del 27, y, por supuesto, los enormes poetas de nuestra América.
El último gran encuentro se dio a mis treinta y pico, cuando estudié a fondo la obra fundamental de Jorge Luis Borges: fue como ver El Aleph.
-¿Por qué tus padres migraron a Argentina y no a otro país de América?
Creo que fue porque mi madre tenía dos hermanos mayores en Argentina, a los que les iba bastante bien, comparativamente: Italia estaba destruida. Sicilia siempre fue pobre y sometida a un saqueo de milenios, pero en 1949, Argentina estaba pasando un muy buen momento económico y social, algo que se terminó para siempre en 1955, pocos meses después de mi nacimiento, que también fue saludado por un bombardeo, esta vez en la mismísima Plaza de Mayo, a pocos miles de metros de mi casa natal.
-¿A qué se debió ese bombardeo?
Fue el primer golpe de estado contra el gobierno constitucional de Perón, en junio de 1955. En septiembre los militares lograron su objetivo, y ahí comenzó una destrucción con prisa y sin pausa de la industria y de los bienes comunes de mi país.
Quiero aclarar que no soy peronista, pero la historia no miente: el devenir destructivo es algo que ha sucedido durante toda mi vida.
-Y actualmente, ¿cómo ves la situación económica y política en tu país?
Un desastre, camino a un desastre mayor. Pero es algo que es aplicable al planeta entero. No creo que nuestra civilización sobreviva mucho tiempo más.
-De acuerdo contigo.
Lamentablemente.
-¿Y qué se dice de México por allá, ahora con Andrés Manuel?
Pues depende quien lo diga. Los derechistas odian a AMLO. Los de la izquierda, como yo, lo queremos y admiramos. No puedo hablar por todos mis compatriotas, pero acá a México se lo quiere y se lo admira, también. Personalmente, creo que es un país fascinante y con gente valiosísima.
-Cambiando un poco de tema, como promotor cultural, ¿por qué consideras que es importante leer poesía? ¿Para qué sirve?
Antes de cambiar de tema: el domingo, en un almuerzo con amigos y amigas, alguien comentó el buen trabajo editorial que está haciendo allá Ignacio Paco Taibo II.
-Sí, a pesar de que fue muy criticado en un principio.
Pues ya ves, en todos lados hay detractores derechongos. Bien, vamos a tu pregunta: Creo que la poesía, la verdadera poesía, la que no sucumbe a modas, partidismos, intentos comerciales y de doblegación para que encaje en determinados pensamientos, es irreductible, como aquella aldea gala de Asterix, que “resiste y resistirá siempre al invasor”. La poesía es la aldea y la poción mágica, a la vez.
Claro que es una poción sin efectos mágicos en términos mundanos, no da superpoderes de ningún tipo, salvo uno: mantener el pensamiento fiel a la libertad y la belleza. A lo largo de los siglos la poesía, más allá de vericuetos y laberintos y retrocesos, ha mantenido su rumbo principal: la búsqueda de la verdad a través de la belleza.
La fortaleza de la poesía, y, a la vez, su mayor debilidad, es que trabaja con la misma materia prima que las declaraciones de guerra, las transacciones comerciales y las engañifas diplomáticas: la palabra. Paradójicamente, una de sus fortalezas es su resistencia a ser convertida en mercancía, algo que sufren tal vez en demasía otras artes, como las plásticas, que ha llegado a la perversión de vender por miles o millones de dólares un tiburón sumergido en formol o una banana pegada con cinta a la pared de un museo de arte: inventos del mercado del que viven sanguijuelas varias.
El poeta Guillermo Boido sentenció, con no poca ironía: “La poesía no se vende porque la poesía no se vende”. Es justamente ese tipo de pensamiento especular, filoso, subversivo, no exento de humor, pero profundamente verdadero el que la poesía ayuda a preservar y generar. Por eso hay que seguir luchando para que la verdadera poesía llegue a todas las personas de este desgraciado planeta.
-Y, ¿se puede enseñar a escribir poesía?
Te contesto con palabras de Borges: “La música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético”.
Por supuesto, al leer, uno también percibe los aspectos formales, externos del poema, el ritmo, el uso de adjetivos, la coherencia textual, etc. Pero todos estos aspectos no son el poema, aunque son casi indispensables: lo esencial es la poesía que se asoma a través de las palabras, esa inminencia de lo Real, de lo que no se puede decir. Si mal no recuerdo, en alguna conferencia, el mismo Borges tradujo a lenguaje cotidiano su propia definición: “frente a la poesía uno siente erizarse los pelos de la nuca”. No es una cita textual. Y tal vez acabo de inventarla sin faltar a la verdad ni a Borges.
-¿Cómo es un día ordinario en tu día a día? ¿Qué haces? ¿A qué hora te levantas?
Pues, después de años y años de levantarme de lunes a sábado a las cinco de la mañana, ahora la venganza es dulce: me levanto cuando quiero, a las cuatro, a las nueve, al mediodía. A veces no me levanto: leo, veo películas, ceno y sueño en la cama. También puedo pasar dos días sin dormir, sobre todo cuando me entusiasma un proyecto de escritura o, como últimamente, de carpintería.
Creo que no tengo días ordinarios. Ni extraordinarios. Voy siguiendo, por primera vez, mi propio deseo, hasta donde puedo. Pero como ya soy viejo, mis deseos son bastante pocos, y humildes.
-¿Cómo es vivir en Puerto Madryn?
Pues ahora ya no me llevo tan bien con esta ciudad: es que ha crecido mucho, y no siempre a favor de la mayoría que la habitamos. Pero hubo una época en la que estaba enamoradísimo de este lugar. El amor sigue, claro, pero no es incondicional. Personalmente no me quejo: tengo una casita a poco más de cien metros del mar, todo lo que necesito está a no más de cinco minutos a pie o cinco minutos en auto, tengo pocos, pero buenos amigos y amigas, y aquí nomás comienza el fascinante desierto, que no es desierto en absoluto. La estepa patagónica me sigue fascinando con su silencio y su luz.
-Y ya para concluir, dos cositas: ¿hay algo que te hayas propuesto hacer y aún no hayas logrado? ¿En qué proyecto trabajas actualmente, aparte de la carpintería?
Últimamente no siento deseos de escribir. No sé si es pasajero o permanente, pero no me preocupa. El año pasado estuve a punto de publicar un libro, pero afortunadamente detuve el impulso: hay partes que no me gustan, y prefiero darme un tiempo para ver por qué.
Son muchas las cosas que me propuse y no logré: pero los intentos y los fracasos también son valiosos. Tengo seis o siete libros inconclusos que han sido motor de otros libros. Los cuento como logros, entonces.
He vivido, he conocido el amor y la pasión, ejerzo lo mejor posible mi paternidad (tengo dos hijos, uno de ellos buen poeta), he viajado y conocido algunos lugares esenciales para mí: Sicilia, España, Chile y un par más. Ya no siento la necesidad de viajar. Trato de vivir lo que trae el día, lo que trae la noche: no es mal plan, creo.
-¿Y qué pasó con los Pérez Stromboli? (Risas)…
Ah, ¡jaja! Pues hace mucho que no los visito. Pero ahí andan, haciendo de las suyas.
Bruno Di Benedetto ha publicado Vengan juntos (relatos) y, en poesía: Palabra irregular (Premio Convocatoria Escritores Inéditos, Chubut, 1987); Complicidad de los náufragos (1988); Dormir es un oficio inseguro (Premio Fondo Editorial Chubut, 2003); Country (2009); Nada, (2011); Crítica de la espera (2014) y Cámara de niebla (2015). Sus textos integran antologías publicadas en Argentina, Colombia, España, Alemania, Chile e Inglaterra.