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Aquí en Ciudad Juárez todo se cerró

Los primeros meses de la pandemia me la pasé encerrado en mi recámara. Me daban trato de contagiado. La casa donde vivo es amplia, de dos pisos. Tres recámaras con dos baños completos y un espacio que usamos como sala (de arriba) y biblioteca están en la planta alta; abajo se ubican la cocina, el […]

Los menos se vieron forzados a salir a mover los hilos de esta ciudad

Por Miguel Ángel Chávez Díaz de León / 19 de mayo de 2025

Los primeros meses de la pandemia me la pasé encerrado en mi recámara. Me daban trato de contagiado.

La casa donde vivo es amplia, de dos pisos. Tres recámaras con dos baños completos y un espacio que usamos como sala (de arriba) y biblioteca están en la planta alta; abajo se ubican la cocina, el comedor, la sala, un medio baño, un cuarto de lavado y un recibidor.

En ese espacio habitamos mi esposa, mi hija y yo, de manera que cada quien se encerró en una recámara durante la pandemia, pero en la mía se tomaron medidas extremas, pues por cuestiones de salud yo era muy vulnerable, y si me hubiera contagiado quizá sería una víctima más que sucumbió ante el Covid.

Los alimentos me los dejaban en una mesita plegable de madera, al frente de la puerta de mi recámara, y me hablaban por celular para que abriera la puerta y los tomara… Todo estaba debidamente pulcro y desinfectado.

Aquí en Ciudad Juárez todo se cerró, pero pasaron los días y los menos se vieron forzados a salir a mover los hilos de esta ciudad… y empezó el “contagiadero”, y rápido los servicios médicos se colapsaron e inició la contadera de muertos.

Y yo, enclaustrado, viendo desde mi ventana (televisión y laptop) cómo las muertes de contagiados iban en aumento.

Fue tal el caos que mi esposa e hija se contagiaron, pues ambas tuvieron que salir por sus trabajos, y pasaron su cuarentena en casa de familiares. Esto provocó que me dejaran solo en casa para evitar que el Covid me atrapara.

Así pude salir de mi recámara y “pasearme como Pedro por su casa”, y lo más relajante era que podía salir, con careta y cubrebocas, a mi patio y jardín a regar mis cuatro árboles frutales… pero salir al frente de la casa y al jardín (que da a la calle) me estaba vetado.

Cada tercer día salía a regar mis cuatro árboles frutales. Árboles que cuido mucho como si fueran mis hijos o mascotas; son un naranjo, un peral, un manzano y un limonero.

Y fue en abril, sin saberlo yo, que una bella mujer me observaba y “estudiaba” mis movimientos desde una de las azoteas vecinas.

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