Lo que debía ser una sesión ordinaria de la Comisión Permanente del Senado se convirtió en un espectáculo de violencia y descontrol, protagonizado por Alejandro Moreno Cárdenas, “Alito”, senador y dirigente nacional del PRI. Tras finalizar el Himno Nacional, Moreno perdió toda compostura: empujó, insultó y golpeó al presidente de la Mesa Directiva, Gerardo Fernández Noroña, mientras su ira se extendía a trabajadores y otros legisladores, dejando claro que la política para él es sinónimo de intimidación y fuerza bruta.
Los hechos, grabados en video, muestran a Moreno arremetiendo con puñetazos y patadas incluso contra un trabajador del Senado que intentaba documentar la agresión. La secuencia revela a un dirigente que no conoce límites y cuya conducta reduce la política a la violencia más primitiva. Lejos de asumir responsabilidad, Moreno justificó sus actos y acusó a Morena de intentar “acallar al PRI”, mientras su discurso estridente contrasta con la cobardía de sus golpes.
Fernández Noroña anunció denuncia penal y solicitó el desafuero de Moreno, mientras legisladores de distintas bancadas calificaron el episodio como un acto de “porros” y exigieron la expulsión inmediata del dirigente priista. La agresión refleja la desesperación de un PRI moribundo, reducido a apenas 13 senadores y sin capacidad para ejercer oposición con legitimidad.
Así el momento en el que jalonean y golpean a Fernández Noroña.
— Ruido en la Red (@RuidoEnLaRed) August 27, 2025
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El PRI de Moreno es un cascarón de intereses personales y autoritarismo. La violencia del líder tricolor desnuda su incapacidad para debatir, negociar o representar a los ciudadanos: sustituye la política por la intimidación. Lo ocurrido en el Senado simboliza la agonía de un partido que alguna vez gobernó México, y cuya dignidad se diluye con cada acción impulsiva de su dirigente.
La furia de “Alito” Moreno confirma que el PRI se hunde en la vulgaridad y el autoritarismo, y que su liderazgo se ha convertido en un riesgo para la propia institucionalidad legislativa. La política mexicana observa atónita cómo un partido histórico se desploma bajo la violencia de quien debería ser su cabeza.