Cuando vi por primera vez a Alejandra, creí que era un muchachito de pelo largo, jeans y camisa blanca. Fue en su departamento. Le dije: “¿Sabes que te confundí con un Rolling Stone? Con Brian Jones”.
Ella me respondió: “Y yo te confundí con una prostituta alemana”. Fue un encuentro alegre, lleno de carcajadas.
Señor / La jaula se ha vuelto pájaro / y se ha volado
Soy Fernando Noy, poeta argentino, promotor cultural. Alguna vez fui reina del Carnaval de Bahía, en Brasil. Fui el amigo más cercano de Alejandra Pizarnik durante su último año de vida.
y mi corazón está loco / porque aúlla a la muerte / y sonríe detrás del viento a mis delirios
Una noche de sexo y drogas, encontré casualmente un ejemplar de Extracción de la piedra de locura, el libro de Alejandra. Quedé conmovido: “Toda la noche hago la noche. Toda la noche escribo. Palabra por palabra yo escribo la noche”.
Qué haré con el miedo / Qué haré con el miedo
Al día siguiente, busqué a Alejandra en la guía telefónica y le llamé. Ella me respondió, sorprendida, con una voz rara, como si tuviera asma. Quiso verme de inmediato: “¡Por fin alguien que no viene recomendando!”.
Ya no baila la luz en mi sonrisa / ni las estaciones queman palomas en mis ideas
Desde esa primera vez, Alejandra y yo pasamos muchos días y noches en su departamento. Podíamos pasar varias noches sin dormir, ella arremetiendo en la escritura, refugiada en el lenguaje. Muy lejos de la imagen lúgubre que le han creado, era un niño andrógino perdido en el bosque, un niño jugando sin cesar en el transcurrir de una fiesta delirante.
Mis manos se han desnudado / y se han ido donde la muerte enseña a vivir a los muertos
Ahora que todo ha pasado, lanzo una mirada hacia atrás y me doy cuenta de muchas cosas: era muy difícil caminar con ella por la calle porque se fascinaba constantemente. Era como llevar a un niño de la mano, porque para ella en la calle todo era un orgasmo. ¡Esa sombra! ¡Ese árbol! ¡Esa esquina! Todo desfalleciendo. No se podía avanzar. Podía ser muy linda y podía ser muy fea, cambiaba muchísimo.
Señor / El aire me castiga el ser / Detrás del aire hay monstruos / que beben de mi sangre
Alejandra me leía los poemas que incluiría en El infierno musical. Estaba obsesionada con La condesa sangrienta, de Valentine Penrose. Escribía ininterrumpidamente. Colocó un amplio pizarrón en la pared de su cuarto para que no se le escapara ninguna idea o metáfora, y a veces incluso dibujaba con tizas de colores. Yo veía el placer con que trabajaba: era fulgurante. Entraba en un estado de trance alucinado del que no quería salir. La noche era su reino favorito.
Es el desastre / Es la hora del vacío no vacío / Es el instante de poner cerrojo a los labios
No le gustaba tomar sol. No quería tener plantas ni flores en sus departamentos: “Aquí adentro, viva, solamente yo”, decía. Le gustaba el blues, Lotte Lenya, Janis Joplin, Bach y Vivaldi. Odiaba los bancos: creía que eran templos del mal, y no sabía hacer trámites. Le tenía miedo a los subterráneos, a los trenes y a cualquier forma de transporte público. Gastaba fortunas en taxis.
oír a los condenados gritar / contemplar a cada uno de mis nombres / ahorcados en la nada
A muchos amigos, especialmente a quienes la conocían desde la adolescencia, Alejandra les negaba que tuviera relaciones sexuales con mujeres. A Olga Orozco, por ejemplo, le decía: “Olguita, ¿vos no vas a creer que soy lesbiana, no? Porque no es cierto”. Ella no se consideraba lesbiana: no se estaba ocultando, sino que, sencillamente, no creía que eso definiera su identidad.
Señor / Tengo veinte años / También mis ojos tienen veinte años / y sin embargo no dicen nada
Una tarde me pidió ayuda para “exterminarse”. “Cuando yo tome mis pastillas —me dijo— me voy a meter en la bañera, y sólo necesito que me sostengas la cabeza por cinco minutos bajo el agua”. Yo la miré con asombro, pero no le creí, aunque le seguí la corriente.
Señor / El aire me castiga el ser / Detrás del aire hay monstruos / que beben de mi sangre
Estaba en Brasil cuando me enteré de que Alejandra se había suicidado con cincuenta pastillas de Seconal sódico, un fuerte sedante que, en dosis elevadas, causa depresión respiratoria y muerte. La noche previa a los hechos había recibido la visita de Elvira Orphée y Ana Becciú. El departamento era un desastre, así que Alejandra se dio a la tarea de ordenarlo un poco. Pasaron un rato divertido. Alejandra hacía los chistes y ellas se los festejaban. Se despidieron no muy tarde. La dejaron sola.
En la madrugada del 25 de septiembre, Alejandra me fue a buscar a mi casa, pero yo me había ido de vacaciones. ¿Te das cuenta? ¡Si yo hubiera estado, ella no se habría tomado las pastillas!
Es el desastre / Es la hora del vacío no vacío / Es el instante de poner cerrojo a los labios /
oír a los condenados gritar / contemplar a cada uno de mis nombres / ahorcados en la nada
A la mañana siguiente, sus amigas le llamaron por teléfono. Nadie sospechaba nada. Finalmente, una de ellas —que tenía llaves— entró al departamento de la calle Montevideo a buscar unos libros.
Señor / Tengo veinte años / También mis ojos tienen veinte años / y sin embargo no dicen nada
Hay quienes afirman que esa persona fue Anna Becciú, quien la encontró agonizando. En el pizarrón que tenía pegado en la pared había escrito: “no quiero ir / nada más / que hasta el fondo”. Alejandra Pizarnik murió camino al hospital.
Señor / He consumado mi vida en un instante / La última inocencia estalló / Ahora es nunca o jamás / o simplemente fue
Por mucho tiempo estuve muy mal. Permanecí nueve meses internado por depresión. Cuando salí, cada vez que pasaba por su departamento tocaba el timbre, sólo para recibir la reprimenda del portero: “¿No sabe que ella no vive más acá? Se mudó”.
¿Cómo no me suicido frente a un espejo / y desaparezco para reaparecer en el mar?
De manera recurrente, enciendo una vela y observo cómo la llama tiembla. ¡Es ella! ¡Es ella! Es Alejandra. Viene cuando se le nombra, pero no puedo hablar con ella. ¡Es terrible!
Señor / La jaula se ha vuelto pájaro / Qué haré con el miedo
Referencias bibliográficas:
- Noy, Fernando (2022). Fernando Noy sobre Alejandra Pizarnik: «Escribía como si respirara», Página/12.
- Enríquez, Mariana (2011). “Alejandra Pizarnik, vestida de cenizas”, en Los Malditos, Leila Guerriero (Ed.), Editorial UDP, Argentina.
- Pizarnik, Alejandra. Poema El despertar.