Hoy en día, parece haber más escritores que lectores. Por ello, las editoriales tienen más trabajo que nunca a la hora de dictaminar manuscritos y, a su vez, menos remuneración por ello. Se sabe que, en España, contestan entre los cinco y ocho meses —si tienes suerte de ser dictaminado— y que, en Latinoamérica, simplemente no responden.
En la era del papel, a la gran mayoría de estos manuscritos se les aplicaba el famoso “Artículo Cesto”, o sea, directamente al cesto de la basura sin ser leídos. Hoy, en la era del correo electrónico, conforman una montaña imposible siquiera de revisar. Por eso, tanto editoriales como agencias literarias se reservan el derecho de no recibir manuscritos no solicitados. Claro, eso no implica que no continúen llegando en cantidades demenciales.
Hace varios años, recuerdo a una autora local que exigió su manuscrito de vuelta después de enterarse de que no ganó el Premio Planeta. Gastó un dineral en el flete para que se lo enviaran de Barcelona a Ciudad Juárez. Tras muchos meses, celebró con una fotografía en su página de Facebook tal hazaña. En su inocencia, pensaba que, al no concederle tal distinción, su manuscrito quedaría bailando en las oficinas de Editorial Planeta y que se robarían su historia en cualquier momento. No tuve corazón para decirle que su novela jamás fue considerada para el Premio Planeta, y mucho menos pude decirle que ni siquiera fue leída. Por supuesto que le di Me gusta a su foto.
Por historias como esa es que está llamando la atención en varios medios de comunicación Manuscritos no solicitados, el más reciente libro del escritor Miguel Alcázar, que trata de responder con humor qué sucede con estas novelas que no llegan a publicarse jamás. A través de la ficción, Alcázar compone una antología de supuestos comentarios y entrevistas a personas encargadas de recibir estos manuscritos, de clasificarlos, a veces de leerlos y conmoverse con ellos. Eso no implica que serán publicados: las editoriales tienen una agenda anticipada y, rara vez, publican a un autor desconocido, más aún si está fuera de la tendencia en venta de libros.
Alcázar asegura que, primero, en los autores existe esta egolatría de creer sinceramente que su voz merece ser escuchada, que su libro triunfará y trascenderá en el tiempo sobre los miles de títulos que se publican al año. Después, viene la frustración porque descubre que de nada ha servido ese taller carísimo, los contactos que ha procurado ni ir a todas las fiestas de escritores de las que se ha enterado. Al final, descubre que todos los autores están compitiendo entre sí en un mundo capitalista y que pocos estarán dispuestos a soltarle alguna recomendación o un contacto que realmente cambie el curso de su fracaso literario.
Un tema que da mucho de qué pensar y también nos brinda un consejo clave para los jóvenes escritores que apenas comienzan en el mundillo literario: no enviar manuscritos no solicitados.