La reciente controversia en torno a las declaraciones de Paco Ignacio Taibo II revela más una manipulación mediática que una discusión genuina sobre literatura o equidad de género. Durante la presentación del ambicioso proyecto “25 para el 25”, en el que el Fondo de Cultura Económica (FCE) regalará millones de libros en América Latina, el escritor fue señalado de hacer comentarios misóginos por referirse a un supuesto “poemario horriblemente asqueroso de malo”.
Sin embargo, el contexto real de sus palabras apunta en otra dirección: una crítica a la imposición de cuotas en el ámbito literario.
Taibo no descalificó la escritura femenina, sino la idea de distribuir obras mediocres únicamente para cumplir con un criterio de paridad. En un país que ha apostado por la inclusión y la equidad, su expresión —tosca, ciertamente— fue interpretada como una afrenta a las escritoras. Pero, si se revisa el contenido total de su intervención, lo que defendía era la calidad literaria por encima de cualquier otro criterio. Su error fue de forma, no de fondo.
La frase —ruda, como muchas de las que ha dicho a lo largo de su vida— se convirtió rápidamente en combustible para titulares y tendencias en redes sociales. Lo que en realidad buscaba señalar era que el proyecto “25 para el 25” no responde a cuotas de género, sino a una curaduría literaria basada en la relevancia de las obras y el acceso a los derechos editoriales. De los 27 autores seleccionados, siete son mujeres; una cifra baja, sí, pero explicable si se entiende que la colección rescata la literatura del “boom” latinoamericano, un movimiento dominado históricamente por hombres.
La presidenta Claudia Sheinbaum salió al paso con pragmatismo, anunciando una próxima colección dedicada exclusivamente a autoras, demostrando que el debate puede canalizarse hacia la acción, no hacia la censura. En cambio, parte del sector mediático aprovechó la coyuntura para caricaturizar a Taibo como un provocador misógino, omitiendo deliberadamente su trayectoria como promotor de la lectura y defensor de la cultura popular. Medios como El País, El Universal y Reforma, como casi siempre, aprovecharon el momento para exponer sus fobias contra la 4T.
Las reacciones en redes fueron más matizadas de lo que se mostró en los titulares. Por ejemplo, usuaria Nelly Ub escribió: “El mensaje no lo dijo de la mejor manera y se entendió otra cosa terrible, sin embargo tiene razón: no deben distribuirse obras de mala calidad, sean de hombres o mujeres”. Otros, como Daniel Iturbide, apuntaron que el problema no es de género sino de mediocridad: “La mayoría de los autores premiados no tienen calidad; ganan porque detrás hay un favor o un compadre”.
Esa es la verdadera discusión, la urgencia de recuperar la exigencia estética en tiempos de sobreproducción editorial. Taibo, quizá con la brusquedad de un viejo militante, puso el dedo en la llaga: hay libros malos, y muchos, independientemente del sexo de quien los firma. En la era de la corrección política, decir eso resulta incómodo. Pero mentiras no dijo.
Lo que debería resaltarse no es una frase desafortunada, sino el alcance del proyecto que encabeza que es una campaña continental de lectura sin precedentes, tejida durante dos años y medio, con apoyo de gobiernos latinoamericanos y del Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado. Una operación cultural que hará llegar a jóvenes de 15 a 30 años los textos de García Márquez, Benedetti, Varela, Poniatowska, Montemayor o Nona Fernández. En otras palabras, un esfuerzo genuino por democratizar la lectura.
El debate sobre la equidad literaria no debe confundirse con la exigencia de calidad. Si una obra es buena, lo es por su fuerza estética, no por el género del autor. Y si es mala, debe decirse sin culpa. En ese punto, la torpeza verbal de Taibo no anula su razón: el compromiso con la literatura verdadera, la que ilumina y perdura más allá de las modas o los algoritmos. Porque, en el fondo, defender la lectura es también defender la verdad, aunque a veces suene brutal.

