El ultimátum de Donald Trump a Hamas, en el que amenaza con desatar un “infierno total” si no se acepta su acuerdo de paz para Gaza, no es más que la prolongación de una política que ha reducido la tragedia palestina a un tablero de poder entre Washington y Tel Aviv. Lejos de ser una propuesta de paz, este chantaje público constituye un aval directo al genocidio que Israel perpetra contra un pueblo sitiado, hambriento y bombardeado.
Mientras Trump habla de “acuerdos finales”, las bombas israelíes caen sobre escuelas, hospitales y campamentos de refugiados. El lenguaje del expresidente estadounidense —brutal y cargado de amenazas— refuerza la narrativa imperial que convierte a los palestinos en enemigos absolutos, negando su derecho elemental a existir.
En ese marco, el gobierno de Israel actúa con absoluta impunidad, como lo demuestran sus ataques incluso contra fuerzas de la ONU desplegadas en el sur del Líbano, desoyendo llamados internacionales para detener las agresiones.
La detención de más de 450 activistas internacionales, entre ellos varios mexicanos, que integraban la Flotilla Global Sumud, cuyo objetivo era romper el bloqueo marítimo impuesto a Gaza, expone otro ángulo de este conflicto, el de la criminalización de la solidaridad. Que entre los retenidos se encuentren figuras como Greta Thunberg o Mandla Mandela refleja la amplitud de una causa que trasciende fronteras y que, aun así, es ridiculizada por ministros israelíes de extrema derecha que tachan de “terroristas” a quienes entregan ayuda humanitaria simbólica.
Los hechos ocurren en un momento en que la indignación global crece. Desde Italia, donde sindicatos convocaron una huelga general en apoyo al pueblo palestino, hasta ciudades de América Latina y Asia, las protestas se multiplican. El mundo observa horrorizado cómo se avanza hacia una limpieza étnica en Gaza, disfrazada de defensa nacional por Israel y blindada diplomáticamente por Estados Unidos. La “guerra contra el terrorismo” se ha convertido en un escudo para la colonización y la expansión territorial.
Frente a este escenario, los gobiernos del mundo no pueden limitarse a declaraciones tibias o llamados al diálogo. Romper relaciones diplomáticas con Israel, suspender intercambios comerciales y cortar la cooperación militar deberían ser pasos inmediatos para frenar una maquinaria bélica que ha costado la vida a miles de niños, mujeres y adultos mayores. La tibieza internacional solo prolonga el sufrimiento y fortalece la sensación de impunidad de un Estado que se sabe protegido por la primera potencia mundial.
El genocidio en Gaza es una realidad que se mide en cadáveres bajo los escombros, en generaciones enteras condenadas al trauma y en un territorio reducido a ruinas. El mundo debe reconocer que la “paz” que ofrece Trump no es más que la rendición incondicional de los palestinos y el reforzamiento de la hegemonía israelí. La verdadera paz solo llegará cuando cese la invasión, se levante el bloqueo y se garantice el derecho a la autodeterminación de Palestina.
Hasta entonces, cada bomba lanzada sobre Gaza, cada barco humanitario interceptado y cada amenaza proveniente de Washington constituyen la evidencia de un orden internacional donde el poder de unos pocos se impone sobre la vida de millones.