En la historia de la literatura rusa, Arseni Aleksándrovich Tarkovski ocupa un lugar extraño y al mismo tiempo luminoso: poeta tardíamente publicado, corresponsal de guerra con una pierna menos, traductor de voces orientales y padre de Andréi Tarkovski, el cineasta que llevó sus versos a la pantalla. En él se cruzan la épica soviética y la intimidad de un lirismo que sobrevivió a la metralla.
De acuerdo con varias de sus biografías en inglés y en español, nació en 1907 en Elisavetgrad y fue hijo de un hogar populista. Su primer contacto con las letras, fue en la niñez, cuando fue llevado por su padre a escuchar a los poetas modernistas de Moscú, y ese contacto temprano lo marcó.
Al igual que los grandes poetas de otras nacionalidades, tuvo muchos oficios para sostenerse mientras escribía, pues fue zapatero, pescador y hasta prófugo: escribió poemas críticos hacia Lenin y fue detenido; logró escapar de un tren que lo conducía a la cárcel, y vagabundeó por Ucrania y Crimea como un errante con vocación literaria.
A finales de los años veinte vivió en Moscú, donde estudió literatura y empezó a traducir del georgiano, del turco y del árabe. Esa escuela dejó en su obra una huella de símbolos refinados, un modo de decir lo cotidiano con giros metafísicos, que lo diferenciaban de otros autores en ese tiempo.
En la Segunda Guerra Mundial participaron poetas de diversas nacionalidades. Algunos que combatieron por Inglaterra fueron William Golding, Juan Jarmain, Cecil Day-Lewis, Emanuel Litvinoff, F. T. Prince, Juan Pudney y Henry Treece. Entre los autores estadounidenses que estuvieron cerca del frente destacan Walter Benton, Kirby Congdon, Judson Crews, William Waring Cuney y James A. Emanuel, entre otros. Por parte de Rusia (URSS, en ese entonces), figuran Mirza Gelovani, Vladislav Zanadvorov, Konstantín Simonov y el autor sobre el que escribimos en este artículo.
La guerra, seguramente al igual que a los demás autores, le dio el giro definitivo a la vida de Tarkovski. Durante la Segunda Guerra Mundial escribió cartas pidiendo ser aceptado como soldado, y fue admitido en 1941 como corresponsal de guerra. Dos años despues, en diciembre de 1943 una explosión le destrozó la pierna. La gangrena hizo el resto: los médicos amputaron. Desde entonces Tarkovski caminó con muletas, con la dignidad herida y con la poesía como prótesis moral.
En el frente oriental, los soldados leían sus poemas. Debió haber sido una escena surrealista en blanco y negro, entre el miedo a morir y la esperanza de regresar a casa. No era poca cosa: entre fotos de familia, cartas y escapularios, las estrofas de Tarkovski servían de abrigo emocional en las trincheras. Aquella voz, que en Moscú apenas alcanzaba los círculos literarios, se convirtió en un recurso de supervivencia. Como Vasili Grossman o Víctor Nekrasov, Tarkovski supo traducir el barro y la sangre en palabras. Por su valor, recibió la Estrella Roja.
El costo de esa fidelidad al oficio fue la demora editorial. Terminada la guerra, su primer libro fue rechazado, porque no había una sola alabanza a Stalin. El manuscrito quedó archivado y la poesía guardó silencio. Pasarían casi dos décadas antes de que su voz apareciera impresa: Antes de la nieve (1962). De los cincuenta a los setenta años publicó nueve títulos más, con versos que unían lo terrestre y lo cósmico, lo cotidiano y lo sagrado.
Su poesía, sin embargo, alcanzó una posteridad inesperada a través del cine. En El espejo (1975), Stalker (1978) y Nostalghia (1983), su hijo Andréi colocó fragmentos de esos poemas en boca de sus personajes. Así, la intimidad paterna se transformó en herencia fílmica, en conjunción entre dos artes que encontraron en la palabra y en la imagen un mismo pulso espiritual.
Tarkovski fue también amigo y último amor de Marina Tsvietáieva, a quien dedicó un ciclo tras su suicidio en 1941. Esa cercanía lo vinculó con una tradición poética marcada por la pérdida y el exilio interior. En los años ochenta, cuando ya era un anciano, recibió la Orden de la Amistad del gobierno soviético. Murió en Moscú en 1989, víctima de cáncer, y fue enterrado con rito ortodoxo.
A su modo, Arseni Tarkovski encarna la paradoja rusa del siglo XX: poeta oculto por décadas, censurado en vida, mutilado por la guerra, convertido después en símbolo cultural. Sus versos circularon entre soldados como talismanes y luego entre espectadores del cine de autor como letanías. “Antes de la nieve”, escribió, “el mundo se inclina hacia su silencio”. En ese silencio lo espera aún la historia, reconociéndole que fue voz de la guerra y voz contra la guerra, sobreviviente de un tiempo en que escribir poesía era también una forma de resistir.
Vida infante
Amo la vida y tengo miedo de morir.
Mirarían cómo lucho bajo la corriente
y me tuerzo como un cacho en manos del pescador
cuando me reencarno en una palabra.
Pero no soy pez y no soy pescador.
Y entre los habitantes de los rincones,
soy, por lo visto, similar a Raskólnikov.
Como un violín sostengo mi rencor.
Atorméntame; no cambiaré mi semblante.
La vida es buena, especialmente al final,
aun bajo la lluvia y sin un centavo en el bolsillo,
aun en el día del juicio, con una aguja en la garganta.
¡Ah, este sueño! ¡Vida infante, respira;
toma mis últimos centavos;
no me sueltes con la cabeza abajo
al espacio mundial, esférico!
(Traducción de Ramón Israel Castillo Zapata)
***
Vela
Una pequeña y amarilla lengua parpadea.
La vela se escurre, gotea y gotea.
Así es como vivimos tú y yo—
nuestras almas arden intensamente, la carne desaparece.
(1926)
***
La palabra
Una palabra es solo una piel,
una delgada capa, un sonido hueco
pero un punto rosa late dentro,
y brilla un extraño fuego en él.
Una vena late, una arteria se curva.
Y no te importa del todo,
que eres afortunado
al haber nacido con una camisa.
Desde el comienzo de los tiempos
la palabra tiene poder.
Y si eres poeta y no tienes
mejor camino en este complicado mundo,
no describas tan temprano
las batallas o los ensayos del amor.
Cuidado con las profecías,
mejor no tentar a la muerte.
Una palabra es solo una piel,
una delgada capa de masas humanas,
y cualquier línea en tu poema
afila el cuchillo de las parcas.
(1945)
(Traducción del ruso al inglés por: Philip Metres y Dimitri Psurtsev.
Traducción del inglés al español por: Eduardo R. Blanco)