La comunidad cultural mexicana se viste de luto tras la repentina partida del poeta y promotor cultural Antonio Calera-Grobet, fallecido el pasado sábado 16 de agosto a los 51 años de edad, en el puerto de Progreso, Yucatán. Su ausencia deja un vacío en la literatura contemporánea y en la gestión cultural independiente que él ayudó a forjar con entrega y pasión.
De acuerdo con los reportes oficiales, Calera-Grobet perdió la vida tras ingresar al mar y no lograr salir por sus propios medios. Pese a la intervención de bañistas, salvavidas y paramédicos, el escritor ya no presentaba signos vitales al ser rescatado.
Más allá de las circunstancias de su muerte, amigos, colegas e instituciones destacan su huella en la literatura mexicana. Con una visión que desbordaba las páginas, Calera-Grobet abrió caminos editoriales y creó espacios alternativos donde la palabra se convirtió en un puente entre escritores emergentes y lectores curiosos.
Como editor, impulsó Mantarraya Ediciones, sello con el que publicó más de 60 títulos, muchos de ellos óperas primas que luego consolidaron la carrera de jóvenes escritores. Con su proyecto La Chula: Foro Móvil, acercó la literatura y el arte a distintas ciudades del país en un formato itinerante que desafiaba los límites convencionales de la promoción cultural.
En la Ciudad de México, su propuesta más entrañable fue la Hostería La Bota, un lugar que conjugó gastronomía, música, poesía y debate, convirtiéndose en un punto de encuentro para artistas, académicos y periodistas. Su labor también se extendió a instituciones como el Museo de la Ciudad de México, la Casa del Lago de la UNAM y la Fundación del Centro Histórico.
Entre su obra publicada destacan Zopencos (2013), Yendo (2014) y Sayonara (2015), libros que revelan su tono crítico, su juego con la ironía y su mirada siempre atenta al detalle humano.
Tras conocerse la noticia de su fallecimiento, escritores, periodistas y colectivos artísticos expresaron en redes sociales su dolor y reconocimiento. El Instituto Nacional de Bellas Artes recordó que Calera-Grobet “impulsó proyectos editoriales y artísticos que abrieron espacios de diálogo entre la palabra, la imagen y las artes”, mientras que la UNAM destacó su labor formadora de nuevas generaciones.
Su vínculo con la tauromaquia y su participación en debates culturales lo convirtieron en una figura multifacética, no exenta de polémica, pero siempre fiel a la construcción de un México más cercano a sus expresiones creativas.
Hoy, la comunidad cultural lo despide con gratitud. Antonio Calera-Grobet será recordado no únicamente como poeta y editor, también como un tejedor de puentes: entre la literatura y la vida, entre lo íntimo y lo colectivo.
A continuación, a manera de homenaje, presentamos estos dos textos, originalmente publicados en agosto de 2023, en Periódico de Poesía de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Escuchado en el metro o de un amigo de un amigo
Mañana a primera hora / Pase lo que pase / Te lo juro no vuelve a pasar / Porque me llamo como me llamo / De aquí al cielo / El primer día del resto de nuestras vidas / Confía en mí / Te amo / No me digas eso / Me dueles / Nunca esperé eso de ti / No me lo merezco / Yo siempre te amé / Sé que lo prometí / No es por nada pero / Ponte en mis zapatos por una maldita vez / Se acabó el tiempo / Ya no te creo / Te lo pedí siempre / Me has dolido como nadie / Y por cierto que nadie, una manera de decir todos, nadie suelta una liana sin sentir algo por otra / Nadie lee a quien no conoce, nadie invita a un feo o una feo a su casa, así como así. Y yo, lo sabes, te leí / ¿Me estás diciendo que se acabó la poesía? / No. Tú me dirás, luego de haber hecho lo que has hecho, si es que aún eso de la Poesía tenga un lugar / Me dijiste que eso era lo más importante. Que nunca te venderías. Que nunca le abrirías las piernas, te mojarías, te empalmarías con algo que no fuera esto, por ejemplo, / dijiste música, dijiste himno, dijiste templo / Y ahora no un cuervo: una hiena, un zopilote, decenas de buitres y chacales los que se han reunido en torno nuestro, se han dado vuelo en su orgía lo mismo del paraíso que del infierno / y todo se acabó.
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Ya llegaste, lluvia
Ya llegaste, lluvia, y existe una razón, ya la sabrás tú sola, para no darte (o no al menos hoy), la mejor de las bienvenidas. No al menos de parte de mis pájaros, los caparazones de jaibas que se pudren en mis balcones, esta fila negra que se abomba alrededor de mi vaso y cae, no de parte, tampoco, de este par de cientos de hormigas suicidas. A estos amigos, y veo colibríes que se acercan y caracoles, macetas con hierbas resecas, cocos hediondos que yo mismo dejé ahí para ello, no tiene razón de ser, no les nace definitivamente un abrazo para ti. Me dicen con su silencio que no les ha gustado tu aparición a través de la ventana, demasiado triunfalista, excesiva en su laxa gratuidad, demasiado derramada. Que no te amamos hoy, lluvia, para ser más claros. Apura tu caída el azufre, se vuelven a llenar los deltas de pirañas, los atajos se agujeran con nidos de culebras, se opaca la luz en términos generales. Y bueno, qué más te digo mientras caes. Que será quizá la razón de esta querella por parte de todos estos acompañantes reales o imaginarios (incluido el pato que haba en mi congelador), causada por mí. Soy yo quien manifestó hoy al despertar y ver tu anunciación gris, que no se mojaría en ti por un rato, porque en estos días mi capa y yo nos abrimos solos a los días barbados y sin sacudir, mi costal de yo rodeado acaso por esos otros seres que quedan aquí como reliquias, antigüedades en muebles que son hostales para los bichos, figurillas con las entrañas resecas pero listas para convidarse a mis demonios, ratas casi negras que seguro ya se afincan en el predial de mi cabeza, y a las que he enviado gentilmente, a lo largo de las últimos meses, sendas invitaciones a devorarme. Agua de cielo raso ahora tú, ajena y distante: no me bañaré contigo, simplemente no hay sed en el pozo del darme, no hay deseo de tu humedad, mojadez majadera sería ahora porque en esta morada ya no hay ni sal que tumbar. Acaso un par de vasos sin romper (cosa de tiempo para que se desgobierne hasta eso), y como ya dije algunas imágenes de vieja y larga raíz, ya casi olvidada en el polvo que se agrupa como un ejército. Ahora bien, debo irme. Disculpa si me saco de la ventana pero tocan a la puerta. Seguro un fantasma de chica, el rentero, el del carbón. Dame un momento, Lluvia. Mira, doña Lluvia, no es quien pensaba, mira nada más. Déjame les abro la puerta. “Buenas noches a todos, buenas, mis muertos, los esperaba desde días atrás, pase usted, señora, usted también querido, pasen todos y tomen asiento, porque entiendo que nos vamos ya. No les quitaré mucho tiempo”.