Mientras el mundo arde por conflictos geopolíticos, crisis humanitarias y un planeta que grita desde el cambio climático, el presidente de Estados Unidos –la mayor potencia global– prefiere concentrar su atención en Coca-Cola, insultos a comediantes y el nombre de un equipo de futbol americano. Esta aparente banalidad ha llevado a muchos observadores a preguntarse: ¿qué está intentando ocultar Donald Trump?
De acuerdo con dos diarios estadounidenses, la respuesta podría estar ligada a un nombre que sigue sembrando inquietud desde la tumba: Jeffrey Epstein.
Epstein, el financiero acusado de tráfico sexual y abuso de menores, murió en prisión en 2019 bajo circunstancias dudosas. Su círculo incluía a figuras de alto perfil como el príncipe Andrew, Bill Clinton y, como ha documentado The New York Times, también al propio Donald Trump. El diario neoyorquino describió esta semana que ambos compartieron por más de 15 años cenas suntuosas, fiestas con modelos, viajes en jets privados y encuentros en sus lujosas residencias de Palm Beach y Manhattan.
Pero la verdadera tensión política resurgió recientemente, no sólo por el pasado, sino por lo que la Casa Blanca actual ha intentado suprimir.
Según The Wall Street Journal, Trump envió en 2003 una carta a Epstein con insinuaciones sobre intereses mutuos en mujeres. La reacción fue inmediata: el presidente demandó al diario por 10 mil millones de dólares y expulsó a su corresponsal del grupo de prensa que viaja con él. El acto fue tan agresivo como revelador. La administración intentó cerrar filas, mientras las bases de Trump, siempre sedientas de narrativas de conspiración, denunciaban la supuesta desaparición de una lista comprometedora de “clientes” de Epstein, la misma que Trump prometió revelar cuando asumió el poder.
Lo que siguió fue una nueva ola de incredulidad, debido a que el Departamento de Justicia afirmó este mes que la lista no necesariamente existe, provocando la furia incluso de los aliados más leales al presidente. Al mismo tiempo, se reveló que el subprocurador Todd Blanche busca reunirse con Ghislaine Maxwell, cómplice de Epstein y condenada por tráfico sexual de menores. Las especulaciones sobre un posible indulto a cambio de su silencio o colaboración no se hicieron esperar.
El problema no es solo legal o judicial: es moral y político. El Times recordó hace tres días que varias mujeres han vinculado sus historias con el entorno de Trump. Una afirmó haber sido reclutada para Epstein mientras trabajaba en el spa del club Mar-a-Lago; otra dijo haber sido observada por Trump en la oficina de Epstein. Incluso se reportó que Trump tocó inapropiadamente a una joven cuando esta fue llevada a la Torre Trump.
La defensa presidencial ha sido contradictoria. Trump ha dicho que no sabía nada sobre los crímenes de Epstein y que lo expulsó de Mar-a-Lago por “pervertido”. Pero la evidencia visual, las declaraciones pasadas y las omisiones actuales generan más dudas que respuestas.
Esta semana, The New York Times también evocó cómo estas asociaciones cuestionan no sólo el juicio del presidente, sino su carácter. En vez de enfrentar el tema con transparencia, Trump ha lanzado ataques en múltiples frentes para distraer: sugirió que Barack Obama debería ser investigado por traición, sin pruebas; celebró el despido de Stephen Colbert y amenazó a Jimmy Kimmel; promovió el regreso del nombre racista “Redskins” al equipo de Washington; y proclamó su “milagroso” rescate de una nación “muerta” cuando asumió el cargo.
Los números, sin embargo, no lo respaldan. Según una encuesta de CBS News, su aprobación ha caído 11 puntos desde febrero, situándose en 42%. USA Today, con datos de Gallup, informó que se trata del nivel más bajo para cualquier presidente en este punto de su administración. The New York Times también señala que un 53% de la población desaprueba hoy su gestión.
Todo esto refleja una administración atrapada entre el ruido mediático que genera y el silencio que intenta imponer. Epstein, el “fantasma en la sala”, no se va. La indignación de víctimas, la responsabilidad de los medios y el derecho a la verdad no se apagan con demandas o expulsiones.
Si Trump y su gobierno esperan que la distracción sustituya a la rendición de cuentas, deberían recordar que, tarde o temprano, las preguntas incómodas vuelven. Y en política internacional, la credibilidad se derrumba más rápido que una carta sin firmar. Al tiempo.