Los comparativos en política surgen por la necesidad de contextualizar. En México contamos con personajes de esa fauna que podrían compartir créditos con íconos de la cultura pop más oscuros. Uno de ellos es Manlio Fabio Beltrones, quien a lo largo de su carrera ha dejado claro que la política no es un escenario para amateurs ni para novatos, sino una especie de circo romano donde los ingenuos no duran ni el primer round.
Es un terreno de operaciones donde se juega con la vida y la muerte —metafóricamente, claro… casi siempre—, donde el poder exige astucia, lealtades que cambian de color según la temporada y una habilidad quirúrgica para enterrar las dificultades sin dejar huellas.
En ese sentido, Beltrones, quien desapareció del escenario político en el Senado bajo un permiso sin fecha de regreso, se hizo maestro en los oscuros pasillos del PRI -donde ahora Alejandro Moreno lo detesta-, y también ha dominado las reglas del juego político con la precisión de los grandes protagonistas del crimen organizado y la intriga, aquellos personajes míticos de El Padrino y Breaking Bad. Un paralelo entre estos universos de ficción y la trayectoria de Beltrones es inevitable, como si el tejido político mexicano fuera un escenario donde los guiones se entrelazan con la realidad.
La comparación con El Padrinoes inevitable. Don Vito Corleone, el personaje emblemático de la saga de Mario Puzo, representa el poder absoluto alcanzado a través de un control inflexible, pero profundamente basado en relaciones de lealtad y, al mismo tiempo, en la habilidad de jugar con la sombra.
La figura de Beltrones, especialmente en sus años de máximo control en el PRI, se asemejaba al equilibrio entre la visible carisma y la inconfesable dureza que caracteriza a Corleone. La política mexicana, que a menudo se presenta con tintes de teatralidad y exhibiciones de poder, se convirtió en un juego casi mafioso cuando la cercanía con los secretos del sistema político mexicano se entrelaza con la figura del “padrino” priista.
El regreso de Manlio Fabio Beltrones a la política nacional, oficializado el 15 de enero de 2023 con su registro como precandidato al Senado, fue un movimiento que confirmó su habilidad para emerger en momentos estratégicos. Tras su aparente retiro, motivado por la conflictiva victoria de Alejandro Moreno en el PRI, Beltrones retornó a un escenario político donde la ambigüedad es táctica. Junto a su hija Sylvana, también inmersa en la arena legislativa, planteó una narrativa de renovación partidista que, sin embargo, parece tejerse entre lealtades divididas y una discreta distancia del PRI tradicional. Luego, como capo, prácticamente desapareció de la política y ahora no se sabe casi nada de él.
Como Corleone, Beltrones entiende que el poder se construye a partir de las relaciones, pero sobre todo, de los gestos y decisiones no dichas, de los silencios que a veces hablan más que los discursos. En su tiempo al mando del PRI, el sonorense desplegó una red de contactos que, al igual que el personaje de Puzo, le permitió ser el hombre que no necesariamente está al frente, pero que, de alguna manera, dirige todos los hilos de la escena política. Las alianzas inquebrantables, los pactos a veces no tan visibles, y las decisiones en las sombras para mantener su influencia sobre el PRI, lo acercan al viejo mafioso que nunca olvida un favor.
Pero el paralelismo va más allá. Si Corleone se rodea de personas de confianza, Beltrones hizo lo propio, cultivando la lealtad dentro de su propio círculo. Lo hizo con la mirada fría del estratega, entendiendo que, al igual que los capos de la mafia, debía garantizar que los suyos permanecieran fieles incluso ante las adversidades. La historia política reciente de México muestra que, aunque Beltrones nunca estuvo tan cerca de la violencia explícita de la mafia, el manejo de la lealtad política y los acuerdos secretos sigue siendo su marca registrada.
De la misma manera, si alguna vez Beltrones fue percibido como una figura “misteriosa”, como alguien que operaba a las sombras, manejando las políticas del país con una precisión y frialdad únicas, un segundo paralelo con la cultura pop es el personaje de Walter White en Breaking Bad. La transformación de este profesor de química en el despiadado Heisenberg es, sin duda, uno de los relatos más fascinantes de cómo un individuo puede manipular, controlar y finalmente convertirse en un hombre temido y respetado, movido por sus propias ambiciones. En Breaking Bad, la ascensión de Walter no es solo una cuestión de negocios sucios, sino una lección sobre el poder, la inteligencia y la capacidad de mantenerse en la cima.
Al igual que Walter White, Beltrones se mantuvo a flote no solo por sus habilidades políticas, sino por su capacidad para adaptarse a los cambios, como un camaleón que sabe cuándo tomar la ofensiva y cuándo ocultarse en la retirada. En la política mexicana, esa habilidad para adaptarse es más que una ventaja, es una necesidad. Como Heisenberg, Beltrones nunca titubea al utilizar su vasto conocimiento del sistema político para torcer las reglas en su beneficio, aferrándose al poder con una determinación implacable que no concede lugar a la piedad. En cada maniobra, Beltrones se descubre como un estratega consumado que, al igual que el icónico personaje de Breaking Bad, comprende que el poder es un equilibrio precario y que la victoria radica no solo en las alianzas hábilmente construidas, sino también en la pericia de neutralizar a los adversarios de manera tan calculada que no quede rastro alguno de su intervención.
Y es que tanto El Padrino como Breaking Bad enseñan que el poder político, como el crimen organizado, se construye sobre una base de control absoluto y decisiones que no se hacen públicas, pero que afectan a todos por igual. En el caso de Beltrones, su habilidad para estar siempre un paso adelante, su disposición a manipular los procesos internos del PRI, o incluso su manera de involucrarse en los eventos políticos de los sexenios ajenos, recuerda a esa figura de los poderosos que nunca se muestran, pero que su influencia es sentida en todas partes. Como el personaje de Don Vito o Walter White, Beltrones ha sido una figura que, aunque en las sombras, ha sabido imponer su ley con maestría.
El paralelismo entre Beltrones y estos personajes de la cultura pop no solo destaca su capacidad para gestionar el poder, sino también el modo en que manejan la percepción pública. Al igual que los personajes de El Padrino y Breaking Bad, Beltrones es un maestro en construir una imagen, en proyectar lo que necesita ser proyectado y en mantener la calma cuando todo parece desmoronarse a su alrededor. Como Corleone, Beltrones sabe que, a veces, la política se trata de hacer las preguntas correctas y de no ofrecer jamás respuestas claras. Como Heisenberg, también ha demostrado que en la política, al igual que en la mafia o el crimen, la supervivencia depende de la voluntad de hacer lo que sea necesario. ¿Qué sucederá cuando regrese al Senado?

