A la semana siguiente regresé a la CDMX. Un chofer de la editorial me recogió en el aeropuerto y me llevó al hotel Camino Real Polanco, un hotel de cinco estrellas.
El chofer me acompañó hasta una habitación especial para personas con discapacidad y me dijo que nos veríamos a las dos y media de la tarde para llevarme a las oficinas centrales de la editorial.
Eran las ocho de la mañana. Me instalé y, a las nueve, salí a buscar dónde desayunar. El hotel es inmenso: fue construido para hospedar a invitados y atletas de élite de los Juegos Olímpicos de 1968, lejos de la chusma. Es de súper lujo. Le han hecho ampliaciones ultramodernas y conserva ese aire de “mírame y no me toques”.
Ni siquiera quise averiguar cuánto costaba dormir una noche ahí; se me iban a caer los calzones.
Está ubicado a unos pasos del Bosque de Chapultepec y del Museo Nacional de Antropología.
Entré a desayunar a “La Huerta”. El hotel tiene cinco o seis restaurantes. Como todo se cargaría a mi habitación, no me intimidé por los precios y desayuné como un príncipe. Me dije: “si me mandaron traer de tan lejos, que les cueste”.
Luego recorrí lo que pude del hotel, porque es una pequeña ciudadela con varios edificios conectados por pasillos, jardines y albercas. Puedo meter mi nariz por donde quiera gracias a mi discapacidad: mi andar de caracol y mi bastón de cuatro puntos, aunque se trate de zonas VIP.
Cinco para las tres ya estaba en la sala de juntas de la editorial. Una asistente me llevó una taza de café. A las tres con siete minutos entró Irene acompañada de un macizo de la editorial; me saludaron de mano.
Fueron directo al grano.
—Irene nos ha contado mucho de ti, así que bienvenido a esta empresa, cuyo negocio es publicar libros que nos dejen ganancias, libros que se vendan.
Eso dijo el tipo que se presentó como director del área comercial.
—Tú no vas a corregir ni a editar, ni vas a mover una coma a los manuscritos que te enviemos. Tu trabajo es leer, desechar y seleccionar. Fungirás como un primer filtro. En pocas palabras, tu tarea es detectar qué novelas pasan al segundo filtro y tienen potencial para invertir en ellas. Te aviso que a diario recibimos un titipuchal de novelas inéditas; para eso contamos con un equipo de dictaminadores. Tú serás uno de ellos. El trabajo es a distancia y bien pagado. Irene te dará más detalles y verán lo del papeleo. ¡Bienvenido!
Y el güey se fue por donde vino.
Nos quedamos Irene y yo en la sala de juntas. Me explicó todo sobre mi nuevo trabajo, me asignó un correo electrónico exclusivo para asuntos de la editorial y luego me dio un recorrido por las instalaciones. Yo le pedí ver los talleres donde se imprimen los libros y la bodega.
—Los talleres y la bodega no están aquí; se encuentran en Naucalpan.
Ahí terminó mi visita a la editorial. Solo pasé una noche en el hotel; al día siguiente, muy temprano, el chofer me llevó al aeropuerto.
Desde 2017 mi trabajo es leer y leer. Puede parecer aburrido, pero para mí es el trabajo ideal. De diez manuscritos que selecciono y dictamino, solo uno o dos se publican; los demás no pasan el segundo filtro y deciden desecharlos.
Volviendo a lo importante: mi vecina nueva y la pandemia.
Acordamos vernos por cuarta vez. Era jueves y le escribí por WhatsApp:
—El viernes voy a salir a regar mis árboles en la tarde.
—Vecinito, mañana temprano le aviso si puedo subir a la azotea por la tarde… y le tengo que confesar algo.
—¡No me asuste!
—Estos días lo estuve stalkeando. Me metí a su Facebook y vi sus fotos y todo lo que postea.
—¿De manera que me anda espiando?
—Sí… y qué bella es su esposa. Se sacó la Lotto con ella.
—¿Le parece?

