En la calle Ignacio Zaragoza número 1396, de la colonia Partido Romero, se ubica una construcción austera, color crema, de rejas blancas y que en su interior alberga departamentos tipo vecindad. Y que justo en el frente, en una placa de acrílico y lámina, reza la leyenda “Aquí habitó Francisco I. Madero y estuvo el Hospital de Sangre del Ejército Revolucionario”.
En el catálogo de obras con valor histórico del Instituto Municipal de Investigación y Planeación, esta dirección es identificada como PLACA DEL HOSPITAL DE SANGRE DEL EJÉRCITO REVOLUCIONARIO, e indica que en este inmueble se localizó dicho hospital y que Francisco I. Madero y su esposa, Sarita Pérez, visitaban el lugar con frecuencia. También detalla que parte de la construcción, realizada en adobe y vigas de madera, aún se conserva, y que la lámina actual data apenas del año 2009, ya que la placa original en cobre fue robada y tuvo que ser respuesta en un material que no atrajera a otros delincuentes.

En los años de la Revolución, este lugar fue conocido como El banco de sangre de la Cruz Roja Mexicana, y era la misma Sarita Pérez quien se encargaba de su administración como una labor altruista hacia el ejército maderista, de allí que el propio Francisco I. Madero visitara esta casa con regularidad. Posiblemente, durante el mes que habitaron esta frontera, al terminar sus actividades en su cuartel general allí en el edificio de la ExAduana, pasaba por Sarita Pérez al hospital de sangre para regresar a su casa en El Paso.

Algunos personajes importantes que también visitaron este hospital fueron Francisco Villa, José María Pino Suárez y Abraham González.
En esas calles de la ciudad se asentaron muchos militantes del ejército revolucionario durante su estadía en Ciudad Juárez, aunque nada sobrevivió de ese campamento excepto el hospital de sangre. Hoy, quien transita a diario por la Ignacio Zaragoza, jamás se imaginaría la importancia de esa casa durante el movimiento social y armado más importante de México en el siglo XX, seguramente tampoco quienes robaron la placa original de cobre pa’l kilo, o el tipo que pagó por ella y la fundió en un día cualquiera de trabajo.
