Si hay un personaje histórico con el que Donald Trump podría compararse en términos de su retórica beligerante, su postura neocolonialista y su obsesiva necesidad de imponer control, ese sería Theodore Roosevelt. Aunque separados por más de un siglo y contextos históricos diferentes, ambos comparten la visión de un mundo dividido en esferas de influencia donde Estados Unidos debe asumir un papel hegemónico. Roosevelt, con su “Gran Garrote”, y Trump, con sus amenazas de aranceles, deportaciones masivas y presiones económicas, son manifestaciones distintas del mismo impulso imperialista: una América que busca proyectar su poder sobre las naciones vecinas.
Trump, sin embargo, no alcanza la sofisticación ideológica de Roosevelt. Mientras el segundo justificaba su intervencionismo con la doctrina del “destino manifiesto” y la promesa de civilizar el hemisferio, Trump encarna una versión burda y pragmática del neocolonialismo, basada en su lema “America First”. Las amenazas del showman de anexar Canadá como el Estado 51, recuperar el Canal de Panamá y comprar Groenlandia son intentos grotescos de revivir un dominio geopolítico que ya no encaja en un mundo interconectado y globalizado.
El magnate, al que los reflectores le hacen daño, parece también inspirado por los dictadores del siglo XX, como Benito Mussolini, no por su ideología fascista, sino por su estilo de liderazgo populista y narcisista. Trump, al igual que Mussolini, utiliza la retórica del miedo y la confrontación para movilizar a sus bases, demonizando a los migrantes y a las naciones que considera “enemigas”. Su insistencia en construir un muro fronterizo y su narrativa de los migrantes como criminales y responsables de los problemas de Estados Unidos reflejan una visión profundamente arraigada en el racismo y la xenofobia.
Me vino a la mente mientras estaba frente a mi librero, ¿qué libros o qué lecturas tendría el showman estadounidense? Pienso que si Trump tuviera que seleccionar lecturas que representen sus valores y visión del mundo, podríamos imaginar una colección tan ecléctica como inquietante. En primer lugar, “La conquista de Panamá” de John Bassett Moore podría ser su manual de cabecera. Este libro, aunque técnico, narra el proceso mediante el cual Estados Unidos obtuvo el control del canal. La visión utilitarista y pragmática del texto encaja perfectamente con la ambición de Trump de recuperar el Canal de Panamá bajo el pretexto de frenar la influencia china.
Otra obra que podría terminar en las manos deTrump es “El príncipe” de Maquiavelo. Aunque se trata de un texto clásico que ha sido malinterpretado en muchas ocasiones, su énfasis en la necesidad de mantener el poder a cualquier costo podría resultar atractivo para un líder que ha basado su política en la agresión, la intimidación y el uso de estrategias cuestionables para alcanzar sus objetivos.
Sin embargo, si se considera su actitud agresiva hacia los migrantes y su postura racista, “El nacimiento de una nación”, el infame texto asociado al filme propagandístico del Ku Klux Klan, podría ser tristemente ilustrativo de sus creencias más profundas. Aunque no es una obra literaria convencional, refleja la narrativa supremacista que permea gran parte del discurso de Trump.
Por último, es posible imaginar a Trump hojeando “Ayn Rand: El manantial”. La exaltación del individualismo extremo y la justificación del egoísmo como motor del progreso económico se alinean con su propia percepción de sí mismo como un “héroe del capitalismo”. No obstante, es poco probable que llegue a terminarlo, dado que su paciencia para lecturas complejas parece limitada.
El regreso de Trump al poder representa una amenaza no solo para sus socios comerciales, como México y Canadá, sino también para el orden global. Su discurso beligerante y sus acciones unilaterales evocan una versión anacrónica de la doctrina Monroe, que considera a América Latina como el patio trasero de Estados Unidos. Pero, en un mundo donde la interdependencia económica es la norma, las medidas de Trump podrían resultar contraproducentes, incluso para los intereses de su propia nación.
El neocolonialismo trumpista, con su desprecio por las normas internacionales y su inclinación por el uso de la fuerza económica y militar, enfrenta un obstáculo insalvable: un mundo cada vez más multipolar, donde actores como China, Rusia y la Unión Europea están dispuestos a llenar cualquier vacío que deje Estados Unidos. Y, aunque Trump se presente como un “líder fuerte”, la realidad es que su estilo de gobernanza polarizante y su desprecio por la diplomacia lo acercan más a la figura de un tirano que a la de un estadista.
En definitiva, Trump no es ni Roosevelt ni Mussolini, sino un fenómeno propio del siglo XXI, un showman que sabe cómo provocar reacciones entre sus seguidores y detractores: una figura que mezcla el neocolonialismo clásico con el populismo digital, un líder que se alimenta del caos que genera. Pero, como ha demostrado la historia, los líderes que siembran divisiones suelen terminar cosechando el aislamiento. Y en un mundo donde las alianzas son esenciales, esa puede ser su mayor derrota. Al tiempo