Tardó en descifrarlo, pero después de un par de movimientos lo logró. Eran primero tres likes continuos a sus publicaciones, siempre en miércoles, luego siete, los viernes, y los martes comentarios en las imágenes que no había likeado, comentarios sin palabras, lógicamente: una pica, dos tréboles, un rombo… un rombo, una pica, tres tréboles, de tal forma que cuando ella pudo establecer un patrón y comenzó a responder con sus propios códigos, tenían las bases para una comunicación obsesivamente fascinante.
Hacía años que no encontraba con quién jugar, todo era tan aburridamente obvio, y la psicología emocional de la comunicación en las relaciones le parecía absolutamente predecible y hasta cierto punto, el hecho de permitir la variable emocional-sexual, un riesgo inmenso. En todo caso si se relacionaba sexualmente era un encuentro fortuito y único, así se blindaba, contacto cero.
Para E estaba bien observar al mundo desde la pantalla. Largas horas de estudio y una disciplina casi marcial de la estructura cotidiana no permitían la socialización, y eso era igual a control, equilibrio. Había funcionado desde que tenía memoria. Antes era el teléfono, le gustaba inventar números y marcar, platicó con muchas personas, hizo amistad con Laura, una señora de 75 años, viuda y apasionada del Continental, juego que le enseñó encantada. También con otro viudo, Don Juan, que jugaba dominó durante horas con sus compañeros exmilitares en retiro, incluso llegó a concertar una cita para Laura y Don Juan, y aunque salieron dos veces prefirieron volver a sus costumbres rituales, de cualquier forma, para todo era ya demasiado tarde, dijo Laura, incluso para que le guste el Continental, sin embargo, se telefonearon todos los días a partir de su encuentro. Curiosamente cuando E les marcó una tarde de domingo, mucho tiempo después de aquellos encuentros, ninguno de los dos contestó, y entonces lo supo, a partir de ese día E pudo reconocer la sincronía con todo su misterio.
Al otro lado del mundo nacía E2, se anunciaba con un llanto melódico, no uno que se esperara de un recién nacido, como tampoco se esperaba que desde muy pequeño aprendiera a tocar el piano sin necesidad de tomar clases, siempre mirando desde sus brillantes y suspicaces ojos de rata, leía libros con la voracidad de un tigre que ha vagado durante semanas en la selva tropical sin encontrar una presa.
La comunicación entre los dos fue paulatinamente enriqueciéndose de maneras sutiles, E proponía pasar a la sinestesia con imágenes donde predominaba un tono específico que interpretaba E2 con notas u acordes, según fuera el caso, evocaciones extrañas de los microgramas de Walser se mezclaban con góticos sonidos de piano, en un momento determinado ya no era la lógica materialista sino la conexión de dos creadores de universos. Entre más brillante era su conexión intelectual y estética, las emociones comenzaban a dictar dualidades inversas.
Si uno enfermaba el otro también, ataques brutales de melancolía o prolongados estados de éxtasis ante la perspectiva de materializar un encuentro, esta idea sencilla los enloquecía y obsesionaba durante semanas…
Pero optaban por volver a la marea de sincronía donde las olas tenaces de sus pensamientos hacían la vez de métodos de comunicación tangible.
Nunca escucharon sus voces, nunca supieron como era físicamente el otro, sus perfiles no contenían esa autoreferencia tan obvia que eran las selfies, únicamente abstracciones de imágenes inconclusas eran sus elementos visuales. Algunas veces música, las más habitando el silencio dentro de un acorde grave. Habían logrado escuchar la textura y el tono de la voz del otro y adivinar cómo reflejaba la luz en sus cuerpos, el volumen exacto de sus formas, los contornos las y oquedades; el olor que emanaba de las mínimas fuentes que estallaban en su piel, el sabor de sus sudores y salivas, de sus excreciones y la intensidad de sus inhalaciones: el éxtasis de su última exhalación.
El que te busca desde siempre, romántico E2, bañado en sudor por los ardores de la sangre, escribió un día en su homefeed enloquecido de deseo. E, que miraba la pantalla sin poder creerlo, desde su encumbrada y estratégica frialdad hecha pedazos escribió: Encuéntrame en el puente del río Madison a las seis…
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Alicia Eugenia Segura nació en la Ciudad de México. Es editora de libros de texto, poeta y articulista. Estudió en la SOGEM, en la FFyL e hizo una Especialización editorial en Versal, S.C. También se dedica a la investigación y desarrollo de la cocina ancestral fusionada con la moderna y a la implementación de técnicas de innovación para sus procesos.