El eco metálico de un trombón puede ser tantas cosas: un grito, un lamento, una confidencia. Para Rafael Mendoza, actual director de la Banda del Municipio y de la Orquesta Estudiantil Municipal, además de maestro en cuatro puntos distintos de Ciudad Juárez, ese sonido se convirtió en lenguaje y destino.
“Yo vengo de una familia de músicos. Mi padre trabajó con Vicente Fernández, Alberto Cortés y con los Palomar, en los mariachis. Yo soy músico por decisión”, cuenta Mendoza con una mezcla de orgullo y nostalgia. La música no solo fue un oficio heredado, sino también una elección consciente: un camino que, asegura, transforma vidas y corazones.
Herencia y rebeldía
De niño, su padre —un músico consumado— le advertía que buscara otra carrera, una distinta al incierto mundo de los escenarios. Pero al mismo tiempo lo rodeaba de trombones, tubas y partituras que lo seducían en silencio. La contradicción se volvió semilla.
“Mi papá me obligó a ser independiente desde niño. Yo trabajé desde los seis años como empacador en un supermercado. Pero empecé a sentir una necesidad emocional por convertirme en músico, quería que me escucharan”, dice.
El trombón fue su elección. Descubrió pronto que el instrumento revelaba más de lo que él mismo quería: si estaba enojado, triste o alegre, el sonido lo delataba. “Entonces el instrumento fue para mí una manera de comunicación. Yo le decía muchas cosas a quienes me escuchaban, sin que se dieran cuenta de lo que en verdad estaba transmitiendo”.
La chispa definitiva nació cuando escuchó en una orquesta el bolero Perfidia. Fue el trombón, otra vez, el que lo reclamó para siempre.
El valor de la humildad
En sus recuerdos aparecen escenas que parecen pequeñas, pero que le dieron lecciones enormes. Una de ellas ocurrió en un museo, cuando buscaba asesoría tras la muerte de su padre.
“Me encontré con un señor mayor, platicamos largo rato y al final me dijo que él era el maestro al que yo estaba buscando. Se me hizo muy bonito porque era muy humilde, sin egos, pese a ser uno de los grandes músicos de la ciudad”.

La primera clase fue ahí mismo, en la calle, a las puertas del museo. Para Mendoza, aquel gesto fue confirmación de algo que siempre repite: “Uno nunca sabe con quién está platicando”.
También guarda con humor otras anécdotas, como la vez que un joven le presumió, con arrogancia, que pronto tomaría clases con un tal “Rafa Mendoza”. El destino se encargó de darle la vuelta a la escena.
“Llegué y vi un trombón. Me acerqué a un chavo y le pedí que me lo prestara; accedió, aunque con una actitud muy arrogante. Yo iba con unas amigas que iban a tocar y, al intentar entablar conversación, le pregunté dónde había aprendido a tocar el trombón. Me respondió que era autodidacta, pero que pronto tomaría clases con un maestro. Entonces le pregunté con qué maestro, y, con la misma arrogancia, me contestó: ‘Pues no lo conozco, pero se llama Rafa Mendoza’. Le dije que estaba bien, le deseé suerte y me fui al frente del evento. Mientras el grupo tocaba, uno de sus integrantes anunció que entre el público se encontraba un amigo de la banda e invitó a subirlo al escenario. Recuerdo perfectamente cuando dijeron: ‘Que pase Rafa Mendoza’ y pues el chavo tuvo una buena lección’”

La música como salvación
Su compromiso con la enseñanza se revela en historias íntimas que lo marcan, como la de una joven que atravesaba un mal momento y la música a salvó.
“La música cambia vidas, y lo he comprobado con mis alumnos. Actualmente doy clases a los integrantes de una orquesta, y recuerdo el caso de una chica que llegó acompañada de sus papás. No tocaba ningún instrumento, había ido solo por compromiso. Le mostré la viola y le gustó. Con el tiempo se incorporó al grupo, y un día su mamá se me acercó para decirme: ‘Oiga, yo a usted le debo mucho. Lo conocí porque en Facebook alguien comentó que estaba perdiendo a su hija y necesitaba una actividad, y usted sugirió que la música podía ser una buena opción. Mi hija se había empezado a cortar y por eso la traje con usted. Ella cambió mucho y dejó eso atrás’. Esa confesión me transformó de verdad, me hizo creer aún más que la música cambia vidas, sobre todo cuando la madre agregó que su hija le había dicho que había encontrado un motivo para despertar.”
Ese es, quizá, el motor más fuerte de su vocación.
Encuentros memorables
En su camino también se cruzaron personajes inesperados. En el Festival Internacional Chihuahua conoció a Erick del Castillo, sin reconocerlo al inicio. “Me trató con una humildad enorme, como si me conociera de toda la vida”.
Para Mendoza, esas coincidencias refuerzan su idea de que el arte se mide más en humanidad que en fama.

A pesar de invitaciones para trabajar en Canadá o Estados Unidos, Rafael decidió quedarse en Ciudad Juárez. Aquí echó raíces y aquí apuesta su talento.
“Esta ciudad es muy noble y su gente es inigualable. Me ha dado todo. Tengo 20 años en la música y crecí con los músicos viejos que trabajaban en la avenida Juárez. Todos necesitamos trabajar juntos por nuestra querida ciudad”, finaliza.