A sólo dos días después de que autoridades judiciales de Estados Unidos lo absolvieran de los delitos por los que fue señalado, entre ellos lavado de dinero, tras una denuncia impulsada por el senador Javier Corral, el exgobernador priista de Chihuahua, César Duarte Jáquez, reapareció públicamente en el club nocturno “Plan B” de la capital del estado. Allí fue captado bailando al ritmo de “En la frontera”, tema interpretado por Juan Gabriel. El video se viralizó rápidamente y no tardó en generar reacciones. Para muchos, no se trató de una celebración personal, sino de un mensaje político.
@enlaregionmx #CésarDuarte reaparece en Chihuahua acompañado de funcionarios de #Parral ♬ sonido original – ENLAREGION
Entre las personas que lo acompañaban esa noche se identificó a la síndica de Parral, Dalila Villalobos, y al regidor Vicencio Chávez. La presencia de estos funcionarios activos levantó cuestionamientos inmediatos sobre los vínculos que Duarte aún conserva en la política local. ¿Acaso sigue operando desde la sombra? ¿O se trata simplemente de lealtades que nunca se rompieron del todo?
La celebración —o más bien el espectáculo— ocurrió apenas unas horas después de la resolución emitida por el juez Rubén Morales, en El Paso, Texas, quien consideró que no existían pruebas suficientes para sostener los cargos derivados de la llamada Operación Justicia para Chihuahua, impulsada por su sucesor, Javier Corral. Para Duarte, la decisión representó un “tiro de gracia” contra lo que él considera una persecución política. Y así lo celebró: no con una declaración sobria, sino con música y baile.
Pero el exgobernador no está exonerado en México. Aún enfrenta más de 20 procesos judiciales por presuntos actos de corrupción, peculado agravado y asociación delictuosa durante su gestión, entre 2010 y 2016. Las autoridades lo acusan de haber desviado más de 96.6 millones de pesos del erario. Su reaparición festiva, por tanto, no sólo resulta provocadora, es un desafío abierto al sistema judicial mexicano.
Usuarios en redes sociales han señalado que su reciente presentación pública desmonta el discurso de enfermedad que sostuvo durante el juicio en Estados Unidos, donde llegó a gritarle al juez que su salud estaba deteriorada y exigía ser liberado. Ahora, la imagen del hombre bailando con energía contradice aquella narrativa de fragilidad.
Este regreso también ocurre en un momento estratégico: el exmandatario ha reactivado sus redes sociales, donde difunde mensajes que lo presentan como víctima de una persecución orquestada por intereses políticos. Así, entre pasos de baile y publicaciones digitales, Duarte parece reconfigurar su imagen, como si ya no fuera un prófugo ni un acusado, sino un actor político que retorna.
El baile no fue improvisado. Horas antes de ser captado en el club, ya se había grabado realizando los mismos movimientos al exterior de una propiedad privada. La repetición del acto sugiere un mensaje ensayado, una puesta en escena.
¿Qué quiere decirnos Duarte? En primer lugar, que sigue siendo fan de Juan Gabriel. Era su amigo personal y en su época de gobernador incluso llegó a celebrar su cumpleaños junto al Divo de Juárez. En aquel entonces, gozaba de una popularidad alta, atribuida en parte a una momentánea disminución de la violencia. Incluso llegó a sonar como posible presidenciable. Pero eran otros tiempos.
En segundo lugar, ese baile puede esconder algunas cosas de fondo. Cuando una persona baila, su cuerpo expresa que está vivo, en movimiento, que no está quieto ni sometido. Bailar es mostrar agilidad, dominio del espacio y, muchas veces, control de la narrativa porque quien baila, decide el ritmo. Que no se nos olvide eso.
Y tercero, que mintió a la jueza Delia Valentina Meléndez, aquel 30 de noviembre de 2023, cuando fue desalojado tras su pleito en la sala judicial. Esto fue lo que dijo ese día: “Por lo pronto estoy en la cárcel, y aquí me tiene, y por lo pronto a ver si me muero, a ver si me sale más barato, porque usted dice que no tengo una enfermedad grave cuando el cardiólogo les ha dicho que tengo una enfermedad grave.”
El gesto evoca la arrogancia de hace 12 años, cuando apareció en un escenario bailando animadamente con una mujer vestida de rojo, en pleno ejercicio del poder. Hoy, sin cargo ni fuero, vuelve a moverse del mismo modo. Como si nada hubiera cambiado.
Y es que sus apariciones públicas siempre han sido escandalosas. A veces de manera casual, otras con clara intención, Duarte ha sido fotografiado acompañado de personajes no precisamente “prianistas”, sino también de extracción morenista. La ambigüedad de sus compañías alimenta la sospecha de que no ha dejado la política, sino que la está reinterpretando.
Un ejemplo reciente: medios de la capital de Chihuahua difundieron imágenes de una comida en el exclusivo restaurante Dos Aguas, en el Distrito 1. En la mesa —donde se aprecian cervezas Indio y vasos michelados— aparece rodeado de viejos colaboradores como Eduardo Almeida y Leonel de la Rosa. Pero también se ve a Víctor Juárez Rentería, personaje cercano a la secretaria del Bienestar, Ariadna Montiel. La reunión no fue casual ni clandestina: fue publicada, difundida, casi presumida.


Todo esto ocurre mientras la presidenta Claudia Sheinbaum ha mencionado su caso en varias conferencias matutinas, lo que sitúa a Duarte nuevamente en el centro del tablero político. Pareciera que hay una estrategia en marcha: reinsertarse. Y no sería descabellado pensar que Duarte no sólo busca recuperar influencia, sino también proyectarse hacia el 2027. ¿Planea acaso una candidatura? ¿Una alianza política fuera del prianismo? ¿O simplemente desea proteger su red desde adentro?
Por eso baila Duarte. Porque sabe que en este país el olvido es veloz, la justicia lenta y el poder, reciclable. Su danza no es alegría: es cálculo. Y si algo ha demostrado la historia política mexicana es que, a veces, un buen paso de baile puede ser la antesala de una nueva campaña.