Gokú
Pierdo el micro.
En la última estación hay un hombre
con remera de Dragon Ball
y la raya del culo al aire.
Dos mujeres andinas, ojos
de perro orgulloso,
una dice
se acaba de ir
la otra a coro recién recién.
Son reinas sentadas
en bancos de aluminio
enseguida llega otro
ellas hacen adiós y siguen
reinando graves
hasta el último asiento
cruzo el pasillo y miro
al otro lado del vidrio sucio.
Luces esporádicas
revelan vetas y grumos de barro seco.
Pero esta noche los árboles
caminan sobre el mundo
sus hojas bailan, cantan:
saiayin
yo caigo
estoy cayendo
los árboles avanzan sus hojas cantan
a media voz
saiayin
todo se hace al deshacernos
Dos médicos
y una enfermera
trabajan sobre el cuerpo
quieto de tu madre.
Un aparato te amplifica
el ritmo cardíaco
la manifestación de un tiempo interrumpido
te escuché, hija
tus latidos alejándose
uno del otro
como el fundido final de una buena canción.
Meses después
te devolvimos al lago
(a veces te imagino
maravillada
acunada en tu mirador de peces).
Caminamos con respeto:
así y todo arruinamos plantas
Pasaron años.
Ahora tengo una gata
cada noche se enrolla a mis pies.
Los golpes del bosque
suenan también para ella. Tiene
la boca negra, la nariz rosa
y una mancha
oscura
en el corvejón.
Euclides
Vuelvo de noche
la estela de luces tras la ventanilla. No hay
mensajes tuyos. Más acá
las gotas tiemblan en el vidrio
una de ellas resbala y la esfera es, otra vez,
la geometría más estable.
El chofer acelera
sin distraer los ojos del camino
los carteles enumeran
ciudades y distancias en letras fluorescentes
la derivada de una curva es su forma
de perseguir lo que huye.
Sé que anhela estar en casa
él como nosotros quiere
cerrar la ronda cuanto antes.
Las estelas se alargan; la eternidad
no pertenece al recorrido
traza de tiempo
distancias colores
metalizados
demora
va
directo a la sala de embarque
como quien anda perdido de sí mismo
la sal cura su piel
para quien nació en el mar
cualquier lugar está a pasos de la playa
histéresis: retraso
el estado del material depende
de su historia
en cierto modo: memoria, herida
efecto separado de su causa
flota como medusa, espera un
sustrato algo
que aferrar
la sal se fija a la epidermis
hace su costra,
algas rojas capturan la bahía
sujetos a presión los materiales plásticos
se deforman.
Los elásticos en cambio
vuelven sobre sí mismos.
Se pregunta qué tipo de material es.
El agua de mar cura heridas. Quiere
absorber alebrijes
animales fantásticos
de colores vibrantes.
No resulta.
Cara de barro
En la feria de libros vi a una niña
en un carrito rojo:
la empujaban y su cara parecía
derretida como Clayface
Aguanté la visión. Fui
el único de la familia
que vio a su hija muerta.
Decían ¿para qué?
Merece
que el padre conozca su cara, pensé o dije.
Las enfermeras la presentaron erguida,
arropada en mantas.
¿Estaba en una caja, había un artificio?
Desvíe mis ojos de la niña
cara de barro
rodando en su carrito
por los pasillos de la feria
——
Alan Talevi nació en Buenos Aires en 1980. Es Licenciado en Artes de la Escritura (UNA). Obtuvo los Primeros Premios del Concurso Itaú y del Concurso de cuentos del Círculo de Estudiantes de Artes de la Escritura de la UNA. Publicó los libros de cuentos Pero ninguna palabra sobrevive (Malisia, 2019), Anomalía (Ed. Municipal de Córdoba, 2020), por el que obtuvo el Segundo Premio del Concurso Municipal Luis José de Tejada, y Mi marido se enamoró de Anne Hathaway (Cuero, 2023). En poesía, publicó Histéresis (HD Ediciones, 2022) y En un pozo de marea (Cuero, 2022). Es uno de los fundadores de editorial Salta el Pez.
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Entrevista con Alan Talevi / Por José Antonio Pérez-Robleda