En unas pocas horas, contando desde el pasado viernes, la situación de México se ha complicado. En primer lugar, por las supuestas declaraciones de Ovidio Ríos y de su abogado, Jeffrey Litchmann, quienes han vinculado a algunos funcionarios con el cártel que el llamado “Ratón” dirigía junto con su hermano. Es más: el litigante ha incluso sugerido que el gobierno actual es cómplice de los cárteles y que, por lo mismo, no debería estar inmiscuido en las negociaciones con el otrora terrorista y ahora amigo del pueblo americano.
Estas declaraciones tuvieron su respuesta inmediata con el Agente Naranja: 30 % a todos los productos de origen mexicano que se intenten comercializar a los Estados Unidos, incluyendo los que, como en el caso del cobre o el aluminio, ya se habían impuesto. Esta medida es —sobra decirlo— el último clavo que le faltaba al ataúd del ya moribundo T-MEC.
Pero hay que recapitular un poco lo que ha pasado con Ovidio, actualmente el más cuate de los cuates de la Casa Blanca. El hijo del mítico narcotraficante Joaquín “Chapo” Guzmán ha sido desde hace años el dolor de culo de la 4T. En primer lugar, con aquel operativo ya mítico en 2019, en el que el entonces presidente de la república, Andrés Manuel López Obrador, tuvo que ordenar que lo dejaran ir para evitar una masacre en Culiacán. Recordemos: una vez que el joven narcojunior fuera rodeado, las fuerzas de sicarios a su cargo, en una acción conjunta, rodearon una unidad habitacional en Culiacán con la orden explícita de matar a todos los que estuvieran dentro de ella —hombres, mujeres, niños, perros y pericos— si Ovidio no era liberado. En una de las decisiones más difíciles de su sexenio, AMLO optó por salvar la vida de los inocentes. Esto le costó una fracción de su capital político, ya que el incidente fue utilizado ampliamente por la oposición. Años después, en otro operativo, Ovidio Guzmán fue detenido por las fuerzas policiales y militares mexicanas y, respondiendo a una orden de extradición, enviado a los EU para ser juzgado por narcotráfico y delincuencia organizada.
Ya en el ocaso del gobierno del Peje, la facción del Cártel de Sinaloa le dio otro golpe indirecto a la 4T: la captura ilegal (digámosle secuestro) del narcotraficante conocido Ismael “El Mayo” Zambada, acción que ocasionó que el precario equilibrio entre grupos criminales del suroeste se quebrara y comenzara la guerra por el territorio entre “Chapitos” y “Mayitos”, misma que, a la fecha, está lejos de concluir y sigue contando muertos, heridos y sufrimiento para la gente del estado. El llamado “Mayo” había actuado desde hace décadas como elemento estabilizador de los grupos delincuenciales del sureste, por lo que su detención quitó la cuña que sostenía la frágil Pax narca de la región.
Por último, está la negociación que llevó a Ovidio Guzmán a convertirse en el sidekick del Capitán América, misma en la que se declaraba culpable de narcotráfico a cambio de que diecisiete de sus parientes fueran acogidos en el programa de testigos protegidos. Por otro lado, el mismo “Ratón” está en posibilidades de obtener una sentencia más benigna por sus crímenes. Básicamente, es una visa VIP de las que promovía el Agente Naranja, pero por vocalizar su cancionero picot.
Ante esto, habrá que desmenuzar ciertos puntos. El primero es que, en la realidad pragmática mexicana, ningún proyecto político que llegue al poder en México puede ignorar a los capos del crimen organizado. Esto es duro, pero cierto: el gobierno de la 4T, en algún momento, tuvo —al igual que sus predecesores— que pactar con algunas de estas deleznables figuras. En México, el crimen organizado emplea, según las estimaciones más modestas, a cerca de cinco millones de mexicanos, ya sea de manera directa o indirecta (lo mismo sicarios que lavadores de dinero, halcones, choferes, burreros, etcétera). Por supuesto que una negociación pasiva, de no agresión, como la que muy probablemente entabló el gobierno de López Obrador, no es comparable con lo que hizo el PAN de Calderón en su momento, el cual —recordemos— puso como secretario de Seguridad Pública a uno de los cabecillas de la mafia para que fingiera estar “combatiendo” al crimen organizado, cuando en realidad estaba exterminando a los competidores con los instrumentos del Estado.
En segundo lugar, está el factor del general Cienfuegos, quien —recordemos— fue secretario de la Defensa durante el gobierno de Enrique Peña Nieto. A mi juicio, que el gobierno de López Obrador haya negociado por su retorno a territorio nacional para luego exonerarlo de toda culpa fue un error que ahora se está pagando caro. Efectivamente, se atemperaron los ánimos de los generales que en su momento estuvieron muy molestos por la detención de su par, pero, al mismo tiempo, se le dieron armas al gobierno de Trump, mismas que está utilizando en este momento para apretarle las tuercas al gobierno de Claudia Sheinbaum.
En tercer lugar —sobra decirlo— está la caradura y la hipocresía del gobierno de los EU, el cual continúa solapando la venta de armas a los grupos delincuenciales mexicanos por parte de sus fabricantes; el cual sigue argumentando, argumentando que el problema del narcotráfico es exclusivamente de México y no de los cárteles internos del imperio; el cual sigue sin atender el problema del consumo en su propia población. En lugar de siquiera asumir un poco de corresponsabilidad, las autoridades del vecino país utilizan sin ningún recato a un reo detenido y extraditado por el gobierno mexicano (repito: detenido y extraditado por el gobierno mexicano) en contra del mismo. Con este precedente, es probable que las autoridades mexicanas —por pura supervivencia— se lo piensen dos veces antes de mandarles a otro capo de grandes ligas.
En último lugar, no está de más señalar el cinismo y desfachatez de la oposición mexicana: la misma que puso a García Luna, operador del cártel (y empleado del Ratón), a dirigir la seguridad pública en México; la misma que puso al general Cienfuegos al frente del Ejército Mexicano. Ahora espera con ansias las revelaciones del nuevo charro cantor para intentar crucificar, una vez más, al gobierno de la 4T. Lo paradójico es que el futuro de estas gavillas políticas parece depender de las declaraciones de un delincuente (perdón, un colaborador) y de su abogado, que más bien parece un personaje de Better Call Saul con esteroides.
La cuestión es que aquí nadie sale limpio. Ni siquiera la Cuarta Transformación, que se ha destacado por colocar en algunas gubernaturas a individuos particularmente siniestros. Ojalá no salga tan alta la factura.
Ante todo, las autoridades mexicanas están ante la gran disyuntiva de valorar si es conveniente seguir como el principal socio comercial del imperio, o será mejor buscar paulatinamente otras opciones de tratados comerciales. Ya el BRICS le abrió una invitación a la presidenta Sheinbaum (misma que diplomáticamente rechazó al no acudir personalmente a la reunión). Quizá sea hora de reflexionar sobre dicha postura.
Bien dijo alguna vez el presidente del Partido Comunista Chino: “Ser enemigo de los EU es peligroso, pero ser su amigo es mortal”.
P. S. En estos días se dio un evento, patrocinado por el evasor fiscal Ricardo Salinas Pliego, al cual asistió el embajador de los EU, Ronald Johnson. Dicho funcionario dio un inspirador discurso en el que proclamó, así sin ambages: “Buscamos el camino de la libertad”.
O sea: más claro, ni el mezcal rebajado.
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Omar Delgado, escritor, periodista y docente, irrumpió en el panorama literario en 2005 con Ellos nos cuidan, publicada por Editorial Colibrí. Su talento narrativo volvió a brillar el pasado 26 de noviembre, cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero por su obra Los mil ojos de la selva.
En 2011, su pluma conquistó dos escenarios: obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores-UNAM-Colegio de Sinaloa con El Caballero del Desierto y, en ese mismo noviembre, ganó el concurso nacional de cuento Magdalena Mondragón, convocado por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Su narrativa continuó expandiéndose con Habsburgo (Editorial Resistencia, 2017) y la inquietante El don del Diablo (Nitro Press, 2022). Delgado, con una carrera marcada por la crítica y los reconocimientos, reafirma su lugar entre los imprescindibles de la literatura contemporánea.