El fascismo tricolor tiene mucho corazón
Al contrario de lo que muchos compañeros opinan acerca de que la marcha del día de ayer (llamada Marcha Generación X) fue un fracaso para la oposición, considero que, por el contrario, hizo que por primera vez la oposición política en México se hiciera del control de las narrativas políticas y lograra justo lo que quería: enviar un mensaje de (falsa) ingobernabilidad al resto del mundo, en especial a un imperio americano que solo busca una excusa para intervenir militarmente en el país.
Esta marcha dista mucho de las que se han dado en años pasados, en las que lo más relevante era la presencia de una clase media y media alta encabronada e impotente que lloraba por sus privilegios perdidos. Desde la Marea Rosa hasta las marchas a Xóchitl Gálvez, esos paseos dominicales de gente de Tecamachalco y el Pedregal eran más desfogues de gente fifí que auténticas amenazas.
Sin embargo, en las últimas manifestaciones opositoras se ha incluido un factor: la presencia y acción de grupos de golpeadores quienes, con estrategia bien definida, recursos, entrenamiento visible y logística, intentan encender la mecha de la acción policiaca. La violencia ha escalado de arrojar piedras a intentos de linchamiento de los agentes de la ley y de petardos caseros a bombas molotov. Todo ello tiene una intención muy clara: herir o incluso asesinar al mayor número posible de policías y luego, cuando estos respondan en defensa propia, grabar y tomar fotos para acusar al gobierno federal de represión y violencia.
En la marcha del día de ayer se pudo apreciar la sofisticación a la que está llegando la oposición: desde la semana anterior, grupos asociados a la CNTE hicieron campamento en el Zócalo. Esto no fue fortuito, pues pudieron presenciar la colocación de las vallas de acero que resguardaban Palacio Nacional. Pudieron analizar sus puntos débiles y estructura, y luego, cuando habían hecho la inteligencia necesaria, se retiraron.
El día de la manifestación fue todo un ejercicio de disciplina: cuando llegaron a la plancha los contingentes asociados a la Marea Rosa (es decir, estos clasemedieros resentidos de los que hablaba), de inmediato aparecieron los miembros del Bloque Negro con una consigna muy clara: derribar las vallas. Lo hicieron de manera organizada, perfectamente sincronizada. Lograron derribar las vallas ante el éxtasis y el aplauso de los Marea Rosados que, muy resguardaditos, aplaudían desde el otro extremo de la plancha la agresión. Los del Bloque Negro entonces se confrontaron con los policías antimotín, quienes los repelieron con sus escudos y con extintores.
Se exacerbaron los ánimos y, milagrosamente, aparecieron una decena de reporteros y camarógrafos de TV Azteca (sí, del evasor) que dieron noticia de las “agresiones” de la autoridad previamente agredida. Luego de lograr sus ansiadas postales, Bloque Negro y camarógrafos se retiraron para replicar urbi et orbi las imágenes que, según ellos, daban fe del talante represivo del gobierno de Claudia Sheinbaum.
(Por cierto, algún manifestante se vanagloriaba de que “ellos no eran como los chairos y que por eso no entraron a Palacio”. No, mi rey. No entraron a Palacio porque, al ser instalación federal, está resguardado por el Ejército, y este no les hubiera respondido con extintores. Tampoco son pendejos).
La sofisticación y violencia a la que llegó la movilización, que se puede constatar también con la intensa campaña mediática y de redes sociales, solo puede ser un esfuerzo coordinado entre la ultraderecha mundial (Atlas Network, Vox, el gobierno de Milei, etc.) y la oposición mexicana. Si a esto le agregamos que el gobierno de Donald Trump, en el fondo, estaría más cómodo con un gobierno mexicano abiertamente entreguista (y, por supuesto, con los esfuerzos que de seguro hace en ese sentido su embajador, un ex boina verde experto en golpes de Estado blandos), tenemos ahí la tormenta perfecta.
El gobierno mexicano, a mi juicio, ha tenido una política de tolerancia y no confrontación que ha sido aprovechada por la ultraderecha para dar una imagen de debilidad e ingobernabilidad, una estrategia que ahora le está jugando en contra.
Y con esto no quiero decir que se deba regresar al modelo represor del PRI y del PAN, sino que se debe comenzar a actuar con protocolos de inteligencia y contrainsurgencia para desarticular a estos grupos de choque y contrarrestar su virulencia. También se puede utilizar la tecnología en videovigilancia para detectar y detener a los generadores de violencia extrema. En todo caso, es el Estado el que debe, a partir de ahora, tener la iniciativa. Si no, se corre el riesgo de que muchos policías legítimamente se nieguen a actuar en las próximas manifestaciones, a las cuales los envían sin capacidad de defenderse.
O incluso se puede llegar a un atentado en contra de alguna figura importante del gobierno (incluida la presidenta), alentado por esta aparente laxitud en la aplicación de la ley.
Y, por supuesto, la presidenta Claudia Sheinbaum debe hacer válida su legitimidad, misma que es respaldada por 36 millones de votos. No debe dejarse amedrentar por un grupo de lúmpenes encapuchados al servicio de aquellos que dejaron a este país en ruinas.
Pero, bueno, esto ya lo veíamos venir. La separación de la Iglesia y el Estado nos costó dos guerras en el siglo XIX. ¿La separación del poder político y el poder económico… también?
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Omar Delgado, escritor, periodista y docente, irrumpió en el panorama literario en 2005 con Ellos nos cuidan, publicada por Editorial Colibrí. Su talento narrativo volvió a brillar el pasado 26 de noviembre, cuando fue galardonado con el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero por su obra Los mil ojos de la selva.
En 2011, su pluma conquistó dos escenarios: obtuvo el Premio Iberoamericano de Novela Siglo XXI Editores-UNAM-Colegio de Sinaloa con El Caballero del Desierto y, en ese mismo noviembre, ganó el concurso nacional de cuento Magdalena Mondragón, convocado por la Universidad Autónoma de Coahuila.
Su narrativa continuó expandiéndose con Habsburgo (Editorial Resistencia, 2017) y la inquietante El don del Diablo (Nitro Press, 2022). Delgado, con una carrera marcada por la crítica y los reconocimientos, reafirma su lugar entre los imprescindibles de la literatura contemporánea.

