*
El niño se despidió de su amigo imaginario
al cumplir los doce años,
bajo los ojos de un invierno que ese año quemó todas las hojas.
El amigo imaginario sólo lo miró
y se fue caminando por la calle más larga que jamás se haya visto.
Fueron mejores amigos por siete años.
Todo lo hacían juntos. Correr en el jardín. El camino a casa. Los columpios.
Montaban la misma bicicleta solitaria
hacia distintos planetas, algunos más lejanos que otros.
Cenaban lo mismo.
Se ponían pijamas iguales.
Y se quedaban dormidos al mismo tiempo.
No se volvieron a ver.
Quizá el amigo imaginario alguna vez lo miraba de lejos.
Quizá de vez en cuando,
sin que el niño se diera cuenta,
lo visitaba.
El hecho es que se fue cuando el niño estaba preparado
para no volver a sentirse solo.
Con los años
el niño descubrió su propio cuerpo,
y aunque fue difícil entender que se tiene un cuerpo
y con él se deben tomar toda una serie de decisiones importantes.
Lo hizo bien hasta entonces. Se fue adaptando como pudo.
Pero con la llegada del cuerpo
también llegan sentimientos que nunca se tuvieron,
algunos más lejanos que otros,
algunos lleva más tiempo recorrerlos que otros.
Ahora era un hombre
-lo que sea que eso signifique-
y era necesario buscar de entre los recuerdos
una figura masculina, una figura paterna de entre las rocas.
Tal vez no de entre las grutas con las que un niño
abre un jardín para pasar.
Tal vez no de entre los nomeolvides que allí crecen
durante la noche.
Probablemente de la lluvia,
de sus maneras de caer y azotar ventanas.
Volvió a sentirse solo.
La noche que murió
el invierno volvió a quemar todas las hojas.
El amigo imaginario se había convertido en un poderoso adulto,
se había sentido solo todos esos años sin el niño,
pero ahora ya tenía una vida que vivir.
*
Mi vecino dice que vio al diablo,
que lo vio bajar corriendo por la escalera de servicio
y estaba desnudo como un caballo.
Que tenía ojos encendidos como setas en llamas
y unos cuernos semejantes al manubrio de una bicicleta.
Que parecía un muchacho de diecisiete años
o un arbusto lleno de pájaros negros, no recuerda.
Pero que olía a mariguana
y sus labios tenían el color que dejan las moras cuando las cortas.
Que su pene estaba erecto y parecía un cazador de perdices,
una robusta escopeta a punto de disparar. Un arpón
a pocos segundos de atravesar una ballena.
Y que su cuerpo le recordó el cuerpo que él tenía de joven.
Nalgas como cascos de soldado
y una enorme espalda cuesta arriba, difícil de trepar.
Que no era nada feo, pero que era el diablo.
Y está seguro que tenía alas pero las tenía escondidas.
A sus noventa y ocho años
mi vecino dice que vio al diablo
y que se parecía a él cuando era joven.
*
Como oyó hablar de Jesús, llegó por detrás
entre la gente y tocó su vestido. Porque decía:
si tocare tan solo su vestido, seré salva.
Inmediatamente Jesús, conociendo en sí mismo
que había salido energía de él sin su voluntad,
volviéndose a la gente, dijo:
¿Quién ha tocado mis vestidos?
Marcos 5:27-28, 30
La mujer estaba convencida
de que si tocaba las joyas de otra persona
le robaría la suerte,
arrancaría de ellas esa raíz misteriosa
por la que bombea su sangre la suerte
y la haría suya.
La fuerza en el amor de otra
sería suya.
Suya sería la luz que abre caminos en la niebla.
Intercambiarían lugares.
Éxitos por fracasos.
Posiciones laborales por despidos.
Un buen empleo a cambio de un mal empleo.
Pretendientes. Autos.
Lo que fuera necesitando.
Un simple y básico robo de energía
entrando como una bacteria a la corriente eléctrica del otro.
Una fe oscura y poderosa.
Elegía a sus víctimas con cuidado,
siempre de entre sus conocidos o de entre sus amistades
para saber la vida y no errar en la energía robada.
Para no traerse algo oscuro.
Si alguna tenía problemas económicos, de salud, de pareja,
no la tocaba.
Su técnica era simple
citaba a la persona, charlaban
y durante el café
alababa un arete, un anillo, un reloj, una medalla
y lo tocaba concentrada en hacer suya la suerte de la otra
y dejarle la suya a cambio.
Las personas desmejoraban sin explicación.
Perdían posesiones. El banco les quitaba propiedades.
Divorcios. Enfermedades repentinas.
Problemas con los hijos. Adicciones.
Infidelidades.
La mujer surgió de la nada,
de ese lugar del que escapan todos los misterios
para hacerse reales.
En unos años
se convirtió en la mejor versión de sí misma.
Y entendió
por qué los vampiros necesitan sangre.
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A. E. Quintero. Obtuvo el Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalientes en 2011. Su libro Porque a veces el corazón se siente como ir montado en un caballo. Poesía 1996-2019, publicada por Editorial De Otro Tipo, reúne gran parte de su obra poética.
Los poemas que presentamos pertenecen a su más reciente poemario Miedo: el libro de los espejos, Editorial De Otro Tipo, 2022.
(A. E. Quintero, Miedo: el libro de los espejos, México, Editorial De Otro tipo, 2022)