Mi padre se golpeaba la cabeza con una piedra. Se paraba en el patio, agarraba la piedra con las dos manos y la levantaba a la altura de la frente. Luego la chocaba reiteradamente con la cabeza. Mi madre y mis tres hermanas salían al patio gritando y llorando como locas. Luego venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban. Yo, que miraba todo desde la ventana de mi dormitorio, me quedaba mirando la piedra. La piedra, manchada de sangre, seguía ahí.
Después mi padre desaparecía. Está de viaje, decía mi madre. Está en un manicomio, decían mis tres hermanas. Ellas ya no gritaban ni lloraban como locas. Tejían para afuera. Yo iba al colegio, y cada tanto, desde la ventana de mi dormitorio, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre, seguía ahí.
Del manicomio, mi padre siempre volvía y la piedra se teñía de rojo y mi madre y mis tres hermanas gritaban como locas y venía una ambulancia con dos enfermeros y se lo llevaban, y la piedra que yo miraba desde la ventana de mi dormitorio, con o sin manchas, de sangre, seguía ahí.
Un día mi padre murió. La piedra tiene la culpa, dijeron mis tres hermanas. Hay que esconderla dijo mi madre. Yo, que miraba la piedra desde la ventana de mi dormitorio, pensé, hay que romperla y tuve un deseo enorme de golpear mi cabeza contra la piedra y que mi madre y mis tres hermanas salieran al patio gritando y llorando como locas y que viniera una ambulancia con dos enfermeros y que me llevaran a un manicomio…pero dije que no, y la piedra, con o sin manchas de sangre, seguía ahí.
Una noche mi madre me llamó a su dormitorio. Desde la cama me dijo: Tu abuelo se golpeaba la cabeza con esa piedra. Tu padre se golpeaba la cabeza con esa piedra. Vos tenés que golpear tu cabeza con esa piedra. Es tu destino, dijo, y murió. Yo, desde la ventana del dormitorio de mi madre, miraba la piedra. La piedra, sin manchas de sangre seguía ahí.
Pasaron muchos años. Mis tres hermanas se casaron. Yo también me casé. Hoy con mi esposa mirábamos desde la ventana de nuestro dormitorio como nuestros hijos y los hijos de mis hermanas jugaban en el patio. Habían hecho una roda alrededor de la piedra y cantaban.
La piedra sin manchas de sangre, sigue ahí.
De: La pastilla que brillaba como una luciérnaga
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Gustavo Borga (Villa Nueva, provincia de Córdoba, 1960). Publicó los siguientes libros: Patitos degollados (Edición de autor, 2002), Hermoso niño rubio (Xión Ediciones, 2006), Poesía reunida (Ediciones llantodemudo, 2008), Para vos NO (Editorial llantodemudo, 2010), Un puntito negro (Editorial Cartografía, 2013), Como un corazón (Borde Perdido Editora, 2016), Pozo de luz (Eduvim, 2018). La patilla que brillaba como luciérnaga (Borde Perdido Editora,2021), Alitas de pollo congeladas (Mascarón de proa, 2022) Los superhéroes no cortan yuyos (Ediciones la Yunta y Editorial Cartografía 2004). Es ferroviario.