Conocí a Marcial a principios de los ochentas. Le escuché canciones como Capitán, en donde contaba el día a día del chofer de autobús urbano, un trabajador sin derechos laborales en el caos de una ciudad como la de México. Marcial observaba y contaba sus pareceres.
Nació en 1955 en la Ciudad de México y eso también quiere decir que nació con el rock and roll, que vivió la plena efervescencia del ideal cubano y socialista, que escuchó la canción política que llegó del sur del continente y que fue testigo de la matanza de Tlatelolco, del endurecimiento político de un régimen rebasado y del surgimiento de propuestas culturales y musicales novedosas. Nunca se definió como de izquierda o comunista o socialista: Soy hebertista, decía. Militó en el PMT y, muchos años después, formó parte del proceso fundador del PRD.
Hizo el bachillerato en la Preparatoria 6, para ingresar después a la Escuela Nacional de Música de la UNAM, de la cual salió a los dos años, por no encontrar ahí lo que le interesaba. En adelante todo fue cantar y escribir canciones.
Parece ser que su primer trabajo como músico fue acompañar en el contrabajo a Ángel Parra, hijo de Violeta Parra. Imaginemos lo que significa para un joven en búsqueda de su camino musical, estar en contacto con la canción política y folclórica chilena en aquellos años. Fundó uno de los grupos musicales más propositivos de los setentas: La Nopalera. En el contexto del rock y la canción folclórica y política, La Nopalera era una propuesta amplia, arrojada y desprejuiciada de la canción. Después integró el Grupo 26, en donde interpretaba canciones de la trova cubana y canciones de su propia autoría. En los años siguientes y hasta el fin, Marcial fue compositor y cantante solista. Pero aun siendo esencialmente solista, sus discos cuentan con la participación de los músicos más destacados de la escena nacional en el campo del jazz, la música afroantillana y el rock. Grabó tres discos y un EP, además de ser interpretado por algunas de las voces más importantes de nuestro país. Hablo de las voces de Amparo Ochoa, Eugenia León, Tania Libertad, Óscar Chávez, Margie Bermejo y Salvador El Negro Ojeda, entre muchas otras.
A Marcial se le abrían espacios en mundos diversos, gracias a su trabajo, su bonhomía y su inteligencia. Es reconocido en el mundo de la industria musical, en la escena independiente de la música, en la vida cultural de nuestro país, en algunos espacios de la política nacional y en el universo de la canción política del continente.
Algunos de sus compañeros y amigos son, precisamente, exponentes de la, digamos, clásica canción política: Amparo Ochoa, Óscar Chávez, el mismo Gabino Palomares, que aquí nos acompaña. Su presencia en actividades político musicales, especialmente en los ochentas, es constante. Festivales de solidaridad, encuentros musicales, marchas y actividades solidarias. Es en esta época que graba su primer disco solista, en el que incluye Mercenario, canción escrita a propósito de las revoluciones centroamericanas. En los noventas es invitado por Silvio Rodríguez, quizá uno de los mayores exponentes del canto social latinoamericano, para hacer una gira conjunta por Argentina y Chile.
A Marcial se le dio la escritura. Escribió sus canciones y cultivó la décima. Si convocáramos a las personas que recibieron una décima escrita por Marcial, seguramente acudirían cientos de personas con su décima en la mano. Escribió sin cesar, incluso asumiendo desafíos como hacer el texto para el Intermezzo de Manuel M. Ponce o la música para La Donosa, el verso 85 de Los Milagros de Nuestra Señora, de Gonzalo de Berceo, o la música para el texto de El Gavilán, recopilado por Juan Rulfo para su obra El Gallo de Oro.
Cerca del final de su vida, decidió inscribirse en los cursos de la Escuela Nacional de Escritores de la SOGEM. Por supuesto que el director de la SOGEM, Víctor Hugo Rascón Banda, quien conocía bien a Marcial, le dijo: “¿Pero qué haces tú aquí, que te vamos a enseñar?” Marcial estuvo en esa escuela unos meses. Su avidez por aprender y escuchar era grande e inagotable.
Pero se le dio la música también. Abandonó la Escuela Nacional de Música, porque no encontró ahí lo que buscaba. Pero lo encontró en la calle y con otros músicos, cantores y compositores. Él contaba que su famosa canción El Fandango Aquí, ganadora del Festival OTI en 1985, fue compuesta pensando en el ritmo del famoso tema de Lionel Richie, All Night Long. Nunca lo comentamos, pero estoy seguro que para acercarse al sonido del son de mariachi en la guitarra y la canción, que escuchamos en El Gavilán y Canto mío, su referencia fue Guadalupe Trigo, quien nos regaló una versión contemporánea de la música de occidente de México en versión de guitarras. La canción ranchera de Marcial nos muestra un discurso masculino evolucionado y una forma armónica novedosa y contemporánea. Suelo decir que el vínculo entre José Alfredo Jiménez y compositores como yo y menos viejos, es precisamente Marcial. Es decir, Marcial siempre supo que fue beneficiario de una herencia musical viva y diversa.
Pero merece mención especial su propuesta armónica y melódica. Trabajó muchos años con Leonardo Sandoval y Javier Azali, grandes músicos, arreglistas y productores, que hacían música para diversos proyectos. A las propuestas melódicas y armónicas de Marcial, estos dos compositores le llamaban “armonía Marcial”. Y es que Marcial conoció muy bien los esquemas armónicos recurrentes en la canción popular. Los usó incluso, pero supo darles la vuelta y proponer en cambio cadencias insólitas, acordes extendidos y alterados y sonoridades amplias en la guitarra. Con frecuencia sus acordes dejaban varias cuerdas al aire, sin pisar, de tal modo que usaba uno o dos dedos nada más. En broma, por supuesto, explicaba sus recursos diciendo: “lo que pasa es que soy güevón y mientras menos dedos use, mejor”. Pero lo que ocurría cuando él hacia eso, era una sonoridad bella, original y tan compleja como entrañable. Es natural que a tal propuesta armónica, audaz y original, le correspondieran melodías igualmente arrojadas y propositivas. La complejidad de lo sencillo y la sencillez de lo complejo; porque Marcial es, ante todo, profundamente cantable.
En la obra de Marcial encontramos varias formas de canción. Escribió boleros, canciones rancheras, sones contemporáneos, funk, blues y muchas canciones cercanas a las formas que vienen del Caribe, con un toque e interpretaciones peculiares. Hizo canciones sin ningún prejuicio respecto a la forma y con una amplia mirada sobre el acervo popular.
¿Qué tiene que ver esto con la canción política? La canción política suele ser categórica. Acostumbra echar mano de palabras e ideas, apelando a su calidad de absolutas. Dice sí o no, bueno o malo, ellos y nosotros, etc. A pesar de las intenciones “políticas” de algunas de sus canciones, Marcial no comulga con esta idea de decir las cosas. Quizá porque era consciente de que la realidad es más compleja de lo que parece y menos asible de lo que imaginamos. Aborda los hechos reales con una sutileza y elegancia que le hace bien a la palabra, a la estética y a la cultura, pero quizá no tenga una utilidad precisa para esa idea del canto político y/o social.
Marcial cantó sin grandilocuencia a propósito de los asuntos colectivos y del propio oficio de cantar. “No te vayas canto mío […] sigue dando las razones […] sin hacerte griterío, pero con los dos pulmones… Para ver que tú no callas, que no tiemblas ni desmayas, en la voz del que esté alerta”. A la realidad injusta y violenta, Marcial la llama “Un mal momento del tiempo”, “Es tan difícil el mundo, tan grotesco, tan rival…” “Con qué cara les pides buen juicio, si este mundo perdió la razón”, “a pesar de los pesares y la misma sinrazón”, “los males de este mundo”. Para Marcial, el pueblo o la sociedad civil, es “el personal, la gente cabal, toda esa gente”. En contraposición a los malvados, los gandallas, los poderosos, los hipócritas, “ahí están los naturales, los de pecho y de morir, ahí están los de a deveras, ahí están los resistentes, qué ganas, qué ganas, qué ganas de ser gente”
Sin nacionalismo fatuo, y mucho menos patrioterismo, Marcial canta a nuestro país. Lo canta con esa mirada crítica que caracteriza su canto y su opinión. Nombra a nuestro país, nos nombra con la crítica y el amor necesarios. Necesarios para mirarnos de veras y entendernos. Para que tengamos un reflejo más preciso y abarcador de lo que somos. “Tenemos una conquista, una masacre gloriosa, una virgen como diosa, un souvenir pal turista, una razón partidista […] Tenemos varias versiones de por qué somos nación, tenemos constitución y demás instituciones, botín para los ladrones […] Tenemos dos sierras madres, oriental y accidental, la vergüenza nacional de no parar los desmadres y un tequila sin agave […] unos enanos en zancos, los bosques casi desiertos y un famoso día de muertos.”
El amor también es abordado por Marcial. Pero para hablar de amor Marcial ha asimilado y vivido las tendencias de la sexualidad y las relaciones de pareja que brotaron en los sesentas. Marcial llama “compañera” a su pareja, en alguna de sus canciones. Marcial apuesta al amor en condiciones de igualdad: “no es una entrega total de las que terminan tan mal, sólo son dos amorosos y un mismo ritual”. “En todo caso estamos parejos, los dos amados, los dos bien lejos, qué caray. Los dos pagamos el mismo precio, uno por terco y otro por necio, qué caray”.
Marcial canta con veneración a sus amigos, a los hijos, a la mujer, al ser humano, a la humanidad. Propone quizá la posibilidad de ser mejores personas. “Hay que hacernos a la mar, regresar a lo profundo, olvidar los litorales para deslavar los males de este mundo.” Pero Marcial no tira netas. Se apartó siempre del lenguaje imperativo, para posicionarse al lado del convencimiento, de la belleza, de la razón, de la sugerencia. Marcial nos dice que hace falta luz para que tengamos guía, pero propone que nunca sobre, que nunca la luz sea tanta, que nos impida apreciar la noche.
Y Marcial hace un discurso cantado denunciando la brutalidad de la institución religiosa, pero considerando la idea de Dios. “Dios no cabe en una iglesia, dios no tiene religión, dios es una tentación en los labios que le rezan. La da vértigo la altura, el prefiere lo más hondo, pero no los bajos fondos de los curas. ¿Por qué señor, por qué, tu presencia tan humana es un lío de sotanas?”
¿Es esto canción política? Sostengo que sí y quizá por ello estamos hablando en este conversatorio de Marcial Alejandro. Creo que la canción política tiene varias rutas. Una, quizá la más divulgada, es aquella que cuenta y nombra las cosas con literalidad y urgencia. La que se asume como mecanismo de información y nos cuenta pasajes de la realidad ignorada o escondida; la que se propone convencer de una cierta versión de la realidad y/o la que invita a acciones precisas en función de esa cierta versión de la realidad. Otra ruta de la canción, que tiene también destellos de política, es la que propone mirar con atención nuestro entorno, la que cuestiona las diversas versiones de la realidad, con la intención de que se abra paso la razón, el debate y la comprensión más profunda. La que critica incluso las aspiraciones personales y siembra la duda creativa; la que propone preguntas más que respuestas. La que, en fin, apunta a que seamos mejores personas como un ideal, como una aspiración personal y colectiva. En este cuerpo de canciones ubico la obra de nuestro querido Marcial Alejandro. Una obra que es herencia invaluable para el cancionero popular, escuela de composición para autores consolidados y compositores en ciernes y también una propuesta que reconfigura la idea de canción política, en un momento del mundo y del país que nos obliga, por su complejidad, a cuestionar las verdades absolutas y concebir rutas diversas para cantar nuestra realidad.
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Rafael Mendoza nació en la Ciudad de México el 10 de junio de 1960. Comenzó su carrera discográfica en 1987 cuando formaba parte del dueto “Mendoza y Macondo”, del
cual surgió un LP editado por Discos Pentagrama, de la mano de Modesto López. De este material se desprende su canción “Por las carreteras”, tema que años más tarde grabó la cantora, Amparo Ocha, quien se convirtió en su primera intérprete.
Rafael Mendoza ha cantado la vida y su tiempo. Es uno de los cantautores más versátiles de la escena nacional, que se expresa a través de prácticamente todas las formas de canción popular de México y el mundo. En sus 10 discos grabados, ha incursionado en diversos géneros, tales como: el bolero, la ranchera, el blues, la balada, el pop, la música norteña, los huapangos, el son istmeño, la clave yucateca, la canción cardenche, el son mexicano y son caribeño, la bossa nova, el danzonete y el rock, entre otros estilos. Es el único autor dentro del medio de los compositores en nuestro país que maneja tal gama de sonidos.