ARIEL WILLIAMS
Señora Hundidora,
no me dejéi entre los perro !
Decil-le que eiscemelterio
deanimale ladrido ,
d´ unos muchacho peludoss
cuatro pata-pata-pata-pata
cola dientes.
Pálida Señora Hundidora,
non me visité tampoco,
tu presencia tan fría en un suenio :
éste era el amargo, de la malinconía
et todas sus señoras grises
que vienen tomar té en otoño.
Era éste, el decúbito de la pensadera,
la historia secreta de los orines
dentrol decir.
Del libro “Conurbano sur”
los gallos vuelan de voz puro cogote,
levantan del zanjón negro el alma
de los dormidos;
hay quienes se arrastran a media tierra
y ponen a quemar el agua,
hay otros que se hunden en el occipucio
de la frazada
y desalojan de la próxima luz
toda la parte puerca de la maquinaria;
ella viene lo mismo, más pura y más indigna
que la muerte.
Del libro “Lomasombra”
viste padre que traías otra sombra
que habías sido madre en el lugar
donde no nací,
en el cielo de las nubes moscas?
viste padre que yo te había querido
y que las piernas de cordero hacían fila para recibirte
con el vino?
tocaste los manteles largos negros
que habían puesto las ancianas en las mesas del afuera,
pues no venías?
llegaste a saber de la fila de faroles que alargaron la noche
el día en que te traían que ya no eras, no en vos,
el día largo de espera que nació de corazones oscuros
el día noche en que septiembre amaneció cansado
de vivir?
supiste del hueco silencioso
que ahora está en la madre?
Del libro “Los fronterantes”
Pensar es como si alguien se muriera lentamente. Desde adentro, casi sin saberlo. Los pensamientos me violan. Soy pensado, soy dicho. Las cosas son pantallas de un río asesino inocente. ¿A quién culpamos por un pensamiento? Pero vino. Pero pasó, estuvo aquí. Vuelve, a veces.
Salgo a caminar, entonces. Las cosas son paneles de sombras. Paso al lado de un árbol. Sisea. La sombra extraña alta siseante. Unas personas vienen por la vereda del frente. Conversan. Todo podría ser un teatro. Ellas, estar actuando. Con perfecto acabamiento de sombras de colores.
Sombras llenas como si fueran carne, como si fueran seres. Arriba, el cielo como una sombra azul que amenaza. Una mantarraya gigante celeste pasando por el universo. Durante milenios, es nuestro cielo. Pasa. ¡Saludos a la tierra! Cuando me vaya, cuando termine de pasar, se van a quedar solos. Firmado: un dios.
Pensar es morirse como un cielo que se va.
Del libro “Discurso del contador de gusanos”
Estar muerto, enterrado con la cabeza hacia el fondo del suelo y
los pies apuntando para arriba. Los ojos cerrados, la boca quieta.
La cabeza ya ausente de sí misma. Los pies son el centro de la
inocencia. Guían a los que quieran subir. Los pelos de la cabeza
entre unas piedras, despeinándose mientras las orugas oscuras
del fondo inician su trabajo con la carne del rostro. Ellas recorren
lo que fue un ser vivo. Suben por un organismo silencioso.
Limpiándolo de su vergüenza.
Del libro “Notas de una sombra”
Había otros jóvenes. Todos teníamos piernas largas y éramos
rápidos, y la llanura nos atraía. Los espacios, los ríos. Los animales
y sus costumbres, y sus sangres. Los olores de los animales
llegaban con las corrientes de aire. Había ahí invitaciones y miedos.
Y estaban los lugares.
Los lugares son alguien. Las arañas lo saben, crean lugares.
Un lugar debajo de una piedra se convierte en alguien, y
levantamos la piedra y vemos unos ojos expectantes, tal vez
asustados. Un poema también es un lugar, un escondrijo donde
alguien se reinventa. Cuando leo, puedo ver los ojos del poeta
marcados por las estrías rojas de la vida.
Del libro “La risa huérfana”
3
Esto dije de niño:
“Estamos cabeza abajo. Y nuestras mentes pesan,
las manos que vuelan por el aire bajan,
se ponen al lado del cuerpo; serían tan pesadísimas
si no las retuviéramos con nosotros. Se iban a perder
en la noche.
Quiero tener
los huesos vacíos como los pájaros.
Quiero ser una chica de piernas livianas, tan rápida, saltar
los cercos.
Lo que nos pesa se caerá.
Viene
una noche, viene con sus estrellas raras.
Y todo estará demasiado hueco.
Quiero ser esa chica saltamontes que corre bajo el último sol”.
De “Los niños de la noche”
Ariel Williams (Trelew, Pcía. de Chubut, 1967). Cursó la carrera de Letras en la UBA entre 1988 y 1992. Trabaja como docente y vive en Puerto Madryn. Cultiva tanto la poesía como la narrativa. En 2008, obtuvo, con Los fronterantes, una Mención en el Concurso Olga Orozco. Ha publicado los siguientes libros: Viaje al anverso(poesía, 1997), Lomasombra (poesía, 2003), Conurbano sur (poesía, 2005), Los fronterantes (poesía, 2008), Daier Chango (novela, 2010), Discurso del contador de gusanos (prosa poética, 2011), El cementerio de cigarrillos (novela, 2012), Notas de una sombra (prosa poética, 2014), La risa huérfana (poesía y prosa poética, 2016), Los niños asesinos (novela, 2017), Invención y desinvención de GiorgiaBardat& Nadie es hermoso (novelas cortas, 2020), La Era de Paso de Caballo (novela, 2021) y Cómo se inventa una orfandad (antología poética, 2024).
***
EUGENIA CABRAL
Tabaco
La rabia dura lo que el cigarrillo.
Luego el humo y la ceniza esparcen
la desmerecida forma de lo que ha sido.
Arder. Arder como la brasa ambigua
que no es llamarada ni es ceniza;
entre secuencias de orden y desorden
arder; arder cual perfume de maderas;
cual ocaso –furia postrera del día-
arder; en pausas de la informática,
detrás de los envases descartables,
con un sexo torpe entre torpes manos,
arder. Como sólo el fuego puede arder.
Como pasión y soledad pueden arder.
Astro perdido en la jungla del cielo
tornando a una casa y a unos padres,
arder. Solícitamente, en honor de un amante,
arder. Ofrecer la transparencia y pretenderla
cada vez con menos fuerza y eficacia.
Arder. En el templo de los bárbaros.
Arder, tan tenue como sea posible,
ante la fatiga de la mirada. Encender
los rubíes de la culpa entre el lodo funeral
y las arenas donde el hedor de lo muerto
sobrevive (¿para qué?) sin condena ni justicia.
En el horno de los bronquios se caldean
la sinrazón de existir abominando
y el humo: símbolo de olvido e impotencia
de querer retener lo que se esfuma
-antes eterno, ahora fugitivo-,
breve danza de amor entre los dedos,
ocaso que arrastra el cuerpo del día
-iluminado de amor- a oscura gruta,
para escandir las formas de la noche
cual sílabas de un poema revelado.
(De Tabaco. Editorial Babel, Córdoba, 2009,
que recoge poemas escritos entre 1987 y 1995)
La Piedra del Mundo
Poema sobre Blanche Du Bois, personaje de
“Un tranvía llamado deseo”, drama de Tennessee Wiliams.
1
Blanche, bibelot sonámbulo,
nunca ha dormido verdaderamente.
Unas vestiduras de algas traslúcidas
cuelgan a lo largo de sus palabras,
las arrastra desde la infancia.
Blanche se borró el ombligo y emergió
-como de una crisálida-
para comerse la piedra del mundo.
2
Blanche:tirale esa piedra
a la cara del mundo,
esa piedra sí podés tirársela,
otras no,
otras te las van a dar en el ojo,
pero con ésa apuntale al Polifemo
que nunca te perdonará el sonambulismo.
Y rápido.
Esta es una lucha de videogames;
alguien tiene que salir derrotado.
3
Blanche: el que olvida es olvidado,
olvidable. Entonces,
colgale un cencerro a tu memoria:
Blanche recuerda a Blanche,
Habrá una mancha de limpieza
en la piel de los que recuerden.
Traelo despacio hasta tus rodillas,
tus riberas,
vencelo de acuerdo a la fidelidad
de su memoria: él también la posee;
hacé de cuenta que él también la posee.
Y si le parece que hay ceniza en tu boca,
mostrale lo que realmente es:
la sombra de una estrella que invocabas
cada vez que creías haber muerto.
4
El alcohol, muñeca,
es una cola de gato que se enrosca
entre las piernas de las neuronas,
las incita a movilizarse;
el calor
(esa otra cola con gato y todo),
de día, duerme sobre los párpados
desvelados la noche entera
por el alcohol;
el alcohol: una chanson, un tango,
un negro spiritual,
una agresora fatiga de estar triste
como si fuera el último día del mundo
y ya nadie quedara para perdonarte el crimen.
(De Tabaco. Editorial Babel, Córdoba, 2009)
Eugenia Cabral (Córdoba, 1954). Allí inició su tarea literaria en 1981. Colaboró en el suplemento cultural del matutinoLa Voz del Interior (1993-2000).Es asesora literaria del teatro La Cochera, junto al director Paco Giménez, desde 1995 hasta la fecha. Ha publicado ensayos (Un Golpe de Dados, poema de Stéphane Mallarmé, versión en español de Agustín Oscar Larrauri, estudio preliminar por Eugenia Cabral, 2008; Vigilia de un sueño. Apuntes sobre Juan Larrea en Córdoba, Argentina (1956-1980), 2017; “Prologando la posteridad”, introducción a Del surrealismo a Machupicchu, de Juan Larrea, Instituto Cervantes, 2019),“Nace en Provincia…” – La poesía de Córdoba, Argentina, desde los años 30 hasta finales de los 80 del siglo xx. Un dosier personal. Tomo I. Décadas del 30, 40 y 50, 2024); teatro (El Prado del Ganso Verde, 2019) y poesía (El Buscador de Soles, 1986; Iras y Fuegos – Al margen de los tiempos, 1996; Cielos y barbaries, 2004; Tabaco, 2009; En este nombre y en este cuerpo, 2012; La voz más distante, 2016; La ciudad de amapolas, 2022). Sus textos han obtenido premios y distinciones en Argentina, Venezuela y Asturias.
***
SILVANA FRANZETTI
Liebre pardo grisácea en luna llena.
Cenizas dentro de la vasija china
de porcelana con esmaltes azul cobalto
rojo coral, dorado y verde
sobre fondo blanco.
El duraznero y sus frutos
o formas y colores del ritual
de este duelo que llega hasta Tian Shan.
…
Entre el cielo y la tierra
toda la escala de grises se concentra
en esa nube. La lluvia silenciosa
persiste y sin embargo me refresca la piel
mientras un solo toque largo de la bocina
del tren da señal de su arribo. Rara vez
lo tan esperado llega a tiempo.
…
En esa vereda,
ahí, donde hay un sauce, presencia adorada,
un indicio de que junto a él,
en algún tiempo pasado de la ciudad,
hubo un curso de agua a cielo abierto
hoy invisible. Intermitente, se escucha un acorde
no de llanto, sino de sorpresa subterránea.
De: Saltos de agua, Buenos Aires, Salta el Pez Ediciones, 2024.
Si el insomnio insiste,
dejar que la noche gire
y recorra dieciocho mil
kilómetros hasta
escribir el amor
por una acción sostenida.
Escribir sin pasar de largo,
trasladar algo de un sujeto a otro.
Durante millones de años
—o miles de millones de años—
lluvia y agua salada, esqueletos
y algas, llegaron a formar
la piedra caliza.
Esa blancura sobre
la que se proyecta el poema no es
mitológica ni no mitológica
más bien, historia del sedimento
o sedimento de la historia.
…
Una luz plateada
sobre los declives
anticipa que la marea
está bajando
y se va a llevar
una parte de vacío.
El signo de cierre
de interrogación
va quedando atrás
a medida
que la pregunta
retumba.
Un tiempo después
las respuestas son moléculas
que chocan por su solidez
hasta que la fragilidad
oponga resistencia
y se escriba de nuevo
el signo de apertura.
Llegar hasta donde penetra
la luz del sol: corales
langostas, cigalas
cangrejos
o llegar al punto de partida
de la circulación de energía.
El estruendo de las olas
es ahora nada más
que el recuerdo
de otro mar.
Una tarde en el límite
de ser tarde
y hay mínimas
probabilidades de lluvia
el mar de Vietnam
termina en el cielo
siempre y cuando
lo mire de pie
en este nombre.
De: Sujetos a variación, Ediciones Op. Cit., Buenos Aires, 2022. Este libro en formato electrónico se encuentra disponible para su descarga libre en www.opcitpoesia.com
Silvana Franzetti (Ciudad de Buenos Aires, 1965). Se crió en Trelew, Chubut; vive y trabaja en Buenos Aires desde 1983, aunque residió unos años en Berlín, a principios de 2000. Publicó, entre otros libros de poesía, Saltos de agua (Salta el pez, 2024), Sujetos a variación(Op.cit., 2022), Notas al pie (Periódica, 2016; traducido al alemán por Tara Maruitz y Monika Rinck, hochroth, 2021) y Edición bilingüe (Vox, 2006). En colaboración con Roberto Equisoain y Mariana Bustelo, respectivamente, publicó los libros-objeto Mentiras (1+1=11, 2010) y Telegrafías (La marca, 2001). En 2017 salió por El Jardín de las delicias su primera traducción en formato libro: La flora de los escombros, de Volker Braun, que obtuvo un fomento a la traducción del Goethe-Institut. Colabora en los sitios Op.cit y Otra iglesia es imposible.