Manya Loría, una voz única en la dramaturgia latinoamericana, ha tejido su nombre entre las luces y sombras de los escenarios de México. Es Licenciada en Artes Escénicas por la UAQ y Maestra en Dramaturgia por la UNA de Buenos Aires. Manya ha visto cómo una docena de sus obras han cobrado vida en los últimos años. En 2018-2019, la Fundación para las Letras Mexicanas la abrazó como becaria en Dramaturgia, y en 2020, el FONCA y el CALQ la llevaron a una residencia en “Le Cube”, Montreal.
Su obra ha sido reconocida con distinciones y publicaciones, como «Carne de cañón» y “El Edén, I.A.P.”, que capturan su pasión por contar lo inefable. En 2023, su pluma ganó mención honorífica en el premio nacional Dolores Castro. Actualmente, se mueve entre guiones de Netflix, en series como “Belascorá”, y proyectos teatrales.
Con su pluma afilada y su humor negro, también ilumina los rincones oscuros de la literatura noir con “El Edén, I.A.P.”, su última novela publicada. En esta obra sigue a Ana, quien regresa a Querétaro tras la misteriosa reclusión de su padre en un centro de rehabilitación por parte de su tía, donde las visitas están prohibidas y los secretos abundan. Entre recuerdos amargos y los maullidos de tres gatitas hambrientas, Ana se une a Jurgen, un expolicía federal retirado, en una peligrosa búsqueda que desvela un submundo de violencia e impunidad, una historia donde lo doméstico se torna brutal y lo familiar, aterrador.
La autora mexicana, en una charla con Poetripiados, desnudó las entrañas del noir, reflexionó sobre la violencia que sacude al país, el rol de la mujer en esas sombras y el deber del escritor en tiempos oscuros, entre otros temas.
¿De qué manera las autoras tejen su propia historia en la intrincada trama de la literatura noir?
“Las mujeres están haciendo cosas importantes y específicas en el noir, un género con características que envejecieron muy mal, como el detective privado mujeriego o alcohólico porque una mujer mala le rompió el corazón. La literatura noir escrita por mujeres en los últimos 50 años, o incluso antes, desde que las mujeres comenzaron a escribir literatura negra, tiene una búsqueda mucho más humana: sigue siendo sobre un crimen, pero desde una perspectiva que interpela a la autora como persona y la obliga a resolverlo porque le importa, y nadie le está ayudando. Existen mujeres investigadoras privadas que son contratadas, pero son muchas menos que los hombres. En general, cuando una mujer protagoniza una novela negra, es porque está buscando algo de manera personal. Pienso en Claudia Piñeiro, autora argentina de Elena Sabe (2007, Alfaguara), que cambió mi forma de ver la literatura policial. Su “detective” es una mujer de 70 años con Parkinson que intenta descubrir qué le pasó a su hija, encontrada muerta en un campanario. Si una mujer de 70 años con Parkinson puede ser detective, ¿por qué seguir haciendo en México detectives con gabardina, sombreros, mujeriegos que fuman sin filtro? Podemos crear obras mucho más cercanas al lector, ¿no? Finalmente, la literatura negra tiene este componente que me encanta: la conciencia sociopolítica, capaz de hacer una gran crítica social o política, oculta en el juego del detective que resuelve un caso. Creo que este movimiento, encabezado por mujeres que presentan personajes civiles intentando descifrar crímenes, es muy importante porque lo hace más cercano a los lectores, y especialmente a las lectoras que vivimos situaciones muy específicas. Según lo que he investigado para mi próxima novela, tenemos mucho que perder en cuestiones legales, por lo que ver a estos personajes femeninos resolviendo por su cuenta no solo enriquece la literatura, sino que también fomenta la lectura”.
¿Cómo ha influido la ola de violencia que azota al país desde 2008 en la evolución del género noir?
“El territorio modifica lo que escribimos. Yo crecí en Querétaro, donde la violencia es mucho más oculta; parece que no pasa nada, los que la ven desde fuera creen que no pasa nada, pero la verdad es que pasan muchas cosas. No es tan voluminosa como la que ocurre en el norte, entonces ese tipo de violencia que se vive en cada territorio creo que nos permea como escritores y nos pone en la posibilidad de sacar del caño y visibilizar esa violencia que nosotros identificamos, pero que no se ve desde fuera”
¿Por qué elegiste el tema de los anexos?
“Porque eso es algo que está en todo el país, y de las violencias que se viven ahí: entre que los adictos salen diciendo que les fue bien porque están aterrorizados o ya les lavaron el cerebro, y la gente que tiene anexos o granjas, que luego están coludidas con personas muy violentas y peligrosas, todos preferimos callarnos. Y está cabrón callarse. Para mí, este tema es muy importante y tenemos una gran responsabilidad como escritores de noir, de sacar de las tinieblas esa violencia y mostrarla con un propósito específico, porque también creo que es peligroso mostrarla solo por el efecto; me parece hasta irrespetuoso con las personas que están padeciendo eso. Si tienes un objetivo claro, como ‘te estoy mostrando esto porque el 60 por ciento de la población es alcohólica, y si no eres tú, tu tío va a acabar en un anexo’, entonces estoy informando a la banda y haciendo que se gestionen cosas para solucionarlo”.
¿Y cuál es el rol del escritor en este urgente rescate del tejido social deshilachado?
“Yo soy de la idea de que el colectivo salva. Como escritores, generamos colectivos, al menos esa es la idea. Por ejemplo, creo que las ferias del libro que nos reúnen y hacen encuentros noir, generan colectivos. Solos no vamos a poder hacer nada. Pienso, por ejemplo, en las madres buscadoras: una mujer sola buscando a su hijo desaparecido es muy diferente a un colectivo de personas que ya contrata gente que sabe hacer diferentes trabajos a los que haces tú o que no puedes hacer tú, y todo esto para lograr un fin. Tiene que ver con lo que platicábamos al principio, que la policía no está haciendo su trabajo, y para nosotros los civiles, claro, este tema es importantísimo. Que visibilicemos estos temas y que generemos un diálogo, preguntas: ¿qué hacemos? ¿cómo nos unimos para terminar o luchar contra esto? Y estoy segura de que la literatura lo puede hacer.
Ahora vamos a los remotos rincones de tu memoria, donde se forjaron los primeros destellos de tu carrera literaria. ¿Cómo inició tu travesía por las letras?
“Mi mamá es una lectora asidua y me sigue dando mucho gusto que los primeros libros que me acercó fueron precisamente los de Agatha Christie. Me gustó la literatura policial y criminal desde muy niña, desde los 9 años, y además mi abuela era dramaturga y poeta. Entonces, hubo como una especie de formación en fila de los nietos. En mi caso, ella me empezó a formar desde muy chiquita en las letras, y cuando hice la carrera, ya escribía teatro. Entonces, la onda de la literatura fue como un proceso muy natural y muy sencillo. También, cuando entré a la Fundación para las Letras Mexicanas en narrativa, ya tenía cosas escritas de narrativa, pero como me estaba especializando más, me decidí a escribir un par de novelas. Me considero una escritora porque también hago guion cinematográfico, para obras de teatro y poesía. Mi forma de comunicarme con el mundo es a través de las palabras.
¿Cuál es el ritual que guía tu pluma en el viaje de la creación literaria?
Depende mucho de en qué momento de mi ciclo menstrual estoy, de cómo me siento ese día y en qué proceso estoy. Si voy a empezar algo, es sentarme a ver la página en blanco un ratote, angustiarme, tomar café, luego decir “sí puedo, sí puedo”, escribir algo, borrarlo, pero si ya es algo que está avanzando, lo que hago es que salga lo que tenga que salir, y ya luego lo reviso, que es mucho más cómodo que enfrentarse a la hoja en blanco. Para cada obra tengo una bebida, un olor de vela, un ritual diferente; como que me ayuda a entrar al universo de lo que estoy escribiendo.