Manejaba mi vieja camioneta rumbo al trabajo. En la radio, el tema de conversación era la visita del papa a mediados de ese mismo mes. Giré el volante para incorporarme a la Avenida Tecnológico y allí los vi: sendos semáforos de texto. Las tradicionales micas verdes, amarillas y rojas habían sido sustituidas por minúsculos paneles led que, con letra, señalan un escueto ALTO y SIGA.
—¿Pero qué demonios? —dije.
El gobierno de Javier González Mocken había mandado a remozar la calle más importante de la ciudad, justo donde el papamóvil transportaría al jefe de la iglesia romana aquel 17 de febrero de 2016. Pintaron las aceras, colocaron pancartas en cada poste e instalaron 78 de esos imprácticos semáforos. Recuerdo, si la memoria no me falla, que hasta plantaron árboles en los camellones. Una ironía, a mi parecer, puesto que el discurso del papa Francisco desde sus primeros días en la silla de san Pedro fue de mano dura contra los gastos excesivos de la iglesia, los lujos ridículos de los cardenales y promulgaba una austeridad coherente con San Francisco de Asis, el santo de la pobreza, de quien tomó prestado el nombre para su pontificado. En teoría, claro, en teoría. No hay que olvidar que el sólo templete donde oficio su misa transfronteriza costó 15 millones de pesos, y que ahora yace prácticamente en ruinas.
Siempre me pregunté si don Mario Bergoglio los habrá notado si quiera; lo semáforos, me refiero. Su vehículo cruzó la ciudad a una velocidad demencial. Muchos juarenses se quejaron de que apenas pudieron verlo pasar. Fue como un rayo de túnica blanca. No saludó, mucho menos se detuvo fuera de su apretada agenda.
Los llamados papamóforos fueron un programa piloto de 20 días que se extendió por más de 6 meses. Varios movimientos ciudadanos expusieron irregularidades y el incumplimiento de las normas de señalización, ya que estos semáforos de texto excluían a las personas que no hablaban español de su entendimiento y comprensión. También carecían de viseras, dificultando su visión durante el día, así como la falta de atención y mantenimiento por parte de Repinel, la empresa responsable de ellos. Muchos comenzaron a fallar en cruceros importantes, donde los automovilistas debían atenerse al siempre confiable uno y uno.
Otro día, manejando por la misma avenida Tecnológico, simplemente habían desaparecido, ni siquiera duraron un año. No volvieron, fueron fugaces como el amor de tu ex. Y más allá de que el municipio no hizo válida la compra de éstos, seguramente alguien se quedó con una buena lana. Al final del día, como dijo el papa Francisco en reiteradas ocasiones: el diablo entra por el bolsillo.
