La necesidad, madre de todas
las invenciones, fue enseñándoselos.
Thomas Hobbes
Cuando el italiano Roberto Saviano publica un libro titulado Gomorra, debe salir exiliado de su país natal. En él relata las más sombrías entrañas del mundo criminal de la camorra italiana y cómo extendió su brazo delictivo a prácticamente todo el espectro económico del puerto de Nápoles. Es un libro que merece ser leído y analizado para entender mucho de nuestra cotidianeidad, pues pareciera que esas reglas fueron adoptadas por mafias de todos los países. En el presente artículo analizaré de manera somera algo de lo mucho que dice el libro, con el propósito de contextualizarlo en nuestro país.
Una de las citas referidas en Gomorra señala que una de las mayores habilidades de los stakeholders es la de saberse de memoria el CER y comprender cómo manejarse con él. Eso les permitía saber cómo tratar los residuos tóxicos, eludir las normas y ofrecer a la comunidad empresarial atajos clandestinos. Todo esto desde el mundo criminal: es la mafia italiana la que controla cómo operar este sistema. En México, no es distinto; existe un entramado muy complejo de personajes que ostentan el poder. Saviano escribe:
“No es el cine el que escudriña el mundo criminal para captar los comportamientos más paradigmáticos. Sucede exactamente todo lo contrario. Las nuevas generaciones de boss no tienen una trayectoria típicamente criminal; no se pasan los días en la calle imitando al chulo del barrio, ni llevan un puñal en el bolsillo, ni tienen cicatrices en la cara. Miran la tele, estudian, van a la universidad, se gradúan, viajan al extranjero y, sobre todo, se dedican al estudio de los mecanismos de inversión.”
A pesar del auge que retomó la figura del mítico Scarface, protagonizado por Al Pacino, cuya imagen volvió a ser idolatrada por las nuevas generaciones gracias al impacto del regional mexicano y sus letras, no es este estereotipo quien realmente dirige las empresas criminales. Tampoco es ya el negocio de la droga el principal de los ilícitos: gran parte de las ganancias provienen de otros giros oscuros que quizá ni imaginamos.
Los criminales que describe Saviano, los nuevos “narco-juniors” de México, son hijos de “gente bien” que se niegan a soltar la ubre que les brindan las relaciones de poder, muchas veces construidas en colegios privados o universidades de renombre. Manejan un país cuya venta les reditúa cantidades exorbitantes de dinero y poder.
Estamos tan jodidos que, como también señala Saviano desde la perspectiva del otro lado del globo:
“Allí donde haya un espacio con un propietario puede haber un vertedero. También son elementos necesarios para el funcionamiento de todo el mecanismo los funcionarios y empleados públicos que no controlan ni verifican las diversas operaciones, o conceden la gestión de canteras y vertederos a personas claramente integradas en organizaciones criminales. Los clanes no tienen que hacer pactos de sangre con los políticos, ni aliarse con partidos enteros. Basta con un funcionario, un técnico, un empleado, con cualquiera que desee aumentar su sueldo, y para ello, con extremada flexibilidad y silenciosa discreción, se las arregle para que el negocio salga adelante en provecho de todas las partes implicadas.”
Esto que sucede en Italia se ramifica a toda Europa, encuentra un campo fértil en México y, aún más, en la frontera. No en vano, en la historia del mundo criminal, las mejores plazas siempre han sido las áreas limítrofes con Estados Unidos.
Definitivamente, como apunta Galeano, si Alicia quisiera volver no necesitaría entrar al espejo, bastaría con asomarse por la ventana. El escritor bostoniano Edgar Allan Poe afirmó que existía un demonio de la perversidad inmerso en el alma humana; Lacan dijo que en la psique existe un gran Otro, que es quien realmente somos.
¿Será que verdaderamente nuestra esencia es autodestructiva?