El esclavo sólo tiene un dueño; el ambicioso,
tantos como personas le puedan ser útiles a su fortuna.
Jean de la Bruyere
Antaño, un colega que fungía como representante ante la AME en cierto proceso electoral decía: “Hoy me acerqué a saludar a una candidata al parecer electa y me saludó con completa altanería, volteando a otro lado como si no mereciera saludarla”. Cosas similares suceden cuando se les deposita cierta posición de poder a personajes ajenos a la política, entendiendo esta en su dimensión real y no en lo que se ha convertido en nuestro país; entidades federativas y municipios se marean en las supuestas alturas donde creen encontrarse, hasta que la misma fuerza de gravedad los hace caer de forma estrepitosa a la realidad material, que suele ser sumamente cruel.
Estos escenarios son lo que para ellos es hacer política, cuya raíz etimológica proviene del latín politicus y cuya acepción refiere “de o para los ciudadanos”, lo que riñe profundamente con las prácticas de esta clase política emergida de la nada, dado que el ciudadano es el medio, pero nunca el fin del político para estas personas. Para el francés Jacques Rancière, la política no es el proceso de gobernar, sino el acto de un sujeto que interrumpe ese proceso. Hoy en día, quienes verdaderamente hacen política son los individuos y las pequeñas masas, que irrumpen en la lógica imperante de gobierno y buscan mejorar las condiciones a las que este los ha ceñido, y de ello no parecen darse cuenta las personas que han llegado a ocupar posiciones por azares del destino.
Ante esta circunstancia, me parece digno al menos especular sobre el suceso mencionado por mi colega, que, por cierto, hoy goza de una posición donde ejerce cierta autoridad. Al no venir al caso, no es necesario analizar su conducta desde que llegó a ejercer este puesto público, aunque, a decir de personas cercanas, parece también olvidar en diversas circunstancias este suceso que relato.
Lo que estas personas venidas a más, según su propia óptica, reproducen se conoce como violencia simbólica con el trato que dan a sus compañeros y compañeras y, en general, a las personas. Las conductas se ejercen de forma inconsciente, reproduciendo aquello que el sociólogo francés Pierre Bourdieu denominó el “habitus”, y está claro que cuando llegan de súbito a estas posiciones, se han naturalizado como superiores. El carácter simbólico que les da su investidura los distancia de la realidad que nos aqueja e incluso del trabajo que deben realizar con el propio personal con el que debiesen hacer sinergia.
Según Bourdieu, existe un tipo de violencia invisible o que no es percibida por quien la sufre; a ella le da el adjetivo de violencia simbólica. Cuando realizan sus acciones, estos personajes se superponen como superiores intelectualmente al resto, y de forma inconsciente le indican al otro que no tiene la capacidad de hacer ni de interpretar la sociedad ni los roles políticos, por lo que es necesario reflexionar sobre cómo ellos quieren que se piense; de esta manera ejercen una violencia simbólica que no es percibida como tal.
Volviendo al caso introductorio, podemos anotar que, según el reconocido psicoanalista francés Jacques Lacan, la vida anímica de las personas se vértebra por lo real, lo simbólico y lo imaginario, y el eje que enlaza estas categorías psíquicas es el “síntoma”; por lo tanto, el actuar emana de este último y tiene que ver con deseos reprimidos, recuerdos, problemas sexuales y un sinfín de sucesos más. En casos clínicos, o en el caso actual del análisis de estas personas, el quehacer del psicoanalista es ayudar al analizado a escarbar en lo inconsciente que yace en él para poder visibilizar un núcleo traumático y, una vez llevado al plano de la conciencia, que el sujeto pueda convivir con sus propios fantasmas. Para este análisis, la tarea es casi imposible, ya que interfiere principalmente el habitus que menciona Bourdieu.
Este es un caso muy común entre quienes se encuentran de súbito ante una migaja de poder. Quienes no han estudiado ni lidiado con los efectos del poder son los más susceptibles a dejarse seducir por sus efectos. Podemos especular que dejaron de lado la historicidad que los pudo llevar a ascender en esta pequeña escala de poder. Al igual que el síntoma, no solo se trata de que hayan llegado por efecto de una elección presidencial o de gubernatura, sino que detrás de esto existen un sinfín de factores, desde sucesos infantiles hasta momentos decisivos en que creyeron que podían formar parte de los poderes de la Unión.
Pero estos se esfuman, desaparecen, se ocultan en el baúl de lo inconsciente, y los escaños del poder hacen olvidar aquello que los llevó a su condición actual. Al perder la conciencia de lo endeble y efímero que son estos encargos, puede que a la vuelta de la esquina se estén preguntando nuevamente por qué perdieron ese poder simbólico que les había sido otorgado. En otros casos, será la propia ley de la vida la que muestre el lado oscuro de no saber lidiar con sus encomiendas, y a aquellos que en algún momento ningunean, luego se les podrá revertir los roles. En tal caso, quienes asciendan a los peldaños de poder deberían entender la verdadera esencia de la política en su forma más pura.