El Partido Acción Nacional (PAN) sigue sin encontrar el rumbo. Tras perder casi todas las elecciones recientes en el país, el partido decidió lanzar una nueva imagen oficial. Solo cambió su logo y prometió no volver a aliarse con partidos que “dañen su imagen” —sin mencionar al PRI, su antiguo aliado de tantas derrotas—.
La maniobra resulta simbólica de la situación interna del partido. Por un lado, muestra a una oposición que parece estar en estado de negación, porque mientras el oficialismo se fortalece, el PAN busca soluciones cosméticas para tapar décadas de errores, fracturas internas y promesas incumplidas. Cambiar un logo no borra la percepción de un partido que perdió la confianza de los votantes y que ha sido incapaz de construir una narrativa propia y convincente frente a un gobierno federal que consolida su poder día a día.
Lo que antes era una oposición con unida frente al PRI, ahora se traduce en un PAN dividido que intenta marcar distancia de su antiguo aliado, su viejo amante, pero sin lograr generar simpatía ni credibilidad. La decisión de no pactar con “otros partidos que dañan su imagen” es una declaración vacía porque los votantes saben que los problemas del PAN no se resuelven evitando alianzas, sino demostrando capacidad de gestión, coherencia ideológica y liderazgo político real.
Lo que hemos visto con esta “renovación” mientras el PAN se obsesiona en cuidar su reputación y presentar un rostro “fresco”, el oficialismo sigue consolidando su poder. La oposición fragmentada se enfrenta a un partido gobernante que no solo cuenta con recursos y estructura, sino que ha logrado imponer una narrativa que, guste o no, ha calado en buena parte de la ciudadanía. En ese escenario, los cambios de imagen del PAN parecen más un esfuerzo desesperado de marketing que una estrategia electoral efectiva.
La renovación gráfica no reemplaza décadas de derrotas, ni borra la falta de propuestas claras, ni restaura la confianza perdida. La oposición, lejos de fortalecerse, se diluye entre correcciones estéticas, declaraciones públicas y alianzas incompletas. Mientras tanto, el oficialismo crece, acumula apoyos y demuestra que en política, el peso de los hechos sigue pesando más que la apariencia de coherencia.
El PAN parece seguir apostando por la ilusión de cambio superficial con un logo nuevo, discursos pulidos y promesas de distanciamiento de aliados incómodos. La pregunta que deberíamos hacermos es si puede un cambio de imagen revertir años de derrotas y recuperar la credibilidad perdida. Y la respuesta parece evidente: el PAN juega con logotipos, el oficialismo gana terreno y la oposición se queda, una vez más, en el intento.