Ofrecemos dos fragmentos del nuevo libro de Evelina Gil, publicado por Nitro/Press y el Instituto Sinaloense de Cultura, Las calladas del Boom – Escritoras ignoradas del Boom Latinoamericano, que contiene semblanzas de la vida y obra de escritoras contemporáneas al afamado fenómeno literario, pero que nunca han sido incluidas en él. El primero es un extracto del prólogo, donde se explican los porqués y el cómo del libro. El segundo es la semblanza de María Luisa Bombal, cuya vida incendiaria culminó marcada por un arma de fuego.
¿Por qué regresar al Boom? ¿Queda algo por acotar? ¿Se nos olvida algo?
Independientemente de mi obsesión por visibilizar a las mujeres, la literatura del llamado Boom Latinoamericano fue fundamental para mí. No consigo ubicar el instante preciso, ni la razón primigenia por la que empecé a leer, casi por disciplina y con ahínco, todo lo relacionado con él. Casi a todos los leí tendida en el pasto del jardín que bordeaba la plaza nombrada en honor a una gran música, todavía viva por entonces —se le veía cruzar cada día por ahí, apoyada en su bastón y un inquebrantable peinado— justo frente al edificio de la facultad. No solo acudía a las obras generadas en dicho marco por sus exponentes máximos, que no me quedaba claro quiénes eran; devoraba también ensayos, artículos, ponencias, incluso documentales televisivos o en video que abordaran el devenir de este Movimiento, cosa del pasado aunque yo lo percibiera como el descubrimiento del año. Casi a la par me inicié en los «estudios de género», sin saber que se llamaban así. No sabía exactamente qué perseguía al iniciar mi pesquisa de autoras contemporáneas de ese boom en el que las mujeres existían solo como personajes diáfanos, casi incorpóreos, cuando no carnales hasta el rubor mío. Nunca como creadoras. O eso decían. Hice del hallazgo y reivindicación de la literatura escrita por mujeres mi principal meta académica y pocos años más tarde me entusiasmé con la teoría Queer. El motivo por el que jamás me abandonó el interés por el Boom, ya como producto de una época definida por la instauración de dictaduras militares en América Latina, aspecto que se me tornó casi una obsesión que planeaba materializar en una novela que, hasta la fecha, permanece relegada en mi archivo mental correspondiente a los proyectos «para después», en conflagración con otros sucesos de alcance internacional; ya como fenómeno estético-literario pero también mercadotécnico (mucho, mucho más de lo que por entonces imaginé, según he descubierto de manera reciente), fue que entre más lo conocía más inquietud me generaba. Inevitablemente, mis dos intereses académicos —la historia del Boom y los estudios de género— terminaron por converger. Empecé por cuestionar la injustificable ausencia —invisibilidad, más bien— de numerosas plumas femeninas en plena efervescencia por aquella época; algunas, incluso, más fogueadas que los exponentes de dicho movimiento. Adentrándome en el espinoso tema, advertí que tampoco figuraban autores homosexuales, no obstante que, como se descubriría varios años después, una de las figuras señeras de dicho boom, y mi favorito sentimental, José Donoso, ocultó, ¿convenientemente?, su homosexualidad. Tales anomalías han sido minimizadas o pasadas por alto por teóricos e historiadores del Boom o, como en un par de ponencias en inglés, comentadas como acotaciones al pie, sin profundizar en ellas. Omisiones que me siguen resultando más atronadoras que el efecto de tira cómica que caracteriza el nombre de este movimiento organizado en «lo oscurito» por ¡dos señoras! (sobre este tema ahondaré en un libro complementario a este que llevará por título Memorias de la mujer invisible, Historia alternativa del Boom Latinoamericano).
La idea de elaborar mi propio mapa de lo que pudo ser un Boom «inclusivo», palabra de moda que cobra un sentido recio en este caso, me ha llevado, en primer lugar, a idear un libro que recoja las semblanzas críticas de 19 autoras que, brillando con la misma intensidad que los varones, fueron desplazadas de este movimiento (¡imposible que no hubieran sido vistas ni leídas, en su mayoría!), incluyendo algunas que, por su edad, no hubieran podido beneficiarse del mismo y, sin embargo, es un hecho comprobado —y comprobable— que influyeron e impactaron fuertemente en la estética de algunos de los autores del Boom (Dulce María Loynaz y María Luisa Bombal), así como otras contemporáneas, incluso coetáneas, también muy citadas por dichos autores (Silvina Ocampo, Armonía Somers, Clarice Lispector y Luisa Valenzuela)
Selección de autoras
Aunque enfrenté abundante material de muy dignas candidatas para elaborar mi proto Boom femenino, me vi en la necesidad de imponerme restricciones para que mi selección provisional no se me desbordara. Comencé por coincidencias de fechas de nacimiento y de obra publicada, partiendo un poco del hecho de que el miembro de mayor edad del Boom es Julio Cortázar, nacido en 1914, mientras que el más joven, Mario Vargas Llosa, nació en 1936, aunque, como expliqué anteriormente, me permití agregar autoras de mayor edad a la de Cortázar que estuvieran en activo durante el auge de la famosa explosión literaria, como serían los casos de Loynaz, Bombal y Ocampo. La adhesión de Josefina Vicens (1911), me la inspiraron sus múltiples afinidades con Juan Rulfo que, aunque formalmente no era parte del Boom (no porque no se le haya invitado, sino debido a su paralizante timidez, de las muchas coincidencias que comparte con Vicens), ha sido tardíamente incorporado, como algunos más, a través de los estudios académicos; caso también de Jorge Luis Borges, figura titular y señera de las letras que de algún modo ha sido vinculado al Boom y cuya influencia resulta innegable en los casos de Silvina Ocampo y Luisa Valenzuela.
Otras equivalencias vivenciales, temáticas y estéticas entre estas autoras y sus contrapartes masculinas, se localizan en Gabriel García Márquez y Elena Poniatowska, quienes ejercieron un periodismo literario a la par de la ficción, aunque en el caso de Poniatowska su ficción estuviera íntimamente relacionada con su faceta periodística, no tanto en la del Nobel colombiano, quien a su vez se reconoció influenciado por Bombal, así como las coincidencias entre el propio García Márquez y Elena Garro, de quien, se dice, junto con Loynaz y Bombal, con argumentos tan sólidos como la fecha de publicación de sus respectivas obras, anteriores a Cien años de soledad, fueron inauguradoras del llamado «realismo mágico», aunque Seymour Menton, el crítico y académico latinoamericanista, de origen estadounidense, las ubique, a Garro y a Bombal, aparte, en el sub-género «feminismo mágico», omitiendo, de paso, la obra de Loynaz.
Resulta imposible no relacionar a Mario Vargas Llosa con Luisa Valenzuela, pese a que a esta se le identifica, amistosamente, con el antes citado Borges así como con Julio Cortázar y Carlos Fuentes. Tanto Vargas Llosa como Valenzuela han manifestado un interés central en el devenir histórico político en Latinoamérica, más diversificado el de Vargas Llosa, que ha escrito sobre dictaduras varias, mientras Valenzuela se ha enfocado en la argentina, escribiendo desde su exilio mexicano. El humor negro y el discurso irónico con que esta ha abordado temáticas verdaderamente sórdidas y trágicas, sin embargo, es un sello personalísimo por el que se le reconoce universalmente. La también argentina, nacionalizada colombiana, Marta Traba, por su parte, presenta dos etapas como autora, la primera de corte realista aunque su poética y cinematográfica prosa evoque por momentos al citado realismo mágico. En su seguda etapa, en semejanza con Vargas Llosa, evoca y recrea las dictaduras militares de Argentina, Chile y Uruguay, aunque desde el punto de vista de los perseguidos, las víctimas y los sobrevivientes.
Nacidos ambos en 1914, los mundos oníricos y elípticos de Armonía Somers y Julio Cortázar embonan perfectamente, al grado de aventurar una recíproca influencia, no abiertamente reconocida. Por otro lado, los intereses temáticos de la mexicana Luisa Josefina Hernández y de Carlos Fuentes son muy afines entre sí, y el estilo narrativo no radicalmente distinto. Con el chileno José Donoso emparejaría la colombiana Marvel Moreno, cronista de la doble moral y la opresión femenina en su natal Bogotá, y la uruguaya Cristina Peri Rossi, quien asimismo, a través de su novela La nave de los locos se declara muy tocada por Julio Cortázar a quien, además, unía una entrañable amistad. A esta última me tomé la licencia de incluirla en este protoboom pese a haber nacido en 1941 pues su literatura ya circulaba, precozmente, en pleno auge del Boom.
Consideré necesaria la inclusión de autoras incomparables como Silvina Ocampo (pese a su fuerte vínculo estético con Borges), Clarice Lispector, Rosario Ferré, Albalucía Ángel, Aurora Venturini, Nélida Piñón, Inés Arredondo, Rosario Castellanos y María Luisa Mendoza, adelantadas a su época o, en su defecto, más vinculables a autores previos o posteriores al Boom, o que oficialmente no formaron parte del mismo, como Miguel Ángel Asturias, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti y Guillermo Cabrera Infante. Hay que hacer hincapié, asimismo, que en el Boom la poesía no encontró lugar acaso por tratarse de un género poco comercial. Porque el Boom es, esencialmente, un fenómeno de marketing. Es la razón por la que en este libro predominan, a excepción de Loynaz, las narradoras y, en mayor medida, las cultoras del género novelístico.
Consideraciones finales
Si el lector cree advertir algunas ausencias, está en lo cierto. Tuve que ceñirme a criterios muy estrictos que poco tuvieron que ver con la calidad literaria y más bien con una sincronía estilística y temporal. La exclusión de la gran autora costarricense Yolanda Oreamuno (1916-1956) se debe a su temprana muerte que la rezaga por mucho de la época que he querido abordar aquí. En algunos casos, como sería el de la mexicana Asunción Izquierdo Albiñana, o «Ana Mairena», nombre con el que aquella firmó sus últimos libros, o el de la argentina Angélica Gorodischer, especializada en ciencia ficción, sus perfiles, un poco de espaldas a lo que fue el Boom, dan para otro tipo de análisis. Lo mismo se puede decir respecto a la uruguaya Marosa Di Giorgio y la mexicana Marcela del Río, coetánea de Luisa Josefina Hernández y cultora de múltiples géneros, entre ellos la ciencia ficción.
Muchas de las grandes autoras que hoy admiramos y estudiamos, aun siendo contemporáneas del Boom Latinoamericano, publicaron su obra tardíamente, o de manera muy discreta, en ediciones locales inconseguibles, como serían los casos de la maravillosa autora argentina Hebe Uhart, a quien he tenido oportunidad de estudiar porque ella misma me hizo llegar sus libros poco antes de morir. O de la costarricense Carmen Naranjo. Varias de las narradoras que no aparecen aquí podrían aparecer en una compilación de autoras del post-Boom pues todas ellas merecen, ni duda cabe, ser más leídas y estudiadas.
Finalmente, aclaro que los ensayos están ordenados en orden cronológico, empezando por la de mayor edad (Dulce María Loynaz) hasta llegar a la más joven (Cristina Peri Rossi), para facilitar al lector estudioso o académico la localización de las autoras de su interés.
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Boombal!
María Luisa Bombal
Gabriel García Márquez y Juan Rulfo se preñaron de ella. Literalmente. Borges comentó sobre su obra: «No se ha escrito ni se escribirá nada semejante». Este mismo, habiendo perdido la vista para cuando la conoció, comentó que su gran belleza trascendía cualquier obstáculo: se sentía. Neruda redactó Residencia sobre la tierra al tiempo que ella escribía La última niebla, una frente al otro, sobre la mesa de la cocina de la casa del poeta en Buenos Aires, bajo una luz mirífica que los nimba como a santos. «Abeja de fuego», le decía él, cada tanto. Gabriela Mistral la consideraba su mejor amiga —y no era fácil, la Mistral, resentida con Loynaz— y al compositor y periodista Gerardo Matos Rodríguez le gustaba tanto, tanto, que intentó secuestrarla. Seña particular: Perforación serrada: clavícula izquierda. María Luisa Bombal nació el 8 de junio de 1910 en Viña del Mar, Chile, «en el paseo Monterrey, era precioso, lindo, todo cubierto de madreselvas, no como ahora, todo pavimentado». Sus padres, Martín Bombal Videla, quien moriría de enfisema, contando María Luisa nueve, y Blanca D’Antes Precht, argentinos de nacimiento; de raíces germanas, la madre, emigraron a Chile ante la irrupción de la dictadura de Juan Manuel de Rosas. Estudiante en Francia, en pleno auge del movimiento surrealista, introdujo el surrealismo a la lengua española y terminó, sin quererlo, siendo precursora del llamado «realismo fantástico», aunque para algunos estudiosos lo es, asimismo, del «realismo mágico», luego que García Márquez y Juan Rulfo se reconocieran influenciados por su obra.
Las palabras textuales del Nobel colombiano fueron consignadas por el ensayista y narrador chileno Waldemar Verdugo Fuentes, afincado en México desde 1980, quien lo entrevistó para la revista Vogue, en 1981, y, posteriormente, reprodujo dicha entrevista en su libro María Luisa Bombal, una huella (Premio Escrituras de la Memoria 2011, Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile):
No leí la obra de María Luisa Bombal sino mucho después. La encontré, precisamente, buscando las propias lecturas e influencias de Rulfo. Ella es la adelantada de lo que se ha dado en llamar realismo mágico en que se involucra parte de mi obra y me halaga porque admiro lo que escribió María Luisa Bombal; tiene algunos pequeños relatos que son los más delicados de nuestras letras. Es fácil concluir que las mujeres que cruzan las páginas de La amortajada y La última niebla, sus obras capitales, son mujeres únicas. Difícilmente un hombre puede escribir así. Por su parte, las lecturas que me alentaron de María Luisa Bombal son las mismas que alentaron a Juan Rulfo, en especial autores nórdicos: Knut Hamsun, Halldór K. Laxness… dramaturgos como Ibsen, o sea, grandes escritores como ellos mismos lo eran. Juan Rulfo y María Luisa Bombal fueron pioneros en esta corriente de realidad mágica y me enorgullece haber aportado algo a la continuidad de este ánimo realmente fantástico que inventaron con su obra, en ambos reducida sin dejar de ser colosal. La influencia de Juan Rulfo fue una cálida oquedad y la obra de María Luisa Bombal pasó en mi vida como una abeja de fuego, tal cual la nombraba Neruda (…)
Por otra parte, en su ensayo, clásico de la literatura mexicana, Mujer que sabe latín, Rosario Castellanos describe a Bombal, mejor dicho, la obra de Bombal, concretamente La amortajada, de la siguiente manera:
Y la mujer guarda lo único que será suyo, completamente suyo, para siempre: la nostalgia. Le ciñe la frente más que la corona de azahares con la que va a desposarse. La acompaña al lecho de novia en que va a posesionarse de ella un extraño y sangra a la embestida del deseo furioso más de lo que puede sangrar su virginidad (…) Siempre. Nunca. Estas dos palabras claves en María Luisa Bombal anulan el tiempo, esa patraña urdida por los hombres para castigar a las mujeres con la vejez y espantarlas con otra mentira: la muerte («María Luisa Bombal y los arquetipos femeninos», Fondo de Cultura Económica, México, 2010, pp. 112 y 114).
En su testimonio autobiográfico, transcrito por Lucía Guerra y Martín Cerda en 1979, un año antes de su muerte, y publicado junto con sus obras completas (Editorial Andrés Bello, 1996), cuenta María Luisa que su madre les leía, a ella y a sus hermanas, cuentos de los hermanos Grimm (importantísima influencia en la escritura bombaliana), traduciéndolos directa y simultáneamente del alemán, a veces, en alemán, «así crecimos leyendo todo lo nórdico, todo lo alemán». A los ocho escribió sus primeros poemas, “muy malos”, y a los diecisiete, enajenada con María, de Jorge Isaacs, escribió «una tragedia de amor» festinada por el novelista y poeta argentino Ricardo Güiraldes, muy asiduo a su casa. Habría de restaurar esta, varios años más tarde, a modo de guion cinematográfico, La casa del recuerdo. Al año siguiente, 1937, ingresó a La Sorbona donde, entre otros, conoció a Paul Valéry, que acudió al campus a ofrecer una conferencia: «Leyó un poema que tenía que silbar, no podía y nos largamos a reír, él también rio». Se graduó en literatura francesa, aunque lo suyo, ¡lo suyo!, era la literatura hispánica, «pero ahí exigían el latín… ¡qué lata!». En París estudió también arte dramático con Charles Dullin, a escondidas de los tíos con quienes se hospedaba, hasta que un día se enteraron de que la morigerada muchachita de recto flequillo negro intervenía en la obra teatral El hijo de Don Quijote, donde interpretaba a una moza escotada que pasaba una bandeja diciendo: «La comida está servida»… ¡Qué escándalo!, ríe la Bombal, como cavilando: ¡si hubieran sabido de lo que sería capaz después!
Año 1941. Tres disparos hacen eco en una calle medio solitaria. Hora del piscolabis. Sobremesa. ¿En qué momento la escritora resolvió guarecer en su bolsito un revólver cargado, que se confundiera entre un labial rojo merlot, un rociador de Guerlain, una discreta licorera y una libretita de direcciones muy mona?
¡No nos adelantemos…!
En broma dice que la halagan las comparaciones con Rimbaud, aunque sean a la mala y no en cuanto a la calidad de su escritura, es decir, por sus antecedentes delictivos y un silenciamiento prematuro. Prolongado, más no definitivo. Como el efebo francés, Bombal escribió incansablemente durante la época temprana de su vida, y un buen día dejó rodar el lápiz, sin más lógica que la de una copa de vermú que aguardaba por ella. En 1999, editorial Planeta reunió en un solo volumen de menos de 200 páginas su obra más importante bajo el título La última niebla, La amortajada y otros relatos. No obstante, «Madame Merimée», otro apelativo endilgado por Neruda pues sobre Prosper era su tesis de grado, deja entrever “algo” que duele tanto en su conversación como en su propia escritura. La mirada huidiza se clava cada tanto en su omóplato izquierdo. «Cuando uno es joven le atrae lo trágico, ahora tengo una pena inmensa, pero quiero apartarme de lo trágico (…) La religión ha jugado un papel importante en mi vida, aunque he estado peleada con Él; y así me castigó nomás». ¿A qué “castigo” se refiere? ¿Por qué sus entrevistadores no presionan al respecto? Cualquier investigador de oficio hubiera porfiado por saber… una pistita. Dejan flameando al espectro entre puntos suspensivos. Uno que en vez de arrastrarse emite un sonido del todo afín con el apellido de quien lo evoca sin mentarlo. ¡Boombal! Tampoco se especifica que en 1947 María Luisa regresó a aquellas dos novelas. Que adaptó La última niebla a través de una traducción ampliada al inglés con la intención de distribuirla en el mercado estadounidense y, posteriormente, se retradujo al español por la misma Lucía Guerra, bajo el título Casa de niebla. Repetiría a medias la hazaña con su obra maestra, La amortajada (The shrouded woman) que simplemente tradujo al inglés, sin ampliarla ni modificarle un punto. Escribirá, más adelante, algunos libretos y guiones de teatro y cine. Fungió, además, y como el colombiano Álvaro Mutis, como actriz de doblaje. La Paramount Pictures le compra por 125 mil dólares los derechos de House on the mist, pero ni siquiera entra en fase de preproducción.
María Luisa se casa en 1935 con el pintor y escenógrafo argentino Jorge Larco (1897-1967), abiertamente homosexual. Se sabe que eran entrañables amigos, si bien ella se caracterizaba por ser amiga muy querida de casi todos. Sacar en conclusión que se trató de un “favor” de ella, quien, de paso, fue la de la idea, la de la petición, ¡casémonos!, noche de copas, confidencias y lágrimas, como para liberarlo de suspicacias malignas y chistes de mal gusto. No suena descabellado. Menos si tomamos en consideración que seguía enamorada del capitán Eulogio Sánchez Errázuriz, su primer y obsesivo amor. Ese a quien le escribe cientos de cartas, emojis incluidos, obteniendo respuestas más bien tibias o, ya de plano, ninguna, lo que la lleva, durante una rumbosa reunión social en el penthouse de Eulogio, galán sociable donde los haya, lo mismo que ella, pero más táctil, a dispararse con una escopeta de caza que encuentra registrando cajones y anaqueles de su amante, en busca, posiblemente, de cartas con besos plasmados, no de armas. La intención, al dispararse cerca del cuello, no pareciera ser otra que la de matarse. Pero por lo complejo y absurdo de la maniobra pudo tratarse de flagrante torpeza. O un rapto de desesperación para apartarlo de las admiradoras que lo acaparaban y le manoseaban el brillante cabello negro y las solapas. Que sobreviviera es una suerte. Que lo hiciera sin más consecuencias que una cicatriz rosácea en la clavícula, un milagro. A raíz de aquel escándalo, su amigo Pablo Neruda se la lleva casi a cuestas a Buenos Aires, donde ha sido nombrado cónsul. Allá, Bombal coincidiría y crearía lazos de amistad con los colaboradores de la legendaria revista Sur, fundada por la aristocrática Victoria Ocampo (aunque sería mucho más íntima de Silvina) que la invita a reseñar películas para esta. Todo parecía indicar que Bombal empezaba a despejarse de los fantasmas como telarañas y que superaba aquella pasión malsana que, sin embargo, contribuiría a la escritura de La última niebla (1934) donde, entre muchas otras cosas, y, a decir de la escritora y crítica chilena Lucía Guerra, describe, por primera vez en la literatura de habla española, un orgasmo femenino:
Lo abrazo fuertemente y con todos mis sentidos escucho. Escucho nacer, volar y recaer su soplo; escucho el estallido que el corazón repite incansable en el centro del pecho y hace repercutir en las entrañas y extiende en ondas por todo el cuerpo, transformando cada célula en un eco sonoro. Lo estrecho, lo estrecho siempre con más afán; siento correr la sangre dentro de sus venas y siento trepidar la fuerza que se agazapa inactiva dentro de sus músculos; siento agitarse la burbuja de un suspiro. Entre mis brazos, toda una vida física, con su fragilidad y su misterio, bulle y se precipita. Me pongo a temblar.
En 1940 contraerá precipitado matrimonio con el conde Raphael de Saint-Phalle, a quien conoce en Nueva York, donde se quedará a vivir treinta años. Él sería padre de su única hija, Brigitte (1944). En su testimonio de vida se refiere a “mi esposo” sin escribir jamás su nombre. Afirma que el motivo de la precipitación es que no quería ser solterona. Tenía 30 años al momento del enlace. Su primer amor, como el de Ana María, La amortajada, terminó “a balazo limpio”, mientras que, al igual que Brígida, encantadora protagonista de «El árbol», la gente tendía a tomarla por tonta. Estas tres mujeres, además, tienen algo en común con su creadora: un esposo carente de lo que a ella se le desbordaba hasta por la mirada, esa con la que a menudo esquivaba las cámaras. Su obra, a excepción de «Lo secreto», encantador cuento de piratas surgido de su pasión infantil por los bucaneros reconoce la propia María Luisa, es autobiográfica. Sus relatos tienen una poderosa pátina de tragedia, y lo trágico, invariablemente, se centra en la imposibilidad del amor y la incertidumbre con respecto al objeto de ese amor, como notablemente se advierte en La amortajada, donde Ana María, que toda su vida sufre por la certeza de que Ricardo, primer y último amor de su vida, no la ama, no al menos con la intensidad que ella a él. No saldrá de dudas hasta verlo llorando como si se desangrara ante su féretro. Porque, ya muerta, esta mujer “sin alma” percibe absolutamente todo lo que acontece a su alrededor, y además ha adquirido el poder de leer la mente de sus seres amados: «¿Era preciso morir para saber ciertas cosas? Ahora comprendía también que en el corazón y en los sentidos de aquel hombre (Ricardo) había hincado sus raíces: que jamás, aunque a menudo lo creyera, estuvo enteramente sola; que jamás, aunque a menudo lo pensara, fue verdaderamente olvidada (…)».
Si bien los personajes femeninos son translúcidos como la propia María Luisa, los varones, muy a menudo, son impenetrables e impredecibles gracias a su empeño por sellarse a fuego sus sentimientos y atragantarse sus lágrimas. Las protagonistas, sin excepción, se ven orilladas a actos extremos, a buscar férvidos asideros para sobrellevar la terrible incertidumbre que les genera el amor o la ausencia del mismo. La protagonista de La última niebla requiere de un imborrable recuerdo que le permita sobrellevar la rutina matrimonial; rebusca anhelosamente en el subconsciente hasta que un amante cobra forma, acompañado de una vigorosa fragancia de avellanas. Llega un momento en que ni ella misma logra discernir entre la realidad y la ficción, o entre la realidad y la nostalgia, condimento imprescindible de la imaginación: «Tan solo con un recuerdo se puede soportar una larga vida de tedio». Brígida, por su parte, se aferra a un árbol al que puede susurrarle cosas que, a Luis, su marido, no le interesa escuchar. La obra de Bombal refleja una soledad y frustración acuciantes, aunque, según se lee con claridad en su testimonio, nunca permitió que el sentimentalismo se le impusiera al rigor narrativo, para lo cual recurrió a elementos fantásticos, más que surrealistas, que eclipsaran cualquier rastro de melodrama u ocultaran su parentesco vivencial con sus personajes femeninos: «Tacho mucho cuando escribo… Siempre busco un ritmo que se parezca a una marea, la oración es una ola que asciende y desciende y luego vuelve a subir».
Aunque se ha insistido en clasificar La última niebla, La amortajada, incluso La historia de María Griselda (1946) que recupera a uno de los personajes del relato antes citado, como “novelas”, acaso por rebasar en extensión la mayoría de sus relatos, tengo la casi certeza de que jamás pretendió escribir una novela como tal. En todo caso, Casa de la niebla es la única que encaja en el género. Al margen de clasificaciones que resultan vacuas cuando el talento se sobrepone a cualquier convencionalismo, su breve obra la exhibe de cuerpo entero como un genio de la imaginación y de la lengua, pero también como una mujer con una hipersensibilidad que la vuelve quebradiza y enigmática hasta para ella misma, por no mencionar su percepción sensorial hiperdesarrollada. En sus testimonios no localizo alusión alguna a un talento nato para atisbar presencias sobrenaturales, pero ni falta hace. Lo último que se sabe que escribió, por puro gusto, fue un melodrama para su actriz favorita, Libertad Lamarque, adaptada de aquella novelita de su adolescencia, La casa del recuerdo, filmada en 1937. Proyecto que sus amigos intelectuales le aconsejaron abandonar porque no estaba a la altura de la gran autora que todos querían de regreso, pero si bien María Luisa escucha todo lo que sus amigos tengan que decirle, no siempre sigue sus consejos, y dicha producción argentina, dirigida por Luis Saslavsky, sobre una joven que sufre la doble tragedia de ser hija de la amante de un hombre casado al que llama “tío” y de desarrollar una esquizofrenia que se manifiesta en un continuo repicar de campanas en su cerebro, resulta, como todo lo que salía de las nerviosas manos de Bombal, un éxito de crítica y de taquilla, así como un hito en cuanto al planteamiento de tragedias románticas y “películas de época”.
¿En qué momento, pues, resolvió Bombal trasportar un revólver cargado? ¿Por qué nadie lo vio venir, ni se lo imaginó? Seguramente supusieron que estaba curada de pasión. Que ya tenía cosas más importantes en qué pensar. Todavía no una hija, pero sí una carrera en auge, una exitosa vida social que la aproximó peligrosamente al veneno que lograría lo que la bala no. ¿Estaba ebria Bombal aquel 21 de enero de 1941, cuando, deambulando por las calles del centro de Santiago, creyó reconocer la figura fina y alargada del hombre que llevaba tatuado a modo de petardo en su clavícula? Dicen, y me consta, que cuando experimentas la proximidad de la muerte se descorre ante tus ojos un acojinado telón rojo, como de teatro, que te permite contemplar una breve y accidentada película de tu vida. ¿Se siente algo similar cuando acarreas un revólver cargado, con la intención de vaciarlo sobre alguien muy específico, y te lo topas de repente, tras ocho años sin verlo, y tú, tan cambiada, que el individuo ni siquiera reconoce en ti la silueta de una añeja pasión? Quiero pensar que, mientras María Luisa seguía a su ex amante taconeando sobre aquellos adoquines, con el bolsito apretado contra el alma y un temblor de piernas que apenas le permitía despegar los tobillos, vio como en una película a aquel guapo y varonil joven asaltando goloso su cuello, besándola hasta el desmayo… dejándole mordiscos similares al que acarrea en su clavícula… para luego aburrirse cruelmente de su ingenua pero extrema pasión, y abandonar al garete las cartas que ella le escribe durante interminables duermevelas de abotagados párpados; raudales de vino y lágrimas. Justo en el instante en que aquel hombre de minucioso bigotillo, europeamente ataviado, se dispone a ingresar en el fastuoso Hotel Crillón, aquella que suspiraba su nombre en vez de pronunciarlo, ruge, ¡Eulogio Sánchez! Apenas este voltear, ella tira del gatillo de aquella arma que no sabe en qué momento le ha arrancado al bolso que yace ante sus pies.
Tres disparos. ¿Sólo tres municiones? ¿Soltó el arma al advertir que la sangre que brotaba de aquel cuerpo no era producto de otra pesadilla? Como a ella misma, hace tiempo ya, su amante resbaló en un charco de sangre mucho más aparatoso que el daño que infringe el daño real. Eulogio sobrevive al inesperado asalto. Bombal ni siquiera recordará su estancia en la correccional a la que ha sido llevada en andas y en estado catatónico. Pudieron ser horas… días… meses. No se entera de que, casi simultáneamente con los disparos, la han nombrado ganadora del Premio Municipal de Literatura gracias a La amortajada. En una exhibición de misericordia desusada en el amante cruel, Eulogio retira los cargos contra su agresora. Mucho más tarde, como si redactara el encabezado de su propia nota roja, Bombal declararía respecto a su fallido intento de asesinato:
AL MATARLO, MATABA SU MALA SUERTE
Libra la cárcel, pero es condenada al exilio permanente y se traslada a Nueva York, donde habrá de conocer al conde que tiene más de sapo que de príncipe azul. La maternidad tampoco le aporta grandes satisfacciones. De hecho, nunca establece una genuina relación madre-hija con Brigitte, que se inclina notablemente hacia el padre aburrido y cejijunto. En 1970, apenas enviudar, Bombal consigue retornar a Chile donde se someterá a rudos tratamientos para superar su alcoholismo, recayendo, una y otra vez. Desarrolla la enfermedad que la hará caer definitivamente en un coma hepático masivo que la dejaría inerte en el hospital El Salvador de Santiago de Chile, el 6 de mayo de 1980. A Brigitte no le es posible asistir al funeral de su madre pero tiene la atención de hacerle llegar una brillante túnica roja a la que, continuamente, Bombal señala como la prenda con la que desearía ser amortajada.
Descendía lenta, lenta, esquivando flores de hueso y extraños seres, de cuerpo viscoso, que miraban por dos estrechas hendiduras tocadas de rocío. Topando esqueletos humanos, maravillosamente blancos e intactos, cuyas orillas se encogían, como otrora en el vientre de la madre [La amortajada].
Las calladas del Boom – Escritoras latinoamericanas ignoradas del Boom Latinoamericano, Evelina Gil. Ensayo. Nitro/Press (col. InterView) – Instituto Sinaloense de Cultura, 2024. México.
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Evelina Gil, «La Eve», nació el 22 de septiembre de 1968 en una casa embrujada de la calle Revolución en Hermosillo, Sonora, y es autora de una veintena de títulos de novela, relato y ensayo, entre otros, El suplicio de Adán, Réquiem por una muñeca rota, La reina baila hasta morir, Virtus, el espectáculo más grande del mundo y la trilogía de «realismo mángiko» Sho-shan y la dama oscura (adaptada al cine por Carlos Preciado Cid), Tinta violeta y Doncella roja. Es autora también de La nueva ciudad de las damas y Evaporadas, las chicas malas de la literatura. Ha obtenido diversos premios como el Nacional de Periodismo Fernando Benítez y el Nacional de Cuento Efraín Huerta con Sueños de Lot. Las calladas del Boom comenzó a tomar forma en 1991, cuando, siendo estudiante de literatura, la autora se impuso la desmesurada empresa de enmendar una injusticia histórica: la total ausencia de mujeres en el Boom latinoamericano y en los programas de estudios de Letras Hispánicas en Latinoamérica y España. Tiene a su cargo la columna «Biblioteca fantasma» en el suplemento La Jornada Semanal. Es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.