La frontera es un punto de conflicto por antonomasia. Aunque se quiera ver en ella la oportunidad de un encuentro, del encuentro con los Otros. La frontera está diseñada para acentuar las diferencias. De aquí para acá soy yo y los míos, de ahí para allá son ustedes. Desde que surge la idea del Estado, y con ella la de frontera, aquellos que habitan las periferias se ven sometidos al conflicto.
Es en las ciudades de la frontera donde más se evidencian estos conflictos. En ellas el poder del centro aunque trata de mostrarse fuerte es débil, en ellas el alto número de la población en movimiento ofrece un rostro cambiante nunca igual nunca el mismo; las ciudades están sometidas constantemente a ser y no ser parte de algo, a poseer habitantes que las abandonan luego de unos días.
Ciudad Juárez es quizá una de las ciudades que mejor ejemplifica el conflictivo fenómeno de la frontera. Enumerar los problemas que todos conocemos puede ser ocioso. Se reconoce, eso sí, una población inmersa en esos problemas, que son fruto de su condición de ciudad fronteriza.
Arminé Arjona, quien nació y creció en Juárez, conoce muy bien la situación conflictiva de la ciudad. Ella vio como esas problemáticas fueron creciendo. Para ella no le son ajenos temas como el narcotráfico o la situación laboral de las maquiladoras. De ahí que sean esos los temas que la lleven a realizar su libro Delincuentos, historias del narcotráfico.
En este momento en que el Gobierno Federal [2009] tiene como único discurso la lucha contra el narco, guerra que según ellos se va ganando, aunque el número de asesinatos vaya en aumento día con día; Arminé Arjona se opone a las peroratas oficiales, y en cambio nos propone sonreír para resistir a los discursos y las estadísticas, para mostrarnos la realidad en la que están inmersas innumerables personas, para quienes el narcotráfico es su única posibilidad de ingresos.
Así una de sus personajes, que ya había traficado droga, acepta un trabajito riesgoso, nos dice, en el cuento Pilar:
“No me latió nada pero me lancé a “jalar”. Esa mañana abrí el refrigerador de mi casa y me encontré a una cucaracha muy nerviosita mordiéndose las uñas de la preocupación porque no había que comer.”
Porque la vida, aunque nos muestre su peor rostro, hay que verla con una sonrisa, parece decirnos Arminé. De ahí que sea una cucaracha muerta de hambre la que nos muestre la necesidad que padecen sus personajes.
En las narraciones que forman parte de los Delincuentos, hay que tomarse la vida con buen humor, no queda de otra. La fatalidad está ahí, es parte de la existencia, pero no quiere decir que tenga que estar socavando el vivir de los personajes. Eso es lo que nos muestra Arjona en su obra.
Así en sus páginas el cruce de la droga se vuelve un juego. Un juego en el que se deben de inventar nuevas formas para el cruce, para ser más listos que los oficiales de la migra. Un juego en que piñatas, unos mocasines sucios o una tortilla pueden ser la diferencia entre cruzar la droga o ser apresado por años en los Estados Unidos, sin saber a qué lugares se nos va a enviar.
Pero la sonrisa que nos ofrece Arminé en su cuentario no es burlona ni simple, es una sonrisa cínica que busca cuestionar a la sociedad en que se desarrollan sus cuentos, la sociedad que ha orillado a miles de personas a dedicarse al negocio del narcotráfico.
Una sociedad donde impera la doble moral:
“¡Eres falsa como una moneda de plomo!– gritó mi padre, el abogado, asestando un puñetazo que estrelló contra el escritorio de caoba en su inmaculada oficina. Tan encumbrado y decente, aunque tuviera “casa chica”. ¡Ah! Pero eso sí, socio del Club de Leones y del Campestre.”
Cuenta la Picucha, personaje del cuento del mismo nombre, al recordar la reacción de su padre al descubrir que ella vendía marihuana en su escuela.
La doble moral que permite que esa sociedad consuma a sus hijos, que los abandone a su suerte:
¡Tengo dieciocho años, carajo! Dieciocho años y estoy torcida, bien torcida por querer pasar veinte kilos de cocaína. Todavía no me dan la sentencia y todavía no sé a donde me van a mandar cuando salga de este hospital. –Don´t care. No me importa. Quiero un “pase”. Que mi mamá se las arregle con el niño. No quiso que abortará, ‘ora que se joda con él.
Donde los niños son capaces de amenazar a sus propias maestras: Mire, pinche viaja. No me ande espiando porque le voy a decir a mi papá. Él sí tiene una pistola de a de veras. Además, tenemos un patiezote. Amenazas que revelan la verdad: Es cierto. Todo era cierto – musito impresionada tras leer la nota–. Su papá sí tenía una pistola de a de veras y patio grande, grande…
Los personajes de Arjona sufren esta doble moral y son aplastados por la maquinaria del poder. La misma para quienes esos personajes no son más que números. La misma a quien dirige una carta Mariela Montenegro, esposa de un preso en Nuevo México:
¡Qué injusto es esto para las mujeres de los presos! La mayoría son latinos pudriéndose por delitos contra la salud en la pequeña cárcel de Lordsburg, Nuevo México. Casi todos casados y con familia esperando a que los hijos crezcan hasta cumplir los 18 años, según las leyes, para poder ver a sus padres. “¡Ya pa´qué! Dijo el sapo cuando estaba apachurrado”, para entonces las criaturas son adultos que han mamado la ausencia paterna con todas sus consecuencias.
El personaje va más allá en su carta, nos habla de la soledad a la que son sometidas ellas, las presas de fuera:
Pocos comprenden que esto también constituye un castigo para las mujeres.
Abstenerse de la carne durante años es mucha tortura y sólo unas cuantas lo soportan. No entendemos por qué se nos mantiene presas del cariño, como si eso fuese muy malo. Las que estamos en la cárcel de afuera ardemos de ganas.
Y además cuestiona al juez a quien escribe:
Las que estamos encarceladas afuera tratamos de traspasar un vidrio con las garras del amor y la paciencia. Por eso le escribo esta carta, para que le pregunte usted a esos señores que manejan la ley, cómo se puede vivir sin tocarse. Ellos qué van a saber de besos con sabor a vidrio, de mugrientos quince minutos que se tienen que estirar cada semana.
Y es en este punto donde la crítica que hace Arminé se vuelve más incisiva. Porque su crítica no es contra el narcotráfico, sino contra los sistemas de poder que han permitido el surgimiento del narcotráfico. La delincuencia que da título y es el leitmotiv de este cuentario.
Arjona construye su obra para sonreír frente a las instituciones que sólo están ahí para aumentar la pobreza y la miseria. Como la del personaje que cruza la marihuana en un mocasín apestoso:
¡Póntelos! ¡Póntelos! Put they back¡ Put they back, please! –imploraron con la cara verdosa y casi a punto de vomitar. And get the hell out of there! ¡Lárgate! ¡Amados mocasines! Si no hubieran estado tan apestosos hasta les daba un besote –pensé mientras me dirigía al Coliseo con una sonrisa de pura y cínica felicidad.
Porque con esa sonrisa nos deja Arminé luego de leer su libro, una sonrisa que nos permite anteponernos a los abusos del poder, una sonrisa que aunque sea sólo una sonrisa, nos da la sensación de haber logrado pasar al otro lado impunes.
Una sonrisa que es una crítica para los sistemas de poder de nuestro país que día con día van endureciendo más su mano frente a la ciudadanía, en aras de un triunfo contra el narco, triunfo que a todas luces no se va a conseguir.