Es curioso, pero lo que parecía la lógica de cualquier oposición sensata tras una derrota electoral estrepitosa, no es más que una utopía en el panorama político mexicano. Después de las pasadas elecciones, cuando la derrota parecía poner a la oposición entre las cuerdas, esperábamos que, al menos por un momento, se dieran cuenta de la necesidad de una reflexión profunda y de un trabajo serio. Pero, ¿qué han hecho? Nada más que gritar, lanzar bombas de humo y, sobre todo, tratar de lucrar políticamente con las desgracias ajenas, como si el mal país que tanto profetizan fuera su único combustible.
A esta oposición, la prianista, en lugar de dedicar sus esfuerzos a la construcción de un verdadero proyecto de país, a la creación de alternativas que atiendan a los más vulnerables, le interesa más hacer ruido. La palabra clave, como siempre, es “ruido”. El ruido que sirven en bandeja de plata a ciertos intereses mediáticos. En vez de poner sus energías en propuestas concretas que mejoren la vida de los mexicanos, prefieren lanzarse a la arena pública con declaraciones rimbombantes, manipulando con cada paso que dan para hacer de la política irracional un circo. Y todo, claro, por un puñado de votos que parece les resucita la esperanza de volver al poder.
En el centro de este espectáculo, nos encontramos con personajes como Xochitl Gálvez y Alejandro Moreno, a quienes más que una política clara, les une la causa de desacreditar al gobierno actual. No es un secreto que estos dos, entre otros, se han convertido en editorialistas de El Universal, ese diario que, por cierto, no tiene problema alguno en convertirse en el megáfono de la oposición, sobre todo después de que el presidente López Obrador les cerrara el grifo de la publicidad oficial. Así que en lugar de trabajar por el bien común, se les encuentra cómodos en las páginas de los periódicos, criticando a diestra y siniestra, sin ofrecer nada a cambio.
¿Y qué decir del tema de los aranceles entre México y Estados Unidos? Ah, ahí se les fue la mano. Mientras el presidente Trump, como de costumbre, desataba su locura internacional con amenazas económicas, algunos de los miembros más conspicuos de la oposición no pudieron ocultar su deseo de que los aranceles se impusieran. Porque, claro, lo que verdaderamente les interesa no es el bienestar de México, sino la posibilidad de culpar al gobierno actual por cualquier calamidad que pueda surgir. No importa si esa calamidad realmente amenaza el progreso y la estabilidad del país, lo que les interesa es el rédito político. Tal parece que entre sus más anhelados deseos se encuentra el fracaso del país, siempre y cuando puedan aprovecharlo para ganar puntos en la arena política. ¿Qué clase de oposición es esta?
En esta ocasión, la respuesta no vino de las bocas de los estrategas políticos ni de los sesudos analistas, sino de una mujer con la serenidad y paciencia de quien sabe lo que está haciendo: Claudia Sheinbaum. A pesar de las críticas de la oposición, la jefa del Ejecutivo mostró una prudencia que, a los ojos de muchos, resultó un alivio. Lejos de caer en las provocaciones de Trump o en las estrategias de la oposición que intentaban sacar ventaja del asunto, Sheinbaum priorizó la estabilidad del país y de las inversiones extranjeras, evitando una escalada de tensiones con un presidente estadounidense que ya está acostumbrado a jugar con la diplomacia como si fuera un niño con un balón de futbol (sin aire). Mientras tanto, la oposición se retorcía, como si un fracaso del país fuera su boleto dorado para ganar popularidad.
Lo que la oposición no entiende (o no quiere entender) es que están cavando su propia tumba política. Sus actuaciones son cada vez más burdas y menos efectivas. Es el caso claro de Lili Téllez, quien, en su papel de oposición intransigente, se sube a un megáfono en el Senado para gritar consignas vacías. Mientras tanto, Claudia Sheinbaum continúa acumulando popularidad, llegando a un nivel de aprobación que muchos no esperaban, pero que es simplemente el reflejo de su capacidad de trabajo y su habilidad para lidiar con las adversidades.
Las recientes encuestas de medios antimorenistas, no dejan lugar a dudas: Sheinbaum ha alcanzado su nivel más alto de aprobación desde que asumió la presidencia. El 80 por ciento de los mexicanos aprueba su gestión, mientras que solo un 11 por ciento la desaprueba. Este respaldo transversal, que llega desde diversos sectores de la sociedad, pone en evidencia el fracaso de la oposición, que continúa empeñada en hacer ruido, sin ofrecer nada concreto a cambio.
¿Y qué ha hecho la oposición frente a esto? Nada más que seguir descalificando, atacando sin propuestas, sin visión y, por supuesto, sin un solo plan que pueda convencer a los ciudadanos de que tienen algo mejor que ofrecer. Están tan absortos en su lucha interna por ver quién es más ruidoso, que se olvidan de lo esencial: proponer, construir, dialogar y pensar en el bien común.
La realidad es que la oposición prianista parece tener claro que su único motor es el fracaso ajeno. Y no importa si ese fracaso le cuesta a México. Su interés no está en el país, sino en hacer que el gobierno actual luzca mal, aún cuando eso signifique perjudicar a la nación. Mientras la oposición sigue atrapada en su espiral de críticas vacías y rencores pasados, Sheinbaum sigue consolidándose como una líder que, a pesar de los obstáculos, ha logrado salir airosa de las pruebas más complejas.
Así que, mientras unos buscan lucrar con el caos y la incertidumbre, otros siguen trabajando, demostrando que la política no se hace a base de gritos, sino de decisiones que beneficien al pueblo. La oposición, en su falta de ideas, se ha quedado atrás, atrapada en un juego de sombras. Y México, como siempre, avanza.