¿Y si me tiro al vacío?, de Adriana Ayala
Tuve el honor de presentar la novela ¿Y si me tiro al vacío? de nuestra talentosa Adriana Ayala, una novela que nos hace cuestionarnos nuestro estar en el mundo.
Ganadora del certamen de novela corta «Roger de Conynck», tengo que agradecerle a la autora recoger temas que a alguna gente de mi generación le parecen olvidados, como los que encarna su personaje Silvia, la maestra de Ciencias Sociales de la prepa 3, cuya lucha externa es un reflejo de la interna, aquella que libra por encontrar su lugar en el mundo, un lugar más allá de ser madre. Aguerrida, aún no conozco ninguna Silvia que se deje vencer.
Silvia es madre de dos niños en los años setenta, durante el sexenio de Luis Echeverría Álvarez, quien vivió 100 años, fue carnicero infame, del que los jóvenes de hoy no tienen idea de su actuar. En la página 13 de la novela yo ya estaba llorando por todo lo que la personaja tiene que soportar y porque recordé que muchas de las libertades y privilegios que los jóvenes de hoy disfrutan, se lo deben a los esfuerzos de muchos otros que lucharon antes por esas libertades. No tuvimos una Presidenta de un día para otro. El México que hoy vivimos es resultado de muchas luchas anteriores y del trabajo de muchas mujeres. Algunos piensan que el mundo comenzó cuando ellos nacieron y no es así.
Silvia le dice a su hijo mayor: No le hagas caso a papá. «Ya ves que le gusta jugar a que es un ogro»:
Me hacían creer que papá me quería, aunque nunca lo dijera, y, a final de cuentas, gracias a él teníamos una casa amplia, el refrigerador y la alacena siempre llenos.
Pero también una mamá que salía a la calle con una manta que decía ¡Señor presidente, pedimos la libertad de nuestros hijos! Tal parece que a todo el país ya se le olvidó o nunca se enteró, de que hubo una guerra sucia que comenzó en los sesenta y se prolongó hasta los años ochenta y que hubo muchos desaparecidos políticos, muertos a los que simplemente el Estado represor tiró a fosas comunes y cuyas familias no supieron nunca más de ellos.
Con la matanza de los estudiantes en el 68, se fueron de casa las risas, las reuniones, los jóvenes y la bohemia…
Todo ello acompañado de una prosa poética deliciosa:
¿Y cómo hago para que los sueños no quieran guardarse en los ojos?
¿Dónde guarda un niño los besos infieles de una madre?…
En una sola frase define a mi generación:
…jóvenes que luchaban por un ideal que dotara de sentido a nuestra vida…
Y luego como si fuera un caleidoscopio, entras a la vida de otro personaje, Darío, que te cuenta la historia desde otra perspectiva y te amplia ese universo.
Resulta que ese personaje es el enamorado joven de Silvia, y narra esos recuerdos desde sus 41 años, y te suelta frases como esta: ¡Las mujeres frígidas son patéticas!
Y te habla de 1968, un año en que México cayó y calló. Y él te cuenta de Silvia, de Mónica y de Inés y a través de ellas te va narrando la misma historia de fondo que los tiene unidos como en una telaraña y cada uno de estos personajes es un punto que la sostiene.
Richard es el hermano mayor de Darío, que descubre el cadáver de su madre colgado de la escalera de la casa paterna. De repente tiene párrafos como este:
El tiempo es un invento rarísimo del hombre. Lo he pensado como una cuerda donde acomodamos los actos pasados y presentes, colocamos a las personas más significativas de nuestra vida y también nuestras metas, aspiraciones, sueños. Ahí está siempre esa cuerda que nos parece finita, aunque realmente es infinita. Cierto día, uno se caerá y los demás seguirán caminando sobre ella. Algunos queremos recortarla y otros alargarla. Para unos es firme y segura; para otros, una cuerda floja.
Los personajes en esta novela están al límite, a punto de saltar al vacío y muchos de ellos, casi todos masculinos, se preguntan: ¿Si ni mi mamá me quiso, como íbamos a querernos nosotros?
Y dice uno de ellos: En el fondo mi ambición disfrazada de «amor» fue lo que me llevó al despeñadero.
A mi generación le tocó el descubrimiento del SIDA, una enfermedad desconocida que llegaba a castigar nuestra lujuria, nuestra lubricidad. Hoy casi nadie sabe lo que es hacer el amor sin condón. Cuando ese mal llegó a mi generación algunos ya llevábamos una larga carrera, y lo extraño era haberlo usado alguna vez. Se trataba de un virus. Ahora tuvimos otro virus que mató a mucha gente solo por haber saludado de mano o dado un beso cuando tenías una gripa rara o quizá ni siquiera tenías ningún malestar. Llegó el COVID y nos prohibía ya no solo coger sino hasta tocar.
Cuánta gente contagiada de VIH Sida, sin más pecado que haber tenido sexo, hizo lo mismo que el personaje de Fernando en esta novela,cobrar venganza y contagiar a otros seres humanos. Fernando es uno de los personajes más logrados de la novela.
Tuve un amigo homosexual, que hoy debe tener aproximadamente 75 años, a quien le tocó vivir la época muy setentera de convivir en tríos y coger todos contra todos, sin condón, cuya pareja Erick y el otro Agustín, dos picos de un triángulo, murieron de SIDA y a él no le ocurrió nada. Siempre bromeábamos diciendo que seguro lo iban a estudiar como caso extraordinario.
Era otro mundo, otra vida, y él nos decía a sus amigos los jóvenes de entonces que hoy ya no somos los mismos, ¿ustedes creen que siempre hubo respeto? ¡No les tocó que hubiera policía encubierta en los antros gay y te estuviera esperando para darte una madriza por joto! No les tocó que te llevaran, encarcelaran y violaran porque al fin decían, te gustaba batirte la mierda…
Este personaje, Richard, está hablando desde el 26 de julio de 1991. Hace 34 años y parece algo tan lejano.
Luego a través de la amante del amante, tocamos otro tema: el cáncer en la sangre, la leucemia que no se puede cortar, porque está en el torrente sanguíneo. Y la personaja Inés, hace varias listas, una de ellas, la «lista de lo que no tengo», y reflexiona, y se pregunta: ¿Por qué a mí?
«Lista de lo que me doy cuenta», «Lista de lo que me faltó hacer» y «Lista de quieros».
Ahora mismo nosotros podríamos responder a estas listas como si estuviéramos condenados a muerte, pues en realidad todo el que ha nacido lo está y, sin embargo, hacemos como que no nos damos cuenta.
Y esas listas nos llevan a la reflexión. Cada uno de nosotros podríamos hacer las mismas listas, debiéramos al menos, pensarlo. Es una magia que un texto te recuerde que eres finito.
Y luego las historias de estos personajes se van entretejiendo.
Esta novela nos recuerda que la familia es la familia. Pero el colofón es hablar sobre el constructo de la madre: Madre solo hay una. Gracias a Dios. Desde el 15 de septiembre de 1991. Que hoy parece una eternidad.
La autora reflexiona: ¿La maternidad como un instrumento de sometimiento y subordinación?
La idea de ser madre que me inculcaron fue la del sacrificio, debes hacer a un lado tus sueños, porque primero van los de los hijos; debes mantener un matrimonio por ellos, dice la escritora y, sin embargo, debemos pensar que siendo mucho más joven que yo, tiene los mismos mandatos que tuve.
Y entonces es cuando reflexiono en la función del Estado respecto a la maternidad.
Yo reproduzco un ciudadano, lo alimento, lo crío, lo educo y el Estado qué me da a cambio, una guardería, si es que te da algo, si es que tienes un trabajo privilegiado con prestaciones, porque a veces ni eso.
Pero además tú tienes que parirlos, cuidarlos, crecerlos y pagarles escuelas privadas si no alcanzan lugar en la pública, todo a cambio de ninguna garantía.
No crean que en México hubo una presidenta de un día para otro, la primera diputada no tenía dónde ir al baño. Porque no había diputadas en el congreso mexicano.
La madre siempre será la culpable de todos los problemas de los hijos. ¿Una madre no abandona a sus hijos? Esa idea legitima la opresión.
Las madres no escriben, están escritas.
De la cárcel del matrimonio sales, pero de la cárcel de la maternidad, jamás, dice Silvia y yo agregaría, por eso, no te metas en ese problema, a menos que el Estado te apoye.

¿Y si me tiro al vacío?, Adriana Ayala. Nitro/Press, colección Habitaciones Propias, 2024. Novela ganadora del Certamen Nacional de Novela Corta «Roger de Conynck». Mayor información, páginas muestra y formas de adquirirlo: https://nitro-press.com/9786078805440

Fabiola Sánchez Palacios. Escritora, periodista y actriz de teatro cabaret. Inició su carrera literaria como periodista de investigación de la revista Contenido; sin embargo, la vida finalmente la llevó a su verdadera pasión: la narrativa, misma que tiene como epicentro temático en la tierra de sus ancestros: la mixteca poblana. Autora de las novelas, Que baje Dios y diga que no es cierto y su secuela El reposo de la sombra. Trabaja en la tercera parte de la saga: Soñé que te perdía. Desde 2021 se ha revelado como dramaturga y actriz en el teatro cabaret. En 2024 publicó La verdadera historia de La Mujer Lagarto en la colección Habitaciones Propias de Nitro/Press.