Seguramente lo haz comido rojo, verde, blanco o hasta vegetariano, pero quizá no sepas algo sobre la espeluznante historia del pozole mexicano. Los vestigios de este delicioso platillo nacional se remontan a la épica prehispánica y si no los conocías, este es el momento para que sepas de dónde viene este alimento.

Diversos estudios, entre ellos del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, indican que se trataba de un ritual que tenía varios pasos a seguir.
El primero de ellos, como si se tratara de ir a la tienda de la esquina, el guerrero debía salir para elegir a otro enemigo de su mismo nivel en el campo de batalla, y regresaba con su ´bolsa del mandado´ a Tenochtitlan, hoy la Ciudad de México.
Pero como en todo, había predilecciones, gustos y algunas obsesiones. Los lugares preferidos para ir por ese ingrediente humano eran Tlaxcala y Huexotzinco y Cholula y Atlixco y Tecoac y Tliliuhtepec.

De acuerdo con las investigaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México, al guerrero se le tenía que capturar vivo para comenzar el largo proceso del ritual. Se le trataba hasta con honores, pues era requisito indispensable para tener contentos a los dioses y gobernantes. Al cautivo se le llevaba a la piedra de sacrificios en la casa de los dioses para prepararlo para ese platillo.
En el libro de Historia general de las cosas de Nueva España, de Bernardino Sahagún, publicado en 1829, se explica así: “cocían la carne con el maíz, y daban a cada uno [de los convidados] un pedazo de aquella carne en una escudilla o caxete, con su caldo y su maíz cocida”.
Al contrario de la manera como hoy lo degustan los mexicanos, la preparación no incluía ni sal ni picante y el captor no podía comer de su víctima. A este pozole de guerrero se le llamaba “tlacatlaolli”.

Antes de meter el cuerpo en la olla, el muslo era reservado “para enviarlo al palacio del tlatoani, donde se cocinaba dentro de los menús de treinta guisados diferentes presentados en trescientos platos con que agasajaban todos los días al gobernante”, explica el investigador mexicano Rodrigo Llanes en un artículo publicado en el sitio de la UNAM dedicado a la Conquista.
También se utilizaban a esclavos para elaborar el platillo, que se cocinaba a las brasas o en horno de tierra bajo calor controlado.
Desde luego la carne humana no le gustaba a todos, al manos no a los conquistadores y hay registros de esto.
“En marzo de 1530, el conquistador Nuño Beltrán de Guzmán entró a Tonalá donde “fue recibido por [la líder] Itzoapilli Tzapontzintli y sus cortesanos con danzas y un suculento pozole. Acercándose don Nuño Beltrán de Guzmán a la olla pozolera vio que en el maíz había restos humanos inconfundibles, por lo que iracundo echó mano a la espada y quebró de un tajo la olla de arriba abajo, conminando a la reina y los tonaltecas a ya no comer carne humana”, publicó el diario español El País, basado en el libro Sabor que somos, las culturas populares de Jalisco”.