Ce grand malheur de ne pouvoir etre seul.
Jean de la Bruyere
Con los tratados metapsicológicos, Freud daría paso a sus estudios sobre el narcisismo. Si bien no representa una ruptura epistémica como tal, dado que no cambia el paradigma de la psique, Freud estaría entrando en terrenos que buscaba evitar a toda costa: los temas de carácter especulativo. El narcisismo es un principium individuationis, donde el hombre es sujeto solo para sí; la salida es hacia dentro. Es en estos terrenos donde Enrique Bunbury, de manera magistral, lleva a la palestra esta filosofía de Schopenhauer, retomada por Nietzsche para justificar los estados dionisíacos.
Según su raíz etimológica, Apolo es “el resplandeciente”; incluso el sol es llamado por muchas culturas bajo este adjetivo. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer habla del hombre atrapado en el «velo de Maya» (concepto derivado de la creencia de Platón sobre que el hombre vive en un sueño constante) en su obra El mundo como voluntad y representación (2016).
Pues como en el mar furioso que, por todas partes ilimitado, levanta y baja aullando enormes olas, un marino se sienta en su barco confiando en su débil vehículo, igualmente se sienta tranquilo en medio de un mundo lleno de tormentos el hombre aislado, apoyado y confiado en el principium individuationis o la forma en que el individuo conoce las cosas en cuanto fenómenos (2016, pág. 419).
En El nacimiento de la tragedia, el filósofo alemán Friedrich Nietzsche retoma este pasaje para sustentar su postulado sobre lo apolíneo y lo dionisíaco:
Como sobre el mar embravecido, que, ilimitado por todos lados, levanta y abate rugiendo montañas de olas, un navegante está en una barca, confiando en la débil embarcación; así está tranquilo, en medio de un mundo de tormentos, el hombre individual, apoyado y confiando en el principium individuationis. (2018, pág. 12)
El propio Nietzsche (2018, pág. 12) apunta que en Apolo se han alcanzado una expresión sublime la confianza inconclusa en ese principium y el tranquilo estar allí de quien se haya cogido en él, e incluso se podría designar a Apolo como la magnífica imagen divina del principium individuationis, por cuyos gestos y miradas nos hablan todo el placer y sabiduría de la apariencia, junto con su belleza. Es este la simbolización de la barca, lo apolíneo nos refugia de lo exterior. Bajo estos fines análogos el cantautor ibérico Enrique Bunbury ha creado su propia interpretación bajo el poético título de Salvavidas (Bunbury, Salvavidas, 2013) ese bote salvavidas es la balsa, el vehículo citado por Schopenhauer.
En ese mismo pasaje, Schopenhauer ha descrito una antítesis: existe un enorme temor ante las formas que se le presentan —en términos del propio alemán— como representaciones (Vorstellung). El principio de razón sufre, en alguna de sus configuraciones —de las cuales el propio filósofo teoriza en su tesis doctoral De la cuádruple raíz del principio de razón suficiente (1998)—, una excepción, quizá una desfiguración, o lo real reprimido arremete ferozmente contra él. Entonces, lo apolíneo se disipa y desvanece para dar paso a la tragedia, a lo real visto desde la óptica del psicoanalista francés Jacques Lacan.
¿Pero qué es real y qué es realidad bajo esta misma lógica que ya apuntaba Schopenhauer y que Nietzsche llama tragedia? Para entender esta dimensión como categoría propia de la teoría psicoanalítica, es necesario remitirnos al antecedente: en 1953, Lacan introduce los registros referentes a lo simbólico, lo imaginario y lo real, aunque este último no es plenamente desarrollado hasta inicios de la siguiente década. En sus propias palabras, sus tres no son los mismos propios de Freud: “Aquí está: mis tres no son los suyos. Mis tres son lo simbólico, lo real y lo imaginario” (1980), en clara referencia al yo, el ello y el superyó freudiano. En este cambio de paradigma en la estructura de la psique, Lacan sienta las bases de lo simbólico como un eje fundamental para la construcción del sujeto; para ello, hace alusión a que el lenguaje es anterior al sujeto y este mismo estructura al propio sujeto. El sujeto es hablado más allá de ser el que habla; esto se manifiesta en sueños, en actos fallidos, en el fenómeno del chiste y los síntomas, ejes fundamentales de la clínica psicoanalítica para llegar a los núcleos traumáticos. En el seno de la estructura del lenguaje circulan toda una serie de discursos, como los de los padres y los antepasados del niño que aún no existe; todo esto constituye ese simbólico que estructurará al ser futuro.
¿Por qué lo real es atribuible al trauma psíquico? ¿Por qué, para Nietzsche, es la tragedia misma? ¿Cuál es el cascarón que envuelve al principium individuationis para alejarlo del mundo tormentoso del que nos habla Schopenhauer? Para encontrar luces sobre este “real” como traumático, es necesario entender que la existencia del sujeto depende del otro, más allá de lo biológico, como sujeto en el propio orden simbólico. Lo simbólico, para Lacan, es entonces la estructura que precede al nacimiento de cada individuo; el lenguaje (2009, págs. 231-310) constituye la base de todo aquello conocido como cultura, y todo esto ya está en el mundo antes de que llegue el sujeto como tal. Se puede afirmar que, en la teoría lacaniana, el registro de lo simbólico permanece más allá de la muerte de cada sujeto. El sujeto sigue presente en alguna medida después de su muerte; en el caso del mismo Lacan, el sujeto puede afirmarse como presente al ser fuente de elucubraciones derivadas de sus propuestas teóricas y al existir un sinfín de escuelas vertebradas desde su pensamiento. No es casual entonces que el registro simbólico se encuentre invariablemente en la parte superior de los registros en el anudamiento borromeo. El segundo de los registros es conocido como lo imaginario; este define al yo como imagen de uno mismo, caracterizada por la creencia de su autonomía, su presunta libertad, de ser dueño de sus palabras, acciones, decisiones, etc. Lo simbólico, a su vez, marca lugares: verbigracia, lugar de padre-hijo, maestro-alumno, gobernante-gobernado, etc. Lo imaginario tiene que ver con cómo cada sujeto se representa a sí mismo, de acuerdo a una imagen de yo que él mismo se construye o cree. Françoise Dolto (1984) denominaría esto como L’image inconsciente du corps. Lo imaginario muestra cierta confusión con el otro; esta confusión en lo imaginario puede volverse agresión al sentirse el yo en lugar del otro. Lo simbólico es el moderador entre el yo y el otro. Cabe realizar una alegoría al cuento escrito por el bostoniano Edgar Allan Poe, en William Wilson (Poe, 1980). Poe describe esta confusión con excelsa maestría; el personaje se siente agredido y amenazado por otro que es todo lo contrario a lo que él proyecta. Este otro William comparte su nombre y apellidos, pero es un crápula y jugador, lo que hace que el personaje sienta la agresión de este otro tan contrario a su forma de desenvolverse en los diversos espacios sociales.
¿Qué es entonces lo real? Este tercer registro de lo real no se desarrolla completamente en 1953, sino alrededor de 1960, como advertimos en líneas pretéritas de este escrito. Lacan elabora un registro más consolidado; entre lo real y la realidad hay una diferencia importante. Lo real es aquello que queda siempre excluido de lo simbólico, es como el resto imposible de quedar inscrito tanto en lo simbólico como en lo imaginario. En términos freudianos, puede ser el trauma psíquico, y en referencia al texto de Poe, ese carácter dual de estos mismos registros entre lo imaginario y lo real. Pudiéramos advertir que este real es precisamente aquello que el mismo William, que se siente agredido, considera inaccesible; aquello que es, pero que no quiere ser. Cabería, a la vez, el mismo nudo borromeo al ser también una trinidad con el cuento de Poe, al influir lo simbólico en la creación del primer William. El sueño de angustia puede asociarse a ese real, al ser aquello imposible y traumático. Un clásico ejemplo ha sido las innumerables interpretaciones que ha tenido el sueño descrito inicialmente por Freud, de esta manera: “Veo un resplandor de la habitación donde se encuentra el cadáver. Quizá haya caído una vela sobre el ataúd y se esté quemando el niño” (1983, pág. 337). Lacan retoma este sueño para darle esa connotación de lo real, y apunta: “El niño está ardiendo en la realidad, en la habitación de al lado. ¿Por qué, pues, mantener la teoría que convierte al sueño en la imagen de un deseo, en este ejemplo en el que, en una especie de reflejo flameante, es justamente una realidad que, casi calada, parece aquí arrancar al que sueña de su dormir?” (1973, pág. 42). Este análisis ha estado presente de forma constante en la evolución del psicoanálisis, y es quizá el ejemplo más ideal para conceptualizar el registro de lo real lacaniano. Ese real lacaniano es una dimensión de la tragedia expuesta por Nietzsche, es ese mundo tormentoso e inaccesible del que nos habla Schopenhauer.
Con relación al estadio del espejo dentro de la misma teoría introducida por Lacan (2009), lo simbólico es el espejo mismo. Construir un espejo depende de ciertas nociones de óptica para crear cualquier objeto; lo imaginario sería la identificación del niño con la imagen que le viene del otro; lo simbólico genera lo imaginario. El elemento real en el espejo se encuentra en aquello que impide la fusión del individuo con la imagen del espejo. La realidad entonces se organiza desde lo simbólico y lo imaginario, siempre dependiendo de esa codificación, reglas, leyes y demás.
“Al frente un precipicio y los lobos a la espalda, en realidad nunca me perdí, siempre seguí el camino correcto”, cantará Bunbury en completa armonía con una música sutil, un pandero lejano y unos golpes sonoros de una potente batería, las guitarras lacónicas, como protegiendo ese principium individuationis. Así, el mar inmenso, embravecido, semejante a las espadas apuntando por todos los ángulos posibles, el hombre pierde la percepción de las cosas, las evade, sumido ferozmente en su principio individual, aquello que Freud llamaría narcisismo, donde el sujeto es solo sujeto para sí, deja hacer y pasar, en una balsa sin destino, cuya travesía es la vida misma, de senderos escabrosos, protegido siempre por su endeble balsa. Símil al sujeto temeroso, que al cruzar un largo pasillo —o si es corto le parece eterno— sumido en pánicos nocturnos alimentados por un indescifrable temor a la oscuridad, al llegar a sus aposentos, se sentirá aliviado al reposar en su cama; mágicamente los temores se evaporan, se van difuminando, dando paso a un estado de quietud, a la seguridad tan indispensable en ese momento. Así, el bote salvavidas es el corpus; ya dentro, el alma reposa y se olvida de lo que sucede en derredor, aunque en lo más insoldable del alma reposa lo real inaccesible. La banda mexicana Caifanes diría poéticamente que afuera no se existe, solo adentro (Hernández, 1994), en una fiel alusión al principium mencionado, navegando en una balsa donde lo exterior, aún tormentoso, se invisibiliza; lo exterior que ha generado angustia desde la posición del otro y del Otro. Ya Enrique lo dice de nuevo: sé dónde está, la salida es hacia adentro (2020). No por nada, en la clínica lacaniana, el neurótico es el sujeto de análisis por excelencia porque no sabe qué quiere el otro. El sujeto dividido o sujeto barrado, un sujeto que cuando habla dice más de lo que cree; la posición del psicoanalista es una posición de escucha. Más allá de que el sujeto haga consciente lo inconsciente, se trata de que el sujeto cambie su posición, asuma las modificaciones. Por ello, Lacan habla de las posiciones tanto del sujeto como del analista.
Si a ese espanto de la antítesis le añadimos el éxtasis delicioso que, cuando se produce esa misma infracción del principium individuationis, Nietzsche aduce que emerge desde el fondo más íntimo del ser humano, de la misma naturaleza, habremos echado una mirada a la esencia de lo dionisíaco, a lo cual la analogía de la embriaguez es la que más lo aproxima a nosotros, y aún quizá siga siendo el elemento por excelencia, aunque hoy por hoy esas fugas de la realidad (no de lo real) encuentran lugar con otros medios.
¿Por qué, bajo los influjos del alcohol u otras sustancias, se difumina la barrera de lo reprimido? Bajo el influjo y la desaparición del instinto castigador superyóico, que ha quedado relegado, el hombre apuesta no por el ser individual, trata de hermanarse, de convertirse en el sujeto social. Lacan lo llamaba el sujeto barrado: el sujeto es sujeto individual y sujeto social, es ambos y ninguno a la vez. Pero en estados de exaltación pierde noción de lo que lo hace ser tan individual y se convierte en sujeto social o viceversa. Para Nietzsche, lo apolíneo se esfuma para dar paso a lo dionisíaco, pero no siempre sucede esto; a veces emergen recuerdos traumáticos, aparece todo aquello que se ha querido sepultar, que una vez esfumado el efecto báquico, la propia conciencia volverá a censurar y proteger, para que lo real siga atrapado. Se atraviesa por momentos el fantasma.
Nietzsche concluiría que existen:
“hombres que, por falta de experiencia o por embotamiento de espíritu, se apartan de esos fenómenos como de “enfermedades populares”, burlándose de ellos o lamentándolos, apoyados en el sentimiento de su propia salud: los pobres no sospechan, desde luego, qué color cadavérico y qué aire fantasmal ostenta precisamente esa “salud” suya cuando a su lado pasa rugiendo la vida ardiente de los entusiastas dionisíacos” (2018, pág. 13)
Por fortuna o desfortuna, los efectos del néctar que abre paso a lo dionisiaco son la cura para protegerse de lo tormentoso que resulta el día a día. El hombre que ha trabajado arduamente jornadas extenuantes anhela el fin de semana para curarse en salud; los dionisiacos crean otra realidad. Ya Lacan apuntaba que no existía el hombre promedio, que cada realidad es distinta: “no hay uno solo que sea parecido a otro, ninguno con la misma fobia, la misma angustia, la misma manera de relatar, el mismo miedo a no entender. El hombre medio, ¿quién es? ¿Yo, usted, mi conserje, el presidente de la república?” (Granzotto, 1974, pág. 7).
La angustia del sujeto en su principium individuationis en gran medida tiene que ver con el Otro, también conocido como gran Otro, que en el registro de lo simbólico representa el tesoro de los significantes, el otro de las instituciones, familia, escuela, la ley. En personas, encarna padres, autoridades, instituciones, quienes nos proporcionan el reconocimiento: hijo de padres, gobernante-gobernado, maestro-alumno, etc. El sujeto es un sujeto de necesidades, como el hambre. La pérdida fundamental es la pérdida de la naturalidad en la posibilidad de una satisfacción directa de la naturaleza; ahí radica el objeto perdido, el objeto a como punto central entre los tres registros, también conocidos como RSI. En el análisis o en la práctica clínica, lo que se busca es que el sujeto se haga cargo de sus propias insatisfacciones y no las desplace a los otros; por ello la angustia es la sensación del deseo del otro. Así, el individuo navega en aguas duales y encuentra alivio en los estados dionisiacos. Los estados dionisiacos, en un efecto ambivalente con lo apolíneo, son el refugio para escapar de lo real, para disipar la neurosis constante y poder transitar en el sinthome ideológico (Zizek, 2017).
¿Pero por qué vuelve una y otra vez el sujeto de un estado a otro, entre lo apolíneo y lo dionisíaco? El sujeto es un sujeto de deseos, pero el deseo es aquello que se desliza entre un deseo y otro. No hay palabra que pueda articular el deseo. Es la insatisfacción que permanece más allá de cualquier satisfacción. El deseo debe ser planteado a través del deseo del otro; es inconsciente. El deseo tiene que ver con la falta, la castración y la insatisfacción. La insatisfacción es lo que nos lleva a mantener la vida, a inventar, a crear, etc. En conceptos lacanianos, el goce es la perspectiva inalcanzable de una satisfacción absoluta. La insatisfacción es sustancial al ser humano; el goce se les atribuye a otros, y esto produce que el goce implique una satisfacción total; por ello es que es inalcanzable, sería una suerte de nirvana. El fantasma, para el psicoanálisis lacaniano, es la respuesta del sujeto a la pregunta de ¿qué quieres? del otro; al ¿che voui? es el soporte, el sostén del deseo. Es el que da cuenta de nuestro comportamiento, nuestro actuar, el buscar satisfacción, satisfacción en lo apolíneo y en lo dionisíaco. La realidad para el sujeto se organiza desde el fantasma; este no renuncia al goce primario y mantiene cierto apego a él. En el fantasma, el sujeto recupera algo de ese goce perdido en el objeto a. El fantasma da cierta ganancia, compensación de lo perdido, y otorga satisfacciones, ya sea en el placer o en el displacer; está en constante oscilación entre la posición de sujeto y de objeto.
El mar embravecido es la vida, las representaciones para cada sujeto; por ello, podemos consumirnos a nosotros mismos en estado del principium individuationis, dentro de nuestro propio bote salvavidas, oscilando entre la velocidad y la voracidad, entre derrapar o reventar (Salvavidas, 2013). Lo dionisíaco, dentro del propio fantasma, sería un mecanismo de evasión efímero, pero muchas veces necesario. No por nada, para la clínica psicoanalítica, no es el analista el que sabe; el que sabe es el analizado.
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Trabajos citados
Lacan, J. (1973). Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires: Paidos .
Lacan, J. (2009). Escritos. México: Siglo XXI.
Bunbury, E. (2013). Salvavidas [Grabado por E. Bunbury]. Los Ángeles, California, EUA.
Bunbury, E. (2020). Cualquiera en su sano juicio [Grabado por E. Bunbury].
Dolto, F. (1984). La imagen inconsciente del cuerpo. Barcelona, España: Paidós.
Freud, S. (1983). La interpretación de los sueños II. (L. L.-B. Torres, Trad.) México, D. F.: Iztaccihuatl.
Granzotto, E. (1974). Freud per sempre. Panorama, 1-9.
Hernández, S. (1994). Afuera [Grabado por Caifanes]. México.
Nietzsche, F. (2018). El nacimiento de la tragedia. México: Fondo de Cultura Económica.
Poe, E. A. (1980). Narraciones completas (Vol. Tomo II). (J. G. Serna, Trad.) México, D. F.: Aguilar.
Schopenhauer, A. (1998). De la cuadruple raíz del principio de razón suficiente. (L. E. Palacios, Trad.) Madrid, España: Gredos.
Schopenhauer, A. (2016). El mundo como voluntad y representación. (R. R. Aramayo, Ed., & R. R. Aramayo, Trad.) México: Fondo de Cultura Económica.
Zizek, S. (2017). Porque no saben lo que hacen. (J. Madariaga, Trad.) Madrid, España: Akal.