En la política internacional, hay personajes que pasan como una brisa y otros que llegan como una tormenta de arena: secos, agresivos y con la intención de dejar cicatrices en la piel de los países que visitan. Kristi Noem, secretaria de Seguridad Nacional de Estados Unidos, pertenece a la segunda categoría. Su visita a México fue breve, pero suficiente para reafirmar lo que ya sabíamos: Washington no viene a dialogar, sino a dar órdenes.
El encuentro entre Noem y la presidenta Claudia Sheinbaum duró exactamente dos horas, tiempo suficiente para que la estadounidense dejara claro que su gobierno sigue considerando a México como su patio trasero. Ni un gesto de cortesía ante la mención de los millones de migrantes que sostienen la economía estadounidense con su sudor. Noem, conocida como la “cazamigrantes” de Trump, prefiere hablar de muros y deportaciones, como si la migración no fuera más que un problema que se resuelve con cercas electrificadas y soldados armados.
El Gobierno mexicano ha hecho de todo para que Estados Unidos vea en él un socio confiable: ha desplegado a la Guardia Nacional en la frontera, ha entregado capos del narcotráfico en bandeja de plata y ha permitido que aviones militares estadounidenses sobrevuelen su territorio. Y aún así, Noem dice que “falta mucho”. Claro, siempre falta más. Falta que los migrantes desaparezcan por arte de magia, que las caravanas se evaporen y que los mexicanos dejen de soñar con una vida mejor al otro lado del río Bravo.
El mensaje es claro: la política migratoria de Estados Unidos no se trata de acuerdos ni de responsabilidad compartida. Se trata de imponer condiciones, como si la soberanía fuera un lujo y no un derecho.
Kristi Noem llegó con la misma actitud con la que hace unos días recorrió la megacárcel de El Salvador. Se la veía extasiada, como si el horror de cientos de migrantes encerrados le diera una extraña satisfacción. Porque Noem no cree en historias de familias huyendo de la miseria ni en niños buscando un refugio. Para ella, todo aquel que cruce la frontera sin papeles es un delincuente, un enemigo que debe ser cazado y devuelto.
Los venezolanos detenidos en el Centro de Confinamiento del Terrorismo (Cecot) son el mejor ejemplo de su política despiadada. Estados Unidos los deportó bajo la excusa de que eran miembros del Tren de Aragua, aunque sus familias insisten en que solo eran migrantes sin documentos. ¿Importa la verdad? No. Lo importante es demostrar fuerza, vender la imagen de un país implacable que no tolera “invasiones”, aunque esas “invasiones” sean personas hambrientas buscando un futuro.
Las imágenes del encuentro entre Sheinbaum y Noem dicen más que los comunicados oficiales. La estadounidense, con su semblante frío y su mirada condescendiente, observa desde arriba a la presidenta mexicana. No solo porque es más alta, sino porque disfruta de esa sensación de superioridad. Noem representa la vieja escuela del poder estadounidense: el que impone, el que ordena, el que desprecia.

Mientras tanto, al otro lado de la frontera, los vehículos artillados ya están en posición, listos para vigilar con binoculares a los “supuestos delincuentes” que intentan cruzar. ¿A qué vino Noem a México? A recordarnos que la relación no ha cambiado. Que, aunque se firmen memorándums y se pronuncien discursos sobre cooperación y respeto mutuo, la bota estadounidense sigue pisando con fuerza.