El porvenir es tan irrevocable
como el rígido ayer. No hay una cosa
que no sea una letra silenciosa
de la eterna escritura indescifrable
cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja
de su casa ya ha vuelto. Nuestra vida
es la senda futura y recorrida.
Nada nos dice adiós. Nada nos deja.
No te rindas. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro
puede haber un descuido, una hendidura.
El camino es fatal como la flecha
pero en las grietas está Dios, que acecha.
Jorge Luis Borges
El pasado 27 de noviembre celebramos diez años del lanzamiento del MTV Unplugged: El libro de las mutaciones (Bunbury, 2015), grabado en los Estudios Churubusco. Se trata de un proyecto muy al estilo vanguardista del cantautor zaragozano Enrique Bunbury. El título proviene de la traducción del libro más antiguo que registra la memoria de la humanidad, el I Ching (Wilhelm, 1976). Este nombre homónimo nos recuerda la afición que siempre ha mantenido el artista por el pensamiento oriental. Pero ¿qué puede tener este libro tan preciado en Oriente en relación con la obra que hace diez años lanzó Bunbury al mercado? Una de las sentencias o máximas que atraviesan esta obra inmortal es aquella que afirma que lo único inmutable es la mutación (Wilhelm, 1976), y esta idea es, precisamente, una constante en la obra del ibérico. Si algo ha mantenido a lo largo de su trayectoria es que ningún álbum se parece a otro; siempre hay una evolución que marca distancia entre una obra y otra.
Podemos apuntar entonces que, con la selección de melodías y el giro musical que les da, Bunbury da vida a este libro de las mutaciones contemporáneo, con esa visión de que las canciones trabajen entre sí para crear un álbum único. Tan única como es también la grabación que se realiza en este tipo de conciertos con el sello de MTV. Enrique crea nuevas versiones, con instrumentos singulares y un sonido que envuelve las melodías en otra dimensión, cuya constante es la mutación misma. Resaltan las colaboraciones de artistas latinos como León Larregui, Draco Rosa, Carla Morrison, Vetusta Morla e incluso la dinastía Aguilar, de origen mexicano, con la voz de Pepe.
Una década después, esta joya musical en formato unplugged continúa con destellos fulgurantes que siguen hechizando a infinidad de almas por sus arreglos originales, la pasión y el toque extraordinario de la voz de Enrique, ensamblada con la de los artistas invitados, quienes le dieron una esencia especial y única. Se trata de una obra que trasciende fronteras y que mantiene su constante mutación. Es un trabajo musical que cambia en cada oyente, que habla por sí mismo, tocando fibras sensibles y otorgando infinidad de significados. Admirado por personas de todo el orbe y descubierto continuamente por nuevas generaciones que comienzan a sentir pasión por esta música inmortal, este álbum quedará para la posteridad y seguirá mutando en cada escucha: siempre mutante, siempre cambiante, fiel al recuerdo del libro homónimo.
Pero ¿cómo podemos leer nuestra afición a esta obra o al mismísimo I Ching? El psicoanálisis nos dice que, en los sueños y en los cuentos de hadas, la abuela o antepasada suele representar al inconsciente. El I Ching se divide en dos grandes libros: el del oráculo y el sapiencial. En este último podríamos encontrar un vínculo más estrecho con lo que en Occidente conocemos como inconsciente.
En la parte sapiencial, el I Ching insiste de un extremo a otro en la necesidad del conocimiento de sí mismo, punto medular del psicoanálisis en su intención más firme. Ciertamente, muchas veces la lírica de Enrique nos hace reconocer aspectos de la cotidianeidad; nos abre puertas perceptivas para indagar en lo más recóndito de nuestro inconsciente. Al igual que el I Ching en su parte oracular, su método está expuesto a abusos, razón por la cual no está destinado a personas inmaduras o frívolas, ni tampoco a los extremos occidentales más racionalistas e intelectualizantes. No por nada Enrique, un par de años atrás, hablaba de los dos extremos del pensamiento: Oriente con sus casualidades y Occidente con sus causalidades.
Podemos decir que, si Enrique nombra su obra con el título homónimo de la obra principal de Oriente, es porque en esa disyuntiva elige creer más en las casualidades que en las causalidades. Así lo planteaba en la melodía Causalidades (Bunbury, 2013), y paradójicamente ahora parece centrarse más en el pensamiento que da nombre a este álbum.
Por otra parte, tanto el I Ching como el análisis clínico del psicoanálisis nos indican que ambos métodos son apropiados únicamente para personas pensantes y reflexivas, a quienes les gusta meditar sobre lo que hacen y lo que les ocurre; de otro modo, su práctica sería estéril. La finalidad de ambos es el conocimiento de sí mismo. Aunque el I Ching ha sido utilizado de manera supersticiosa en diversas épocas, este libro representa una larga exhortación a la cuidadosa indagación del propio carácter, actitud y motivaciones. Esto describe también, de forma muy sumaria, al psicoanálisis, sin importar la escuela o corriente que se practique.
En un mundo donde el acelerado incremento del progreso —mucho más allá de la colonia— intensifica la lucha competitiva por la vida y con ella el sentimiento de inseguridad, la humanidad padece síntomas diversos de alteraciones psíquicas. Lo que antes se llamaba neurosis ahora se define bajo distintos criterios clínicos como ansiedad o depresión. En conceptos orientales, podemos afirmar que gran parte de la humanidad ha perdido su Tao, el sentido de su vida, su camino. Quien pierde su camino se ve invadido por la angustia de lo incierto: del siguiente paso, del porvenir inmediato, del futuro radicalmente incierto. De ello derivan las características propias de las enfermedades psíquicas de este siglo y el aumento alarmante de medicamentos, muchos de los cuales actúan como placebos destinados a calmar la angustia que produce la celeridad de la vida moderna.
Para el I Ching existe una afirmación sustancial: toda pregunta clara lleva en sí misma la respuesta. Cuando se pronuncia la pregunta, es como si la respuesta estuviera al acecho. Las preguntas que implican una indagación oracular, en verdad, las dirige uno a sí mismo y en uno mismo está la respuesta. Occidente también ha dado muestras de ello: desde la literatura de Wilde, Tolstói, Balzac, Dostoievski, Nietzsche y muchos más, siempre se ha dicho que todo yace dentro de uno mismo. El propio Bunbury lo sentencia cuando expresa: “Sé dónde está, la salida es hacia adentro”. De ahí la sabia inscripción que se leía sobre el portal del Oráculo de Delfos: “Conócete a ti mismo”. Casi siempre uno se encuentra trabado ante sí mismo y sólo es capaz de oír su propia respuesta cuando le llega desde afuera. Muchas veces, la música y su lírica son un canal de conexión que nos permite comprender lo que antes parecía inasible.
Ningún oráculo ni sabio puede responder correctamente a una pregunta imprecisa. “Una pregunta errónea tendrá una respuesta errónea, pero una pregunta correcta puede abrir la puerta de la comprensión” (Wilhelm, 1976). Los axiomas de la causalidad se conmueven hasta sus cimientos, como este cambio de perspectiva del propio Enrique, o al menos así parece retratarlo su legado musical: sabemos ahora que lo que llamamos leyes naturales son verdades meramente estadísticas que, por lo tanto, necesariamente dejan margen a las excepciones.
Si dejamos las cosas a merced de la naturaleza, vemos un escenario diferente: cada proceso es interferido parcialmente o totalmente por el azar, al grado de que, en circunstancias naturales, una secuencia de hechos que se ajuste de manera absoluta a leyes específicas constituye casi una excepción. Un incalculable caudal de esfuerzos humanos está orientado a combatir y restringir los perjuicios o peligros del azar. Carl Jung dice, en su prólogo a la traducción de Wilhelm, que está muy bien afirmar que un cristal de cuarzo es un prisma hexagonal; la afirmación es correcta si se considera un cristal ideal. Sin embargo, en la naturaleza no se encuentran dos cristales exactamente iguales, aunque todos sean inequívocamente hexagonales. La forma real parece interesar mucho más al sabio chino que la forma ideal.
“Las cosas más triviales se vuelven fundamentales”, sentenciaban Héroes del Silencio en su melodía Opio, en aquel entrañable álbum Avalancha. Esto recuerda a Thomas de Quincey y sus Confesiones de un inglés comedor de opio: bajo el uso de sustancias alcanzaba pensamientos elevados para su época, permitiéndose conocerse a sí mismo. Lo propio ha hecho también Enrique en su trabajo literario Microdosis, donde se permite una inmersión y un conocimiento interno; o como hacía María Sabina mediante la ceremonia del peyote, análoga al trabajo de Huxley en Las puertas de la percepción con el uso de la mezcalina. Lo mismo ocurre con las ceremonias del sapo y las microdosis de psicodélicos usadas hoy para ahondar en lo profundo con el fin de sanar lo exterior.
En otro trabajo posterior podríamos hablar más a detalle de las casualidades o las causalidades, con el fin de continuar analizando la evolución de Bunbury y sus constantes mutaciones, que a la par nos sirven para seguir entendiéndonos y conociéndonos a nosotros mismos. Wilde decía que a menudo, cuando creemos hablar de otras personas, en realidad nos estamos representando a nosotros mismos.
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Trabajos citados
Bunbury, E. (2010). Las consecuencias [Grabado por E. Bunbury]. El puerto de Santa MAría, Cadiz, Andalucía, España.
Bunbury, E. (2013). Causalidades.
Bunbury, E. (2015). MTV Unplugged. El Libro De Las Mutaciones [Grabado por E. Bunbury]. CDMX.
Freud, S. (1991). La interpretación de los sueños. Buenos Aires: Amorrurtu editores.
Wilhelm, R. (1976). I Ching: El libro de las mutaciones. Buenos Aires: Sudamericana.

