Si el mundo de la política pop tuviera su propia versión de “Game of Thrones”, Donald Trump sería ese villano recurrente que, contra toda lógica y a pesar de cada derrota auto-infligida, siempre encuentra una forma de poner el pie en el tablero. No es que sea un estratega excepcional, sino que la historia está escrita para que su personaje sea el titiritero de un espectáculo donde las reglas se reescriben a su favor en cada temporada. Y esta vez, su guion le ha permitido asfixiar con aranceles a medio mundo, mientras deja que México y Canadá respiren… aunque solo lo suficiente para mantenerlos a raya.
El anuncio de Trump de imponer aranceles universales de un 10% y cargas “recíprocas” a sus principales socios comerciales tiene el mismo espíritu de un mafioso de película de Scorsese: si no pagas tributo, te rompo las piernas (económicas, en este caso). Pero en un giro inesperado, México y Canadá quedaron exentos del peor castigo. ¡Aleluya! Aunque antes de abrir el tequila, conviene revisar la letra pequeña. Porque, en realidad, el respiro es más bien un resoplido corto y forzado.
Sí, bajo el T-MEC, los bienes de estos países mantienen un arancel de 0%, pero cualquier cosa que se salga del rígido marco del tratado, como ciertos productos energéticos y bienes manufacturados fuera de sus estrictas reglas de origen, tendrá un impuesto del 25%. Es decir, el zapato sigue sobre el cuello, solo que ahora es de terciopelo en vez de acero.
Esta estrategia de “alivio parcial” recuerda a los villanos clásicos que permiten que sus víctimas crean que tienen margen de maniobra antes de dar el golpe definitivo. Un ejemplo claro es el Emperador Palpatine en “Star Wars”: cada concesión aparente es, en realidad, parte de una maniobra para consolidar su control. Trump, con su retórica de liberación económica, está jugando el mismo papel. Declara que el T-MEC es “el peor acuerdo comercial de la historia” y que necesita el apoyo del Congreso para deshacerse de él. Es decir, deja claro que el perdón actual es temporal y que, cuando menos lo esperemos, el puño volverá a cerrarse.
Pero no nos equivoquemos: este no es un gesto de buena voluntad. Es una trampa política diseñada para mantener a México y Canadá en una posición sumisa mientras el resto del mundo siente la dureza del golpe arancelario. ¿La idea? Forzar inversiones dentro de Estados Unidos bajo amenaza de costos prohibitivos y, de paso, asegurarse de que los socios comerciales “amistosos” estén demasiado ocupados agradeciendo la exención parcial como para rebelarse contra su control.
En este gran teatro, México y Canadá juegan el papel de Robin a un Batman que se ha convertido en el villano de la historia. Si antes la relación con Estados Unidos se basaba en una dinámica de aparente equidad comercial, ahora es un “te dejo respirar, pero solo porque me conviene”. No es un pacto, es una orden disfrazada de misericordia. Y como cualquier buen guion de serie, el desenlace no será tan simple como parece.
Porque aquí viene la verdadera pregunta: ¿cuánto tiempo podrá Trump mantener este esquema antes de que México y Canadá busquen alternativas fuera del alcance de su puño de hierro? Como en cualquier temporada de alguna buena serie televisiva, el suspenso está garantizado. Pero por ahora, sigamos el guion y actuemos sorprendidos.