En el bullicio de la política mexicana, donde los ecos de los grandes discursos resuenan como promesas que nunca se cumplen, algunos actores se atreven a emular, con una audacia casi cinematográfica, a los personajes de la ficción. Tal es el caso de Alejandro Moreno Cárdenas, líder nacional del PRI, quien, en una de sus más recientes intervenciones en Tlaxcala, dejó una declaración que no solo sorprendió, sino que, para ser francos, resultó cinematográfica.
“El PRI es el pueblo de México hecho partido, porque nosotros y otros fuimos los que generamos las grandes oportunidades”, dijo el líder del tricolor (aunque usted no lo crea). A través de esta frase, no se puede evitar pensar en la figura de Tony Soprano, el mafioso protagonista de Los Soprano. Ambos, con su mezcla de arrogancia y nostalgia, parecen compartir una visión del poder que no solo evita reconocer sus propios fallos, sino que se presenta como una autoridad casi mítica, capaz de reformular la historia a su medida, como si fuera una verdad intocable.
La afirmación de Moreno Cárdenas sobre el PRI como el partido del pueblo no solo es desmesurada, sino que posee la misma cualidad que Tony Soprano: un líder que, bajo una fachada de respeto y poder, intenta justificar su rol y su control sobre la sociedad, sin renunciar a la manipulación ni a la exclusividad. En Soprano, el mafioso cree que su “familia» y su negocio son fundamentales para el orden social, aunque sus métodos sean cuestionables y sus motivaciones egoístas. Algo similar sucede con la declaración de Moreno Cárdenas, quien, al afirmar que el PRI no solo formó parte del México moderno, sino que lo construyó casi en exclusiva, omite las contradicciones y los abusos de los años en que su partido ejerció el poder con mano dura.
Tony Soprano, en su mundo criminal, también se presenta como un “hombre de familia”, generador de oportunidades para los suyos, mientras que las decisiones de su “empresa” afectan a todos, pero de manera opaca. En la política mexicana, es imposible ignorar cómo el PRI se ha autoproclamado arquitecto de lo que hoy es México, como si las décadas de autoritarismo, corrupción y despojo no hubieran existido, como si las oportunidades mencionadas por Moreno Cárdenas no hubieran sido fruto del control y la cooptación de un sistema político que definió el país durante gran parte del siglo XX.
En la misma línea que Tony, quien maneja los hilos de su imperio con una mezcla de pragmatismo y desdén por las leyes del mundo exterior, el PRI parece atreverse a afirmar que es dueño del México actual, el que “generó oportunidades”. Las mismas oportunidades que, desde el gobierno del PRI, a menudo se tradujeron en favores políticos, clientelismo, y una estructura de poder que dejó atrás a miles de mexicanos, mientras unos pocos se beneficiaban. En sus declaraciones, Moreno Cárdenas no solo omite esta parte del relato histórico, sino que, al igual que Soprano, parece ignorar la distancia que ha crecido entre las promesas de su partido y la realidad social del país.
Es curioso cómo, en sus mejores momentos, Tony Soprano logró que sus subordinados, y hasta su familia, lo respetaran por su habilidad para manipular la verdad a su favor. El PRI, al igual que el mafioso, tiene esa capacidad para crear una narrativa en la que se presenta como salvador, como el responsable del progreso de México, ignorando que, en realidad, las grandes oportunidades de las que habla solo se materializaron en los círculos cercanos al poder, en un contexto de corrupción estructural. Moreno Cárdenas, con su tono solemne y su declaración en Tlaxcala, sigue alimentando esa ficción de un partido único, monolítico, que sostiene el país, mientras el resto de la nación se ve desplazado de las verdaderas oportunidades.
Como Tony Soprano, quien sin duda es el arquitecto de su propio destino dentro de la mafia, Moreno Cárdenas y el PRI siguen creyendo que el poder es suyo por derecho divino, como si el pueblo no tuviera voz en el relato. Mientras tanto, el país avanza, los ciudadanos se dan cuenta de las fisuras en ese discurso, y las posibilidades de un cambio real parecen más cercanas que nunca. Pero, claro, al igual que en Los Soprano, la narrativa de poder no cambia tan fácilmente, y aún hay quienes siguen fieles a la idea de que son ellos, los “hombres de familia”, los que han construido lo que hoy conocemos. Y, como bien sabemos, no todos los relatos son tan claros como parecen a primera vista.