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Ernesto Zedillo y Letras Libres: La historia al revés

Desde algún despacho mullido, Ernesto Zedillo levanta la voz, como si aún pudiera soplar vientos de legitimidad sobre un país que lo recuerda no por su gallardía, sino por las hipotecas sociales que nos dejó firmadas a perpetuidad. Dice que México camina hacia un régimen tiránico, y lo dice muy serio, en las páginas polvorientas […]

El expresidente vuelve a hacerla de vocero del PRIAN

Por Fernanda Dorantes / 28 de abril de 2025

Desde algún despacho mullido, Ernesto Zedillo levanta la voz, como si aún pudiera soplar vientos de legitimidad sobre un país que lo recuerda no por su gallardía, sino por las hipotecas sociales que nos dejó firmadas a perpetuidad. Dice que México camina hacia un régimen tiránico, y lo dice muy serio, en las páginas polvorientas de Letras Libres, esa revista que desde tiempos inmemoriales confunde el arte de la crítica con el oficio de la nostalgia por los tiempos de vino y deuda pública.

Zedillo, el mismo que activó el Fobaproa como quien prende un fósforo en un bosque seco, acusa ahora a un gobierno legítimamente electo de conspirar contra la democracia. Hay algo conmovedor —y trágico— en este espectáculo de un expresidente hablando de democracia como quien habla de una quimera perdida en su propio sexenio, entre las ruinas de Acteal y Aguas Blancas.

No es la primera vez que ocurre. El expresidente Ernesto Zedillo ya había fungido como portavoz del PRIAN y de los medios conservadores en México. En septiembre de 2024, durante la Conferencia Anual de la Barra Internacional de Abogados (IBA), Zedillo manifestó su preocupación por la reforma judicial impulsada por el presidente Andrés Manuel López Obrador, al señalar que dicha medida constituye un ataque directo al Poder Judicial y que su implementación podría debilitar los principios democráticos del país.

Qué ironía más vasta que ahora sea en esos mismos medios —financiados con contratos opacos en los tiempos de Calderón y Peña Nieto— donde se escriben epitafios anticipados para la democracia mexicana. Revistas que ayer vivían cómodamente de los presupuestos de cultura y comunicación social, hoy se desgarran las vestiduras clamando independencia y libertad de expresión, como si los contratos por millones fueran un tributo a su genio y no el pago de facturas políticas.

Zedillo, ese hombre que convirtió el fracaso bancario en deuda de todos, llama “felonía histórica” a una reforma que busca limpiar las cloacas del poder judicial. ¡Felonía histórica! Si tuviéramos un peso por cada vez que un expresidente neoliberal habló de patriotismo, quizá podríamos, por fin, pagar el Fobaproa.

Y mientras tanto, los editorialistas de siempre se turnan para escribir panegíricos al viejo régimen, como si el país entero padeciera amnesia colectiva. Hablan de “instituciones debilitadas” quienes las privatizaron hasta el tuétano; claman por “libertades amenazadas” quienes callaron ante masacres, fraudes y deudas millonarias que aún pesan como lápidas sobre los hombros de generaciones que ni siquiera habían nacido cuando se firmaron esos pactos infames.

Es curioso cómo la historia, cuando se narra desde las revistas del privilegio, se convierte en un cuento sin víctimas ni verdugos, donde los verdaderos saqueadores se disfrazan de paladines democráticos. Y es aún más curioso cómo Zedillo, después de su largo y apacible exilio en conferencias bien pagadas y consejos de administración internacionales, decide volver al foro público no para pedir disculpas, sino para repartir acusaciones, como quien lanza piedras desde un castillo construido con deuda pública.

Quizá Ernesto Zedillo y sus aliados editoriales piensan que la memoria de los mexicanos es tan frágil como los bancos que rescataron en los noventa. Pero no. Recordamos. Recordamos las empresas quebradas, los hogares embargados, las protestas ignoradas. Recordamos las noches oscuras de diciembre de 1994, cuando el futuro se vendía barato en Wall Street y se hipotecaba caro en cada esquina de México.

Así que ahora que el expresidente levanta el dedo flamígero desde las páginas de Letras Libres, uno no puede evitar sonreír con cierta ternura: hay derrotas tan grandes que solo se soportan contando la historia al revés.

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