Llegué aquí como muchos miles más, quizás millones, con la esperanza de habitar una tierra no prometida.
Amar a Juárez, es negarse a sí mismo aprender a resistir o atenerse a ser odiado.
Aún no hay libro escrito sobre la locura de esta gente: la ciudad ha preferido amputar a sus hijos adoptivos, antes que sentir una nueva herida o más aún, verse la cicatriz.
Por eso hemos aprendido a ser prisioneros
Indigentes
Invisibles
Dementes
Libres.
Pero sólo hay dolor real y silencioso en las calles fluyen lágrimas, santa sangre inocente, sangre nunca ajena tan siempre del pecado, impune drena la droga en las venas de mi ciudad y se sacrifican los sueños por un plato de comida en la maquila.
Chihuahuita.
Torreonero.
Veracruchango.
Chilango.
Así nos llaman a los que hemos visto nacer aquí a nuestros hijos, a quienes hemos llorado la muerte de los padres, el partir de los amigos que encontramos en la suerte cuando lo creímos todo perdido.
Pese a ello, en Juárez y en El Paso, tengo mucho para amar, vivir aquí no quiere decir que olvide mi orgullo, mi tierra natal.
El juarense se indigna, se compadece del connacional repatriado, pero aborrece con sinceridad al mexicano que ya sin fuerza, en esta frontera se estanca aquí.
Como la semilla en el campo creído infértil.
Como la daga
En el amor de aquel desmemoriado.
Arrimados.
Invasores.
Impuros.
Feminicidas.
Nos llaman, por revelar ese secreto a voces, que lo más bonito de Juárez, es El Paso.
Amo esta ciudad partida en dos.
Amo esta ciudad donde alguna vez gente cálida y hospitalaria habitó. Sí, el río Bravo seco, hoy nos divide, y el pueblo manso ha desaparecido, lo sabemos, -hoy todos somos bravos-.
En Juárez la gente vive de recuerdos añora lugares que existieron, y hoy son tumbas de arena:
Las cantinas, los prostíbulos derruidos,
Las calles llamadas con otros nombres por otros hombres.
Se mueren ignorantes de su propia historia.
Posturas radicales en los habitantes del límite cargadas van de rencor, de falso arraigo:
esa que sostiene que el tiempo pasado fue mejor aquella que no tolera la crítica, y a cambio segrega, margina, ridiculiza. resuelve todo con un “regrésate a tu tierra”.
En Juárez no puedes decir que la ciudad es fea, la gente te responde con un: “entonces vete a la chingada”.
La gente de Juárez es hospitalaria, todos lo sostienen.
Yo no nací en Juárez, como muchos la padecí, pero la amo. y como los amantes he vivido esta ignominia.
De ser más que mexicano, fronterizo.
Hoy la gente me llama señor, sin tener un feudo, sólo es que me he hecho viejo, ni siquiera tengo un lugar donde caer muerto.
Señor, por el rostro que aparenta cierta edad, señor sólo por el cuerpo ya perdido de encanto.
La batalla cotidiana derrotó mi energía. Hablo, pero mi voz ya no es la misma, y la mirada es ahora una caja donde posan alacranes.
Hay a cada paso hacia El Paso, punzadas una tormenta de rencores, hay este dolor de estar desde lejos tan cerca, en la patria perdida.
En el anhelo de un mejor mañana.
Esta es the promise land, la que estalla y me susurrra:
A mí no me preocupa que te vayas, que me dejes, a mí me reencabrona que regreses prepotente, con el idioma mutilado, sintiéndote del primer mundo, después de haber sido violentado y no ser más tú mismo.
Ustedes perdonen por hablar así de esta salida de emergencia a la que algunos recurrimos para huir de un país gangrenado, pero de aquí alguna vez voló un águila encendida en llamas, envenenada por la carne de la víbora.
Hoy me arde el corazón, recordé aquel niño que nunca quiso ser héroe y murió por accidente, cayendo de una azotea, de un castillo sin rey.
Ese joven con un arma en las manos, que perdió toda ilusión en su destino y se sumó a un ejército invisible al que hoy los fiscales del horror llaman estadística.
A nosotros, los no nacidos en esta tierra, cuando vamos fuera, nos dicen los de Juárez y lo aceptamos con orgullo, aunque nos llamen traficantes, asesinos, desgraciados, porque a este lugar sin sombra debemos lo que somos.
Y en lo que sé, a esta ciudad le nombraron, como el epicentro del dolor.
Y enloquece.
Este es el colmo del amor: hoy más que nunca debo quedarme aquí con la sensación de no estar vivo, padeciendo el síndrome de Estocolmo, de cierta forma, deforma esta es mi ciudad, y mis ojos verán resurgir sus campos.
Inédita lluvia cae sobre mí.
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Mauricio Rodríguez es un juarense que nació en Torreón, Coahuila, en 1975. Es poeta, narrador y periodista. Es autor de varios libros y ha sido reconocido con premios en varios géneros periodísticos.